lunes, 6 de agosto de 2012

Capítulo 4

Nada. Otra vez le habían dicho que lo volverían a llamar. Puta crisis, así no encontraría trabajo ni de coña. Tendría que ponerse otra vez a estudiar, su madre se lo había dicho muy claro.

-O estudias o trabajas, pero no puedes estar así, sin hacer nada.

¿Es que no se daba cuenta que no servía para los estudios? Había sido un milagro conseguir sacarse el bachillerato, pero no podía pedirle más. De todas formas no podría ir a la universidad, había decidido no hacer la selectividad. También tuvo bronca con su madre por eso. Sabía que había hecho mal ahí, que debería haberla hecho de todas formas para no cerrarse puertas. Pero a lo hecho, pecho. Bueno, siempre le quedará la formación profesional… ¿Pero qué coño? No, de ninguna manera va a estudiar. Se pondrá a trabajar y así no tendrá que volver a pedirle dinero a su madre. Se acabarán las explicaciones, las mentiras y depender de ella. Ahora solo falta encontrar trabajo.

Mira el reloj. Las cuatro y media. Si no se da prisa llegará tarde y, conociendo a Sandra no le haría ninguna gracia. Además no estaban viviendo su mejor momento. Sí, mejor sería no hacerla esperar y tenerla contenta. Así que se puso a correr. No se le daba mal, era rápido y tenía bastante aguante, con un poco de entrenamiento… Cruza la calle y dobla la esquina. Va tan concentrado que casi se choca con el niño que lleva la camiseta del Barça. Sería la segunda vez que se choca con alguien en el mismo día. Sonríe al recordar a la chica de la mañana. Era muy guapa, eso nadie lo podía negar. Si no fuera porque llevaba prisa se habría quedado más tiempo con ella. Quizá hasta le habría pedido su número. Sí, probablemente sí. Una chica más para su colección. Por supuesto Sandra no sabía nada de aquello, se habría puesto celosa. A veces no la acababa de entender. Se supone que la gracia de tener una relación abierta es no tener que dar explicaciones a la otra persona y cuando te da el calentón la llamas sin ningún compromiso. Sólo esperaba que no se estuviera enamorando de él, entonces tendrían que dejar lo que tenían. El sexo le daba igual, pero su amistad ya era otra cosa. Eran muchos años juntos, prácticamente toda la vida. Gira a la izquierda y llega. Las cinco menos cuarto. Justo a tiempo. Timbra. Nadie contesta. Timbra otra vez. Cuando está apunto de hacerlo una tercera por fin contestan.

-¿Hola?

-Sandra, soy yo, Cristian.

-Entra.

El edificio no tiene ascensor, así que le toca subir escaleras. Lo hace de dos en dos aunque en realidad ya no tiene prisa. Cuando llega al tercer piso el bulldog francés de Sandra sale a su encuentro. Corretea por todas partes. Le salta. Da vueltas. No se queda contento hasta que el chico le acaricia.

-Vamos, chico.- y el perro, contento, obedece.

Cuando llega al cuarto ya tiene la puerta abierta.

-¡Cierra la puerta al entrar!- grita Sandra.

Cristian espera a que entre el perro que va directo a la cocina. Ve como se lanza a beber. Después le hace caso y cierra la puerta. Se dirige al salón. Está vacío. Se sienta en el sofá y enciende la televisión. No está cómodo y se tumba, pone los brazos detrás de la cabeza. En la pared ve una fotografía enmarcada. En ella sale Sandra, tendría unos trece años cuando se la sacaron. Ese verano se había cortado el flequillo recto, todavía lo lleva así hoy. Llevaba puestas unas gafas de sol y una camiseta rosa. Recordaba aquella camiseta de las largas tardes de verano que habían pasado en la playa cinco años atrás.

Todavía no puede creerse que su madre lo hubiera obligado a ponerse esa camiseta rosa. ¿En qué estaba pensando? ¿No se da cuenta de que todos sus amigos del verano se reirán de él? Suerte que va para la playa y enseguida podrá sacársela. Sí, en cuanto pise la arena lo hará. Está bajando por el paseo cuando la ve. Tiene suerte, está sola. Lleva puestas sus Ray Ban Wayfarer en negro
y un bikini de rayas azul marino y blanco. Está tomando el sol mientras escucha música en su iPod. Rápidamente se saca la camiseta y la esconde detrás de su espalda. Con cuidado se sienta en su toalla, escondiendo la camiseta, y le roba un casco. Está escuchando Umbrella de Rihanna. Se saca las gafas, el casco que le queda y lo mira.

-¿Qué escondes ahí? – pregunta.

-¿Ahí dónde?

-¡Aquí! –y le saca la camiseta de su escondite.- ¡Oh, pero si es rosa! ¡Qué bonita! – se burla.

-¡Trae! –contesta enfadado. ¿Cómo se habría dado cuenta?- Sólo la llevo porque mi madre me ha obligado.

-No te creo. Lo que pasa es que te da vergüenza reconocer que te gusta el rosa.- dice tratando de provocarlo.

-¡Para nada, estás equivocada, no me gusta nada! – la niña se ríe.- Es más te la regalo. Toma.

Ella la coge y se la prueba. Le queda grande, pero le gusta. Por otro lado, ¿cómo no le va a gustar si es de él?

-¿Cómo estoy?- pregunta a la vez que da una vuelta sobre si misma.- ¿Me queda bien?

-Ya te he dicho que la camiseta no me gusta nada.

-Claro, lo que pasa es que a ti no te gustan las chicas.- otra vez intenta provocarlo. Le encanta.

-¿Qué has dicho? –pregunta él enfadado.

-Lo que oyes, que a ti no te gustan las chicas.

-¿Por qué lo dices?

-Está claro, te encanta el color rosa y no te gusta mirarme. Eres el único, ¿o no te has fijado en el resto la pandilla? Todos me prestan atención, menos tú, sólo piensas en jugar.

Era cierto, este verano sus amigos eran distintos. Ya no les importaba tanto pasar la tarde en la playa jugando al fútbol. Ahora todos estaban más pendientes de Sandra, la única chica del grupo, y de las otras chicas de la playa. Ya contaban el número de chicas que habían besado y competían para ver quien ligaría más este verano. A él todo aquello aún no le acaba de interesar. Todavía no se había besado con ninguna chica y, a pesar de que Sandra hubiera cambiado mucho y empezara a convertirse en toda una mujercita, no le interesaba demasiado. ¡Pero aun así tenía claro que lo suyo eran las chicas!

-¡Qué tontería! A mí me gustan las chicas.- replicó molesto.

-Pues demuéstramelo.

-¿Cómo? –quiso saber.

-Eso ya es cosa tuya.

Entonces una idea pasó por su cabeza. Sí, tal vez funcionaría y la haría cambiar de opinión. O bueno… en el peor de los casos la mantendría con la boca cerrada un par de segundos. Torpemente acercó su cara a la suya. Recordaba, de haber visto en alguna película, que ahora debía inclinar la cabeza. Así que lo hizo bruscamente. Y, ante la sorpresa de la chica del flequillo recto, juntó sus inexpertos labios con los de ella que también eran primerizos en eso. Y estuvieron así un par de segundos, experimentando, sintiendo, practicando, probando, hasta que él decidió apartarse.

-¿Convencida?- preguntó.

-Un poco.-mintió.

Desde el principio había estado de broma. ¿Cómo iba a pensar que al chico que le gustaba en secreto no le gustasen las mujeres? ¡Sería cerrarse puertas antes de tiempo! Pero él nunca sabría nada de esto, al menos no por ahora, había decidido mantenerlo en secreto. Eran demasiados años de amistad, prácticamente toda la vida juntos… Sin embargo, esa forma de demostrárselo le había gustado y lo que Sandra realmente pretendía con ese "un poco" era que se lo volviera a demostrar sin levantar sospechas. Ahora que él había sido el primero lo tenía claro, también sería el último.

-¿Sólo?

Asintió. ¿Tan mal lo había hecho que no la había convencido? La verdad es que en las películas parecía distinto, más bonito… Sí, seguro que no lo había hecho bien pero con algo más de práctica… Así que volvió a intentarlo, esta vez menos forzado, más natural, ya tenía más claro lo que hacer. Justo cuando se separaron pudieron ver que no estaban solos. Todos sus amigos del verano los observaban.

-¡Joder, y yo que pensaba que te iban los tíos! – gritó uno de ellos haciendo estallar en risas a todos.

Y tal vez por que la duda ofende o porque no hay dos sin tres volvió a besar a la chica de la camiseta rosa.

Sonrió. Ese verano no hubo más besos, pero tampoco discusión. Ahora, a pesar de no ser nada, de tener una relación abierta, sí que discuten cuando no los hay, o cuando llega tarde, o cuando se olvida de algo… Como habían cambiado las cosas desde entonces. Como se habían complicado... Después su vista se para en otra en la que aparecen Sandra y el perro. Si sus padres supieran que su pequeña princesa ya no es ni tan pequeña ni tan princesa… Se concentra de nuevo en la televisión.

-Tú como en tu casa, ¿no?- dice Sandra pícara. Está apoyada en el marco de la puerta en una posición muy insinuante.

Cristián sonríe.

-Paso más tiempo aquí que en mi casa.

-Será que te trato muy bien.- y esboza una sonrisa maliciosa. Lo está intentando provocar. Los dos lo saben. Por si fuera poco lleva puestos esos shorts que tanto le gustan a él. Eso ella también lo sabe. Son cortos, muy cortos y dejan ver sus larguísimas piernas. La camisa también tiene un par de botones desabrochados.

-Que no te quepa la menor duda.

Entonces Cristian se levanta. Ya no aguanta más. Va directa hacia ella y la besa. Sandra le responde con la misma intensidad. Hoy no tiene ganas de hacerse de rogar. Si se había dejado sin abrochar esos dos botones era por algo y lo había conseguido. La atrae hacía si y la agarra por la cadera. Ella ya ha empezado a sacarle la camiseta. Él la imita y se pone a trabajar con el resto de los botones. Para un segundo. Se fija en su sujetador. Es de encaje negro.

"Es nuevo" piensa.

Ella sonríe, sabe que se ha dado cuenta. Pero la pausa dura muy poco. Sus cuerpos les piden que continúen, que se acerquen todavía más. Ellos no se resisten y obedecen. Poco a poco la ropa empieza a desaparecer y el roce comienza a ser mayor. Finalmente se abandonan el uno al otro y acaban en el sofá.
 


-Te llamo luego, ¿sí? – dice Sandra en la puerta.

-Vale.- contesta Cristian antes de bajar las escaleras.

Está bien, si se enamorase de él también echaría de menos el sexo con ella. Abre la puerta y sale a la calle. Mira la hora. Las siete. Todavía tiene tiempo de ir a tomar algo. Saca la Blackberry del bolsillo y busca en la agenda de contactos el número de su amigo Rubén. No hay resultados. ¿Cómo no va a haber resultados? Prueba otra vez. Nada.

"Vaya mierda de móvil"

Está apunto de bloquearlo cuando ve el fondo de pantalla. En él aparecen cuatro chicas. Una rubia, preciosa, dulce. Una morena, mona, que posa con frescura. Otra morena, pero está es explosiva, sensual, con un cuerpazo de infarto. Y luego la chica de está mañana. Se detiene especialmente en ella, ahora puede analizarla con más lentitud. Si las otras eran guapas, esta lo es todavía más. Posee la dulzura de la primera, la frescura de la segunda y el cuerpazo de la última. Una mezcla peligrosa, sin duda. Se queda un tanto desconcertado. Entonces entiende lo que ha pasado. Cuando chocaron esta mañana la chica se llevo su móvil por equivocación.

Saca del bolsillo una cajetilla de tabaco. Coge un pitillo. Lo enciende. Da la primera calada. Expulsa el humo. Sonríe. Bueno, parece que la suerte está hoy de su lado. Ahora ya tiene su número, podrá volver a verla. Y lo mejor de todo, podrá probarla.
 

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