lunes, 13 de agosto de 2012

Capítulo 7

Se despertó a las dos. Le dolía la cabeza. Que mala es la resaca, que malo es el alcohol.   Seguido del dolor de cabeza sintió algo que le oprimía el pecho, sin duda estaba provocado por el sueño que acababa de tener. Se dio una ducha para espabilarse y sacarse el sueño de la cabeza. Cuando terminó se fue a comer.
-¿Qué tal ayer? – preguntó Lucía.
-Muy bien, no tienes ni idea de la que montaron. ¡Fue una fiesta increíble!
-¿A qué hora llegaste? – preguntó Alberto.
-¡Alberto, no empieces! Yo le di permiso para llegar tarde.
-¡Mami, quiero postre! – dijo Nerea y, como siempre, consiguió que se olvidaran de la conversación y todo volviera a la normalidad. Adiós a la posible discusión tonta.
Al acabar de comer se fue a su habitación de color verde, con una pared que tenía un papel de pared con flores blancas. En las paredes hay cuadros y fotografías suyas, con sus amigas, o con su familia. Hay un gran armario blanco, una cama blanca con el edredón verde, una mesita de noche blanca. Encima de ella hay una lámpara con una tulipa a juego con el papel de pared y el reloj que la despierta todas las mañanas. Por último hay un escritorio y una silla para él. Cuando por fin encendió puso en Google “Tuenti”, introdujo su e-mail y cuando iba a poner la contraseña se fijó en la hora, las 15:25. ¡No, no, no! Había olvidado por completo que hoy era el día en que iba a ver al chico de sus sueños, de sus sueños también en el sentido literal. Ya que desde que lo había conocido se había adueñado de ellos por completo. Corriendo cogió del armario ese vestido rosa ajustado que tanto le gustaba. En un intento por ponerse las medias casi se cae al suelo, hizo un par de equilibrios propios de alguien de un circo y consiguió mantenerse en pie y meterse en las medias. Luego se enfundó en el ceñido vestido. Cogió unas francesitas negras y el colgante del mismo color que tenía más a mano. Se peinó rápidamente, un poco de colonia, cepillado de dientes, meter el móvil y la cartera en el bolso, coger la chaqueta y de nuevo echar a correr.                              

Miraba su reloj impaciente. Ya eran las cuatro y diez. Pero era imposible que le hubiera dado plantón, ¿no? Tenía su móvil y le había dejado bien claro que quería recuperarlo. Él también quería recuperar su móvil, pero la idea de volver a verla era incluso más atrayente. Desde que descubrió que aquel móvil era el de ella no dudó ni un segundo en mirarle las fotos. Esto no se lo diría para evitar que pensase mal de él. A cada foto que veía más guapa le parecía, pero cuando llegó a esa en la que había un primer plano de su cara supo que era mucho más que guapa. Se fijó en sus ojos, ¡vaya ojos! Y los observó tratando de averiguar su color, por más que lo intentara era incapaz de decidirse por ninguno. Sólo tenía claro una cosa, eran los ojos más increíbles que había visto en toda su vida. Estaba a punto de sacar el móvil para intentarlo otra vez cuando una voz lo saludó.
-Hola.- dijo tratando de recuperar el aliento.
La miró, estaba guapísima con ese ceñidísimo vestido rosa y esa chaqueta de cuero negra.
-Hola.-dijo él con su amplia sonrisa.
“Tranquila Ariana, respira” dijo para sí.
-Aquí tienes tu móvil. -se lo dio.- Por cierto te llegó un mensaje y lo abrí, lo siento, yo no…
-Toma el tuyo.- dijo cortándola, impidiendo que volviera a disculparse. Si ella supiera lo que había hecho con el suyo…- Te he guardado mi número por si acaso quieres quedar algún día o algo.
-¡Claro! Muchas gracias.
-Pues espero a tu llamada.- dijo. ¿Por qué no se había lanzado? ¿Por qué le había dicho que lo llamase en vez de invitarla él? ¿Desde cuando esperaba a una chica?
-Sí, adiós.- y cada uno se fue por un lado distinto.
En cuanto se dio la vuelta y, como si se tratara de un acto reflejo agarró su móvil y buscó sus contactos del WhatsApp el número de Cristian. Sí, se lo había dado. Rápidamente escribió en el teclado. Lo envió.

Su móvil, ahora sí que era el suyo, vibró en el bolsillo del pantalón. Lo cogió. Tenía un nuevo mensaje en el WhatsApp. Que extraño, no conocía el número. Lo abrió y lo leyó.
Te dejo también mi número por si a ti te apetece quedar a ti.
Sonrió. ¡Así que era ella! Antes de nada guardó su número, no quería perderlo. Luego tuvo una idea. La había dejado escapar una vez, no lo haría dos. Además se lo había puesto en bandeja. Así que echó a correr.

De su bolso empezó a sonar una musiquita. La llamaban. Se apresuró a contestar.
-¡Quiero quedar! – le dijo Cristian sin darle tiempo si quiera a saludar. Notó como en sus labios se formaba una gran sonrisa.
-¿Damos media vuelta entonces?
-Sí.- y colgó. Se giró de golpe y se lo encontró detrás suya, demasiado cerca al igual que en el sueño. Tan cerca que casi se lo come. Otra vez.
- Por poco nos volvemos a caer.- bromeó.
-Hola otra vez. – dijo ella sonriente.
-Hola, he pensado que tal vez podríamos ir a tomar algo a, mmm… ¿el Starbucks te parece bien?
-Me parece perfecto.
Y juntos volvieron al punto de encuentro.
-¿Sabes que si me lo hubieras dicho antes nos habríamos ahorrado el paseíto? – preguntó ella fingiendo que el paseo la había molesto. En realidad era todo lo contrario, así podía pasar más tiempo a su lado.
-Culpa mía, lo acepto. ¿Qué quieres tomar?
-Pues… un café mocca.
-¡Qué sean dos! – dijo a la camarera que sonriente se dispuso a prepararles su pedido. Daba gusto ver a una pareja así por allí, tan jóvenes, tan guapos, tan divertidos, tan enamorados…
-Aquí tenéis, chicos.
-Muchas gracias.- dijo Cristian extendiendo un billete de veinte euros.
-No, no, pago yo.- protestó Ariana.
-Invito yo.- la contradijo.- Tómalo como tu regalo de cumpleaños.
Le guiñó un ojo y ahí ya la desarmó por completo. ¿Por qué era tan arrebatadoramente sexy?
-¿Subimos o vamos fuera? – preguntó ella.
-Mejor fuera, ¿no?- contestó dándole su café mocca.
-Gracias.
No le llevó la contraria a pesar de que fuera hacía frío y seguramente hubieran estado mucho mejor arriba, sentados en un sofá. Si a él le apetecía andar no iba ser ella quien se lo impidiera…  Y pasaron toda la tarde juntos yendo de aquí para allá, arriba o abajo, sin rumbo fijo aunque lo que realmente le importaba era estar junto a él, no el lugar.

Camina a su lado, relajado, bebiendo poco a poco su café mocca. Está intentando estirarlo al máximo, disfrutar de cada pequeño sorbo que da. ¡Con lo caro que es sólo le faltaba bebérselo del tirón! Ella tampoco parece tener mucha prisa en acabárselo, de hecho se lo toma con calma. Se pregunta si será así para todo, después se ríe mentalmente del pensamiento que acaba de tener. Probablemente pronto lo descubrirá. Y sin embargo una parte de él parece que no quiere saberlo, es como si no quisiera que fuera una más. ¡Bobadas! ¿Qué iba a hacer? ¿Declararle amor eterno? Esas cosas no son para él.
Cansados de andar deciden sentarse en un banco. Ahora que ya ha acabado su café Cristian tiene mono y decide encenderse un pitillo.
-¿Fumas?- preguntó ella.
“’ ¡Qué tonta, Ariana! Se está metiendo un cigarro en la boca y no fuma”
-Sí. ¿Quieres? –dijo ofreciéndole uno.
“No toda podía ser perfecto” piensa.
-No gracias, no me gusta. – él se encogió de hombros y encendió su pitillo.
-¿Cómo sabes que no te gusta?
-Una vez en una… especie de fiesta le di una calada muy pequeña a uno y me puse a toser como una loca. Me dio tanto corte que nunca he vuelto a coger uno. Además no me gustó.- dice ocultando parte de la verdad. Pero aquella es una tarde que no quiere recordar.
-A mí tampoco me gusta.- no entendía esa respuesta.
-Entonces ¿por qué fumas?
-Empecé a fumar cuando mis padres se separaron.
-Lo…- empezó a decir pero él la paró.
-No digas lo siento, es lo mejor que le pudo pasar a mi madre.- se detuvo un segundo. Hacía mucho tiempo que no hablaba de su padre, se le hacía demasiado difícil. Sólo se había abierto a Sandra en una ocasión. Después se convirtió en un tema tabú.- Mi padre era y es un cabrón. Cuando estaban juntos desaparecía y nos dejaba solos en casa, cuando volvía lo hacía borracho. Venía a por más dinero para sus cosas. Un día mi madre consiguió el divorcio.
Fin. Se acabó. No pensaba ni podía contarle más. Además ella no necesitaba esa información. No necesitaba conocerlo en absoluto. Él iba a lo que iba. ¿Por qué la había dicho nada? ¡Si además ella ni se lo había pedido! ¿Por qué había resultado tan fácil?
-Vaya…- fue lo único que se le ocurrió decir.
- ¿Sabes? He pensado muchas veces en dejarlo pero nunca he encontrado un motivo demasiado convincente. – hizo una pausa.-¿Y tu familia, qué? ¿Es tan desastre como la mía?
-Ah, bueno no sé, no está mal. Mis padres siguen juntos, perdón no quería…- y por algún motivo no le cuenta que en realidad Alberto no es su padre, aunque lo sienta como tal.
-No tranquila, sigue.
- Y tengo una hermana pequeña de cinco años.
-Lo que es una familia perfecta, ¿no?
-Tanto como perfecta no, a veces discutimos. – y soltó una gran carcajada. ¿Le hacía gracia que discutiera con su familia?- ¿Qué te hace gracia?
-No nada, sólo que es normal que discutáis. Por hacerlo no dejáis de ser una familia perfecta.
-No creo que sea perfecta…
-¡Déjame adivinar! Cuando discutís lo hacéis o bien porque has sacado menos de un ocho en un examen o porque llegas tarde a casa.
Ella se sonrojó. Más o menos estaba en lo cierto. Él se rio al ver su reacción. Lo sabía, había acertado de pleno. Y ella cada vez se ponía más roja y él sonreía más, ¿no se daba cuenta de que si seguía sonriendo no podría decirle adiós?
- ¿A qué instituto vas?- preguntó tratando cambiar de tema.
-No voy al instituto, tengo diecinueve años.
-¿Diecinueve?
-Sí, ¿tú?
-Diecisiete.
-Supongo que recién cumplidos ¿no? – y sonrió de medio lado.
-Así es, un día difícil de olvidar.
-Siento otra vez lo de la caída
-No importa, ¿seguimos? – se levantaron y echaron a andar.
Le había sorprendido que no le importara la edad, aunque sólo eran dos años, solamente dos años ¿no? Por otro lado podría no haberle importado porque ella  tampoco le importaba a él. Pero si le había dicho que quería quedar sería por algo, ¿no? E intentando deshacerse de todas esas ideas siguió andando con él, mirándole de reojo y sintiéndose la persona más feliz del mundo cada vez que sonreía.
-Espera, tengo un idea, -y sacó su Blackberry del bolso. – vamos a estrenar la cámara.
-¿En serio?
-Sí, ¿por qué no?- y sacó una foto. Ambos la miraron.- Me gusta.
-No está mal, hasta yo salgo bien.
- Ya, seguro que eres tope fotogénico. – lo dijo así, como quién no quería la cosa, pero ella sabía que sí lo era después de haber revisado sus fotos. Entonces él se rio, y ella con él y así era feliz, inmensamente feliz. - ¿Tienes tuenti?
-Sí, Cristian Álvarez.
-Guay, pues ya te etiquetaré.
Y siguieron caminando sin saber muy hacia dónde ir. Reacios a decirse adiós. Entonces su móvil sonó.
-Hola mamá- silencio.- Sí, vale.- más silencio.- Adiós.- colgó.- Lo siento, me tengo que ir.
-No pasa nada, ahora ya tengo tu número y mi móvil. – dijo mostrando su BlackBerry.
-Adiós.- dijo mientras le daba dos besos. ¿Desde cuando daba él dos besos?
-Adiós.- y se quedó allí, atontada, mirando cómo se alejaba y tocándose la mejilla que él acababa de besar.
Cogió el metro para llegar a casa. Solo la separaban tres paradas y unos cinco minutos a pie. Durante el trayecto aún no se le había pasado la sobredosis de él, y es que ya se había convertido casi en una droga para ella, necesitaba su dosis diaria de él porque se había convertido en una adicta a su sonrisa, una yonki de su piel.

Llegó a casa a eso de las nueve cenó y se fue a su habitación, se tumbó en la cama y todavía se sentía como si estuviera en una nube. ¡Qué feliz estaba!  Todavía no podía creer todo lo que le había pasado, necesitaba pellizcarse y saber que no había sido un sueño, una prueba o algo de que había sido real y entonces recordó la foto. Cogió su móvil y buscó la imagen. Ahí estaba. Salían sólo sus caras con una amplia sonrisa, los ojos de ambos captaban la atención y él estaba tan guapo… ¡Aquello sí era real! Encendió el ordenador, inició sesión en el tuenti y lo buscó. Había varios Cristian Álvarez, pero enseguida reconoció cual era su objetivo.  Lo agregó y luego subió la foto. Se etiquetó pero como él todavía no había aceptado su petición de amistad no lo pudo etiquetar. El tiempo parecía pasar lento, los segundos no corrían. Estaba impaciente porque aceptara esa petición, y los diez minutos siguientes se le hicieron eternos, le dio al botón inicio unas cien veces por minuto y por fin aceptó. Se apresuró a etiquetarlo y luego miró su perfil.                                                                                                                      Recorrió todas sus fotos unas diez veces, observó todos los detalles de su piel una y otra vez, volvió a perderse en el azul de sus ojos, y aunque sólo fuera fotografías aquello parecía tan real que casi podía tocarlo, y ¡cómo le habría gustado tocarlo!                                                                                                                                                                            Después de haber vuelto a repasar sus fotos otras diez veces más, le dio a Inicio y vio que tenía un nuevo comentario en una foto, ¡su foto!
“Tenías razón no está nada mal”.
Y le contestó:
“¿Lo ves? La pondré de principal.”
A lo que él respondió:
“Estoy conectado desde el móvil, yo no puedo”
Pero le dio igual y la puso de principal, entonces vio que le hablaban por el chat, era Laura.
-Ese chico es quien yo creo ¿no?
-Si.- y puso una cara sonriente.
-Vero te va a odiar. – puso acompañado de un guiño.- ¿Qué tal la tarde?
-Muy bien, pero ya te contaré mañana, cuando estén todas.
-Ok, pues ya hablaremos.- y se fue.
Miró a la chica que estaba dormida en su cama. Era incluso más guapa que las otras que habían pasado por allí y eso que él sólo admitía lo mejor. Su flequillo recto y sus ojos color miel le daban un aspecto un tanto aniñado y a la vez la hacían más irresistible, pero Sandra de niña ya tenía muy poco. Y sin embargo, a pesar de tenerla en su cama como muchas otras veces, en su cabeza sólo resonaba un nombre que no era el suyo. Ariana. Ariana. Ariana. Cogió el móvil y volvió a mirar la foto. Era tan preciosa, tan dulce, tan frágil, tan diferente… Y aquellos enigmáticos ojos lo abducían de tal forma… ¡Necesitaba saber de que color eran! Y otra vez su nombre resonó en su cabeza como un susurro. Ariana. Ariana. Ariana. ¿¡Pero qué coño le estaba pasando!? Él no era así, él no escuchaba nombres en su cabeza. Él no se embobaba viendo una foto ni se obsesionaba con unos ojos. Y sin embargo esta chica se salía del molde. Encendió un cigarro. En realidad le habría apetecido algo más fuerte, algo que lo obligara a dejar de pensar, que apartara esos susurros de su cabeza. Pero su madre estaba a punto de llegar y tenía muy buen olfato para estas cosas. Lo había pillado sólo una vez, pero había sido suficiente. Ya bastante decepción era para su madre que no estudiara y que no trabajara como para que ahora pensara que su hijo era un drogadicto. Ariana. Ariana. Ariana. ¡Pero sal ya, joder! ¿No te das cuenta de que el amor no está hecho para tipos como él?  ¿Qué para él lo que los demás llaman amor él lo llama tortura? No, de ninguna forma caería en ella. Él había visto lo que el amor era capaz de hacer, como podía destruir y no podía permitírselo. Ariana. Ariana. Ariana. ¡Para, ya! ¿No te das cuenta de que él no te hará feliz?  ¿De qué él no quiere ser esclavo de nadie? Y cuando su nombre volvió a asomar por su mente supo lo que tenía que hacer. Olvidarse de ella. ¿Y cuál es el mejor aliado del olvido? La distancia. Sí, tendría que poner distancia de por medio, hacer que se olvide de él para siempre, que no quiera volver a verlo. Y sabía muy bien como, la solución la tenía a su lado, acostada en su misma cama.

Volvió a darle a inicio lo que le recordó la página de tuenti de “El número de veces que le das a Inicio es  directamente proporcional a tu aburrimiento” Sonrió. Muchas de las páginas que había tenían tanta razón… Y ahí en novedades estaba él, con una foto distinta a la de antes de principal y un nuevo estado.
 Tú,27.                                                                                                                                                           
¿Veintisiete? ¿¡Que día era hoy!? Se levantó a toda prisa y fue a mirarlo al calendario, hoy era veintisiete. ¡No podía ser! ¡Qué capullo! Miró si había comentarios en el estado, o cualquier cosa pero nada, ¿quién era ella? ¿Sandra? ¿Otra? Cerró el tuenti desganada  y se metió en la cama, se apreté contra las sábanas lo más fuerte que pudo para amortiguar el ruído y sin poder evitarlo empezó a llorar. Se sentía frustrada, engañada, traicionada.Había caído de la nube de golpe y ahora se encontraba de frente con la realidad donde no todo era tan fácil y bonito. En una realidad dónde nunca podría decirle “te necesito” o “te extraño”. Dónde nunca podrá decirle que sí, que se pone celosa cuando está con otras y no con ella. Que las ganas de abrazarlo últimamente se están convirtiendo en algo habitual. Dónde nunca podrá decirle que pienso en él todo el día y sueña con él cada noche. Que sí sonríe es solo por él y si se levanta cada mañana es simplemente para poder verle. Dónde nunca podrá decirle que lo dejaría todo por estar siempre junto a él y que todo siguiera tan perfecto como aquella tarde. Dónde nunca podré decirle que es lo más importante, la única persona que realmente es imprescindible en su vida. Y, aunque duela, se topaba de frente con una realidad donde nunca podrá decirle que lo quiere más que a nada o nadie en este puto mundo que parece detenerse cada vez que está con él. Dónde nunca podrá decirle que de tanto mirarlo, hasta se le olvidó respirar. Y es que ya se sabe que cuanto más alto subes, más fuerte es la caída.

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