jueves, 30 de agosto de 2012

Capítulo 13

 Y los labios de Dani comenzaron a rozar los suyos, era suave, dulce, lento pero con sentimiento. Le gustaba aquello, era fácil dejarse llevar, se sentía segura entre aquellos brazos. Entonces Dani desapareció y en su lugar un chico de ojos de un azul precioso empezó a besarle, no podía ver nada más allá de aquel azul mar y no conseguía saber quién era.  Aquel beso era distinto, estaba cargado de intensidad y de pasión. Si en el anterior podía dejarse llevar en este no podía escapar. Ese beso no sólo le gustaba sino que hacía que sus pulsaciones aumentaran a un ritmo vertiginoso. Tenía la sensación de que en aquel momento podría hacer absolutamente todo lo que se propusiera. Abrió los ojos para tratar de conocer la identidad de aquel chico pero se quedó completamente paralizada al sentir sus caricias. Las mismas caricias que le hacían temblar. En ese instante comprendió quien era el chico que conseguía descontrolarla.
-Cristian.- susurró y esta vez sí consiguió abrir los ojos.
El sonrío y desapareció, en su lugar volvía a estar Dani que la abrazaba y limpiaba sus lágrimas.

Se despertó entre jadeos y al igual que en el sueño su corazón estaba desbocado y sus ojos humedecidos. ¿Por qué cuando había tratado de alejarse de él, y parecía que lo estaba consiguiendo, volvía a aparecer? Después estaba Dani, que le ayudaba y consolaba en los momentos difíciles, al igual que un amigo. Como un amigo, y ese era un gran problema. Él no era su amigo, era su novio.                                                       Intentó dormirse otra vez pero era imposible. Dio vueltas y vueltas en la cama. Se puso de lado, mirando hacia arriba o hacia abajo. Hasta que por fin lo consiguió.

Estaba de espaldas pero podía ver su pelo liso castaño, más claro de lo normal porque el sol le incidía de pleno. Se puso a llamarlo, gritarle pero no se giraba, no parecía estar escuchándola. Entonces echó a correr hacía él y cuando consiguió estar a su lado le agarró la mano. En cuanto sus dedos se entrelazaron la soltó y volvió a irse dejándola sola. Aquella vez ya no estaba Dani para levantarla, dependía única y exclusivamente de si misma pero no tenía las fuerzas suficientes para reaccionar. Así que se quedó allí tirada en el suelo oyendo el viento y sintiendo las lágrimas resbalar por sus mejillas.
¡Pii!
¡Piiiiii!
¡PiiiiiiiPiiiiiPiiiiiiPiiiiiiiiiiiiiiii!

De camino al instituto no podía sacarse los sueños de la cabeza. El día anterior había sido tan perfecto, había estado tan cerca de olvidarlo, de poder sonreír… Ahora en cambio tenía un par de sueños que la rompían por dentro y un novio al que dudaba querer como algo más que amigos.                                                                                                                                                                Ahora sabía que no estaba equivocada del todo, nadie deja de querer de la noche a la mañana. Ella por su puesto no era una excepción, quería a Cristian sin ninguna duda. ¿Pero cómo había sucedido aquello en a penas dos días?                                                                                                                                     Dicen que un clavo saca otro clavo, ¿será verdad? No lo sabía, pero trataría de averiguarlo, pensaba aferrarse a Dani como si fuera lo único que tuviera, recuperar las sonrisas del día anterior y seguir experimentando cada uno de aquellos cálidos besos. Sí, Dani era con quien debía estar. Aquellos sueños sólo eran eso, sueños. Y aunque sonara egoísta por su parte, Dani sería quien le ayudaría olvidar. Aprendería quererlo tanto o más que a Cristian y todos aquellos sueños y tristeza desaparecerían dejándole volver a ser la misma de siempre, la Ariana tímida pero feliz, alegre y divertida, no podía ser de otra manera. No pensaba dejar que toda la alegría se esfumara otra vez, no quería tener que llorar, no quería volver a ver la preocupación en los ojos de Erica.                                                                                                                 Se propuso guardárselo todo dentro, hacer como si nada y poner la mejor de sus sonrisas. Al mal tiempo buena cara. Y así, camuflando todos sus pensamientos y sentimientos con una gran sonrisa, llegó al instituto con Erica ya esperando.
-Hola.- dijo esperando que no se diera cuenta.
-Hola.- contestó sin percatarse de nada. Suspiró.
-¿Y ese suspiro? – preguntó Erica.
-Cansancio, nada más.- contestó casi rezando para que se creyera aquella excusa barata.
-Mmm…- las dudas comenzaron a acechar a Erica. Ariana se ponía más nerviosa a cada segundo que pasaba.- Pues estamos a martes, ¡quiero ver como llegas al viernes! – bromeó.
-Pues muy mal, eso seguro.
-Tendrás que maquillarte para tapar las ojeras.
-Esperemos que no sean para tanto.
-Yo también lo espero, que sino el sábado…
-¿Ya estás pensando en el sábado?
-Lo mejor de la semana son los sábados.
-Desde luego que sí.
-¿Lo ves?
-Lo veo, lo veo. Y…¿hay alguna novedad acerca de esa bonita canción?
-Sí, bueno… - le encantaba darle intriga a la cosas.
¿Bueno…?– a Ariana, en cambio, la sacaba de quicio.
-He hablado con Yago y… - otra vez poniéndole emoción hasta el último segundo.
-¿Y…? – empezaba a ponerse nerviosa.
-¡Estamos juntos!
-¡No me lo creo! – dijo realmente entusiasmada, esta vez sin tener que fingirlo.
-Pues créetelo.
-¡Es genial!
Entonces comenzó a relatarle toda la noche anterior. El mensaje, la playa, el olor a menta, sus ojos tapados. Y luego la vieja cabaña del socorrista y como la había transformado. Poco después llegó Laura y Vero fue la última. Venía sonriendo, feliz y lo primero que dijo al llegar fue:
-¡Adivinad con quién estuve ayer a la noche!
-Hola, y tal  ¿no? – dijo Laura.
-Eso es menos importante. – respondió Vero.- Venga, adivinadlo.
-No sé… - dijo Erica.
-Yo menos. – refunfuñó Laura que se había ofendido con la contestación de Vero.
-Mmm… con el número tres, ¿a lo mejor?
-¡Premio!- chilló emocionada.
-¿Y qué hicisteis? – preguntó Laura inocente.
-¡A ti qué te parece! – y todas, menos Laura, se echaron a reír.
Todas parecían tan felices aquella mañana que descartó por completo la idea de contárselo. Y así día tras día se fue comiendo sus sueños, sus lágrimas, su tristeza. Lidiaba como podía con aquel vacío que sentía, con aquellos besos que no conseguían despertar demasiado en ella, con el chico de mis sueños que parecía más real que fantástico. Trataba de diferenciar lo que era real de lo que no, y en ocasiones aquello era demasiado difícil. Se limitó a dejar pasar los días y no a vivirlos, a recibir besos que no sabían a nada, a escuchar conversaciones. Como quién ha perdido el tren y no se atreve a subirse al siguiente.

Capítulo 12

-Un paso más y…- sacó la mano de sus ojos dejándole ver.
No podía creérselo, había cambiado por completo el aspecto de la vieja cabaña del socorrista. Miró a su alrededor asombrada por el cambio. No había rastro de las telarañas, de las botellas rotas, del polvo, de los preservativos usados ni de aquel horrible olor a cerrado. Ahora toda aquella suciedad había desaparecido dejando ver todas y cada una de las vetas de la vieja madera. A través de las ventanas podía verse la playa con total claridad, antes habría sido imposible. Sobre el alféizar había colocado un montón de velas, la única iluminación de la cabaña, que mezclaban sus aromas en un aire que olía a fresa y a vainilla y a mora y a menta. En el suelo, una manta morada estaba plagada de cojines de todos los colores. Todo aquello creaba una atmósfera mágica. Entonces, el sonido de las olas comenzó a fundirse con las primeras notas arrancadas de una guitarra seguidas de aquella voz, ahora familiar después de haberla oído tantas veces en las últimas horas, y esas palabras que tanto la hipnotizaban. Por un momento se concentró en ellas y se olvidó de quien tenía al lado. Y cuando los labios de él rozaron su oído hubo magia. Pero magia de verdad, no de esos trucos baratos en los que el mago saca un conejo de la chistera, magia de la buena.
-¿Qué te parece?- le susurró.
-Esto es increíble.
-Me alegro de que te guste. ¿Nos sentamos?- preguntó conduciéndola a la manta.
-¿Cómo has hecho todo esto?- quiso saber todavía sorprendida.
-En cuanto salí del entrenamiento vine hasta aquí y bueno… con un poco de ayuda de los chicos conseguí acabarlo a tiempo.
-Y, ¿por qué lo has hecho?- y esa era la pregunta que realmente le importaba.
-¿No es evidente?
-Bueno… tengo alguna teoría.-dijo sonriendo.
-Prueba, a lo mejor aciertas.
-No, no, quiero oírlo de ti.
-Pues verás…- empezaba a ponerse nervioso y todos sus músculos se tensaron, no era bueno expresando lo que sentía, no lo hacía a menudo- hace ya bastante tiempo que nos conocemos, y bastante tiempo que somos amigos, buenos amigos. Pero no puedo negar que desde hace un tiempo ya no te veo como amiga. O sea, no es que no quiera ser tu amigo, que no quiero, pero no por lo que tu crees… ¡Dios, ya te había avisado de que se me dan mal estas cosas!
Ella se río, para darle fuerzas, para animarle a seguir. Lo conocía y sabía que esto no era fácil para él, no se sentía cómodo expresando sus sentimientos.
-Inténtalo, quiero oírlo.
Él suspiró. Después de haberse tomado tantas molestias y de haber preparado todo aquello por ella tenía que decírselo, no podía dejar escapar aquella oportunidad.
-Lo que quiero decir es que en las últimas semanas me he fijado en ti, de otra forma distinta, y me gusta lo que veo. Erica, me gustas tú.-suspiró aliviado de haberlo soltado.- ¿Qué tal?
-Perfecto.- dijo sonriendo.
-¿Coincide con tu teoría?
-Cada palabra y cada pausa. Y me gusta lo que he oído, Yago, me gustas tú.
Al oírlo todos sus nervios desaparecieron. Su cuerpo, hasta ahora en tensión, se relajó por completo. Sus labios comenzaron a esbozar una sonrisa, esa sonrisa que a ella tanto le gustaba. Aunque por otro lado, ¿qué no le gustaba de él?                                                                         Se miraron directamente a los ojos, desnudándose el uno al otro, leyéndose la mente, descifrando sus intenciones. Ambos coincidían en algo y no lo hicieron esperar, ya se habían contenido demasiado. Se besaron, se mordieron, se probaron. Y no fue suficiente. Se besaron con más intensidad, se mordieron más fuerte, probaron cosas nuevas. Y ambos querían más.
-¿Quieres?- preguntó él con la voz entrecortada.
Ella no contestó con palabras, pero la respuesta fue más que clara. Está claro que a veces no hacen falta palabras. Se aferró más a él, y todavía sentían que había demasiada distancia. Una barrera de ropa los separaba, pero no era demasiado difícil derribarla y en seguida consiguieron atravesarla. Fuera hacía el frío típico de febrero, dentro estaban en pleno agosto.
Y ahora el aire olía a fresa, y a vainilla, y a mora, y a menta y a amor.

lunes, 20 de agosto de 2012

Capítulo 11

-Hola Dani.-respondió confusa.- ¿Cómo has conseguido mi número?
-Una de tu clase me lo dio.
-Ah.
-Gracias por lo de hoy, no te imaginas lo feliz que soy.
-No hay que darlas, yo también soy feliz.- y no sabía si aquello era verdad o no.                                  Se quedaron en silencio, un silencio un tanto incómodo. Ninguno de los dos sabía que más decir. Ella quería colgar para evitar ese silencio, él buscaba algo que decir para seguir aferrándose aquel teléfono y  prolongar aquel momento. Finalmente ella ganó aquella batalla.
-Bueno, tengo que dejarte. Mañana te veo.
-Sí, mañana nos vemos. Adiós Ari.
-Adiós Dani.- y él fue el primero en colgar.                                                                                                                             
-Era Dani, ¿no? – preguntó Laura y ella asintió con la cabeza.
-Pues entonces te lo perdono. – dijo Erica.
-Muy amable. – bromeó.
-¿Qué quería?
-Darme las gracias… por hacerlo feliz.
-¡Jo, qué mono!
Después de andar unos diez minutos juntas se separaron y emprendieron caminos distintos hacia sus casas. Agarró su Blackberry y se quedó mirando la pantalla. Si se esforzaba todavía podía verla en sus manos. Agitó la cabeza antes de que aquellos pensamientos la dominaran por completo y guardó el número de Dani.
Al llegar a casa se puso a hacer los deberes de matemáticas. No, no los había hecho y sí, le había mentido Erica. Cuando pasó cerca de media hora y vio que, efectivamente eran imposibles se dio por vencida y llamó a Laura.
-¿Qué tal esos deberes de matemáticas?
-Muy fáciles, ¿no? – respondió Laura.
-¿Me los pasas? – escuchó un resoplido.
-Está bien. – y le dictó una por una todas las operaciones y resultados de cada uno de los ejercicios.
-Muchas gracias, ¡me has salvado la vida!
-No te servirá de nada si no los entiendes.
-Ya veremos.
-Eres imposible.- contestó.
-Pero te encanto.
-Eso es verdad. Tengo que ir a cenar, adiós.
-¡Chao!
Bueno, ya tenía hechos los deberes de matemáticas y se fue a cenar.

Cenaba con tranquilidad, sin prisa, a pesar de que todo su cuerpo le pedía que se apurara y se fuera a su habitación inmediatamente a escuchar la canción de Yago. Había escuchada en Pulseras Rojas que si esperas treinta minutos antes de ver algo importante la intriga desaparece y puedes afrontar mejor lo que se oculta tras ese sobre, ese mensaje o esa canción. Y así lo haría. Los trillizos tampoco se daban mucha prisa. La ensalada no era el fuerte de ninguno. Hugo separaba cuidadosamente el tomate de la lechuga. Aarón daba vueltas con el tenedor en el plato. Altea trataba de apurar aquellos últimos bocados que se hacían eternos. Quería levantarse e irse a su habitación, encerrarse en su mundo. Y es que la pequeña no acaba de encontrar su sitio en su familia, se sentía diferente. Ser la única morena en una familia de rubios no le sentaba nada bien. A sus catorce años ya comenzaban a aflorar las primeras inseguridades con su físico. Se miraba en el espejo y no se sentía ni la mitad de guapa que su hermana tan rubia, tan espectacular... Dio el último bocado a la ensalada y se levantó de golpe.
-Buenas noches.- dijo secamente y se marchó sin dar tiempo a una respuesta.
El resto siguió cenando sin darle importancia a lo que, como muchas otras noches, acababa de ocurrir. Al final los dos niños se salieron con la suya y dejaron mitad de la ensalada. Entre risas se fueron al salón.
-Ya te ayudo yo, mamá.- dijo Erica sonriendo.
Y juntas comenzaron a recoger la mesa cuando sonó el teléfono.
-¡Cojo yo, es para mí! – dijo Aarón feliz suponiendo que sería la llamada que había estado esperando todo el día.- ¿Hola? Ah sí, ahora te la pongo.
Y frustrado le entregó el teléfono a su hermana mayor.
-¿Hola?- preguntó Erica.
-¡Hola!- contestó Ariana.
-Pensé que te habías olvidado ya de mis deberes, o que no los tenías hechos. – dijo dejando ver que se decantaba por la segunda opción.
-Bueno… mejor no preguntes ¿sí?
-Pues pregunto, pregunto.
-Digamos que es una mezcla de las dos.
-¿No los tienes hechos?
-Sí, sí pero…
-¿Pero?
-A mí tampoco me salieron, me los dijo Laura.- y se rió de ella..
-Pues dímelos ¿no? – y le dictó todos aquellos números que carecían de sentido para ambas, Laura tenía razón no le iba a servir de nada.

-… igual a doscientos cincuenta y tres.
-¿Algo más?
-No, ya están todos.
-¡Por fin! – resopló.
-¿Entendiste algo?
-¿Yo? ¡Para nada!
-Bien, ya somos dos.
-Ya nos lo explicará Laura antes del examen.
-Pues como casi siempre ¿no?
-Sí. – y ambas se rieron.
Normalmente antes de los exámenes de matemáticas íbamos a casa de su genio particular para que les aclarara las dudas, aunque acababa explicándoles el tema entero.
-Por cierto ¿has hablado con Yago?
-No, tan si quiera he escuchado la canción.
-¿Qué esperas? ¡Ponla que yo también la quiero oír!
-Voy, voy. – y comenzó a teclear en el ordenador.- Ya estoy en You Tube… ahí está. – Carlos Salem, Co-razones, un click y empezó a sonar.
“No hace falta que me digáis eso de que perdéis la cabeza por eso de que sus caderas...                 Ya sé de sobra que tiene esa sonrisa y esas maneras y todo el remolino que forma en cada paso de gesto que da. Pero además la he visto seria, ser ella misma, y en serio que eso no se puede escribir en un poema. Por eso, eso que me cuentas de que mírala cómo bebe las cervezas, y cómo se revuelve sobre las baldosas y qué fácil parece a veces enamorarse.
Todo eso de que ella puede llegar a ser ese puto único motivo de seguir vivo y a la mierda con la autodestrucción...Todo eso de que los besos de ciertas bocas saben mejor es un cuento que me sé desde el día que me dio dos besos y me dijo su nombre.
Pero no sabes lo que es caer desde un precipicio y que ella aparezca de golpe y de frente para decirte, venga, hazte un peta y me lo cuentas. No sabes lo que es despertarte y que ella se retuerza y bostece, luego te abrace y luego no sepas cómo deshacerte de todo el mundo.
Así que supondrás que yo soy el primero que entiende, el que pierdas la cabeza por sus piernas y el sentido por sus palabras, y los huevos por un mínimo roce de mejilla.
Que las suspicacias, los disimulos cuando su culo pasa, las incomodidades de orgullo que pueda provocarte, son algo con lo que ya cuento. Quiero decir que a mí de versos no me tienes que decir nada, que hace tiempo que escribo los míos.
Que yo también la veo. Que cuando ella cruza por debajo del cielo solo el tonto mira al cielo. Que sé como agacha la cabeza, levanta la mirada y se muerde el labio superior. Que conozco su voz en formato susurro, y formato gemido y en formato secreto. Que me sé sus cicatrices, y el sitio que la tienes que tocar en el este de su pie izquierdo para conseguir que se ría, y me sé lo de sus rodillas, y la forma de rozar las cuerdas de una guitarra. Que yo también he memorizado su número de teléfono, pero también el número de sus escalones, y el número de veces que afina las cuerdas antes de ahorcarse por bulerías.
Que no sólo conozco su última pesadilla, también las mil anteriores, y yo sí que no tengo cojones a decirle que no a nada porque tengo más deudas con su espalda de las que nadie tendrá jamás con la luna.
 Y mira que hay tontos enamorados en este mundo.
Que sé la cara que pone cuando se deja ser completamente ella, rendida a ese puto milagro que supone que exista. Que la he visto volar por encima de poetas que valían mucho más que estos dedos, y la he visto formar un charco de arena rompiendo todos los relojes que la puso el camino, y la he visto hacerle competencia a cualquier amanecer por la ventana: no me hablen de paisajes si no han visto su cuerpo.
Que lo de "Mira sí, un polvo es un polvo", y eso del tesoro pintado de rojo sobre sus uñas y sólo los sueños pueden posarse sobre las cinco letras de su nombre.
Que te entiendo. Que yo escribo sobre lo mismo. Sobre la misma. Que razones tenemos todos. Pero yo, muchas más que vosotros.
No se lo podía creer, esto era que sí, que sentía lo mismo que ella, que podrían empezar algo, que podía ser feliz junto a él.
-Guauuuuuu… - dijo Ariana entre suspiros.
-Guauuuuuu…- repitió Erica.
-¡Menuda canción!
-Espera, voy a cambiar mi estado.
-¿Qué vas a poner?
-“Que cuando ella cruza por debajo del cielo solo el tonto mira al cielo”
-Es… perfecta.
-¿El qué?
-La frase, la canción, tú, él… ¡TODO!
-Si pudiera ahora mismo gritaría de felicidad.
-¿Qué te lo impide?
-¿Los vecinos?, ¿mis padres?
-¡Grita!- y obedeciendo se puso a gritar y en cada uno de sus gritos podían verse destellos de luz que mostraban todo lo feliz que era en ese momento y Ariana también se puso a gritar con ella porque si Erica era feliz ella también lo era.
-Tengo que colgar, mis padres vendrán a preguntarme porque acabo de gritar en cualquier momento.
-Tengo la sensación de que los míos tampoco tardarán.
-Adiós Ari.
-Adiós y me alegro un montón de todo lo que te está pasando, me gusta verte chillar y ser feliz.
-Gracias.- y colgaron.
Tenía ganas de llamarlo, de hablar con él, de escuchar su voz, su risa. Tenía ganas de verlo, ver su sonrisa, la forma en la que arruga la nariz. Ganas de besarlo por primera vez y para siempre. Tenía ganas de abrazarlo, tocarlo, sentirlo, escucharlo. Tenía ganas de él. Y como si alguien hubiese leído sus pensamientos le llegó un mensaje al WhatsApp.
¿Nos vemos en una hora en el paseo de playa para hablar?
Su respuesta, afirmativa, no tardó en ser enviada. Miró el reloj. Las once y media. Dudaba mucho que su madre le dejara salir un lunes a esas horas, así que tendría que escabullirse sin que ella se enterara. Sin hacer ruido se sacó el pijama y abrió el armario. Ahora mismo deseaba tener el armario de su mejor amiga, entonces sí que tendría donde elegir. Al final cogió unos vaqueros muy ajustados, una camiseta de encaje blanco y la chaqueta de cuero negra. Se maquilló un poco, quería estar guapa para él, y pasó cerca de quince minutos decidiendo como llevar el pelo. Cuando consideró que ya estaba lista salió de la habitación a hurtadillas y con mucho cuidado cerró la puerta. Se giró y vio a Altea en el pasillo.
-Joder Altea, me has asustado.- dijo susurrando.
-¿Qué haces vestida?
-Voy a salir.
-¿Lo sabe mamá?
-¿Crees que si lo supiera iría con tanto cuidado? – respondió irónica.- Lo siento, ¿me guardarás el secreto?
Y Altea asintió. A pesar de lo mucho que la envidiaba por ser rubia, por ser tan guapa o por ser mejor que ella en todo era la única hermana que tenía y la única que parecía entenderla de vez en cuando. Le guardaría el secreto o por lo menos se lo callaría hasta que se viera obligada a confesarlo o a utilizarlo.
-Gracias.- le dio un beso en la mejilla y salió corriendo pero sin hacer el más mínimo ruido.
La adrenalina corría por su cuerpo. Era la primera vez que se escapaba de casa y estaba emocionada. La simple idea de que iría a ver a Yago, también ayudaba. ¿A partir de ahora sería siempre así? ¿Tendría que escabullirse por las noches? La verdad es que podría acostumbrase fácilmente, le gustaba aquella sensación.
Llegó sobrada de tiempo, miró a su alrededor pero no lo vio por ninguna parte, por lo que se sacó los zapatos y comenzó a pasear por la arena. Le gustaba el sonido de las olas rompiendo contra las rocas, el sonido de las últimas gaviotas, el olor a mar y el contacto de la arena en sus pies. Le gustaba que Yago hubiera elegido aquel lugar, iluminado tan sólo por las brillantes estrellas y una luna en cuarto creciente. Hacía frío, pero no le importaba en cuestión de minutos estaría con él. Sonrío. ¿Quién podría haber imaginado seis meses atrás que podría volver a sentirse así? ¿Quién le habría dicho que olvidaría? Y ahí estaba, igual o más ilusionada que la última vez. Pero la vida es así, nada dura para siempre y las personas vienen y van. El dolor aparece, se cicatriza, y desaparece. Queremos y odiamos con la misma facilidad. Por cada cosa que recordamos, olvidamos dos. Pero siempre, pase lo que pase, cueste lo que cueste, antes o después terminamos avanzando.
De repente dejó de ver y sintió como una mano le tapaba los ojos.  Aquel olor a menta se le hizo enormemente conocido. Sin duda era él.
-Hola.- le susurró al oído haciéndola estremecer.- Voy a llevarte a un sitio pero no te dejaré ver nada hasta llegar a allí. No te asustes, ¿vale?
Ella asintió y comenzó a andar torpemente, lo de no ver la ponía demasiado nerviosa.
-Tranquila, confía en mí.
Entonces, con la mano que tenía libre, la agarró por la cintura y ella se relajó. ¿Cómo no iba a confiar en él?

Capítulo 10

Después de comer  decidió llamar a Erica y hablar un rato con ella. Al tercer “pii” alguien cogió el teléfono.
-¿Hola?- era la madre de Erica.
-Hola, soy Ariana ¿está Erica?
-Sí, ahora mismo te la pongo.                                                                                                                                                                     Erica y su madre eran prácticamente iguales, ambas tenían melena rubia y lisa y unos preciosos ojos azules. Al igual que Erica, su madre era una persona muy agradable y cálida. Personas como ellas no había muchas. Recuerda una vez en el parque, cuando tenía unos cinco años, que se cayó el suelo y antes de poder echar la primera lágrima ella ya estaba allí ayudándola a levantarse.
-Hola Ari. – dijo Erica.
-Hola.
-¿Has hecho los deberes de matemáticas? ¡Son imposibles!
-¿Qué tal tu cita con Yago?
-¿Qué? ¿A qué viene ese cambio de tema?
-Curiosidad nada más, como aún no me habías contado nada…
-No lo había hecho porque aún no hemos quedado… -notó que su voz sonaba un tanto triste.
-¿Cómo qué no?
-No, no ha tenido tiempo, está muy liado con los entrenamientos.
-¿Tantos días?
-Sí, tiene un partido muy importante o algo así.
-¿Hoy entrena?
-Sí.
-Tengo una idea.
-No me gustan tus ideas.
-A mí tampoco me gustan las tuyas y mira que ha pasado hoy.
-Es que las mías son mejores.
-Arréglate, en diez minutos salgo a buscarte.
-¡Pero los deberes de matemáticas…!
-¡Olvídate de ellos y ponte guapa!- y colgó antes de que pudiera poner otra excusa.
Sin perder el tiempo se cambió la falda por unos vaqueros negros, una camiseta ancha a rayas blancas y negras y unas Vans en rosa. Se hizo uno de sus moños y cogió la Blackberry para mandarles un mensaje a Vero y a Laura.
¿Hace ir a ver un partido de fútbol? 
En menos de un minuto Vero ya había contestado.
No hay nada mejor que hacer, dime sitio y hora.
Poco después contestó Laura
¿Por qué no?
Les mandó el lugar y la hora. Cogió un foulard negro y la chaqueta vaquera. Se despidió de su madre y salió a buscar a Erica.



-Sí, ahora baja.
Tres minutos más tarde Erica estaba abajo. Estaba preciosa, como siempre, llevaba una falda negra, una camisa blanca y un jersey mostaza con lunares negros. Como aún hacía frío medias negras y una gabardina negra.
-¿Me vas a explicar de qué va todo esto?- preguntó un poco molesta.
-Ya lo verás.
-Pero…
-No te preocupes, ya te dejaré copiar los deberes de matemáticas.
-¿Los tienes?
-¿Estás dudando de mí?
-¡Eso nunca! – y se echaron a reír.
Al cabo de diez minutos estaban frente al campo de fútbol.
-Creo que empiezo a captar de que va la cosa.- dijo.
-He invitado a las chicas, espero que no te importe.
-Tranquila, ya se lo he contado todo. Son demasiado listas.
-¡Estamos aquí! – gritaron dos voces desde las gradas.
-¿Lista? – le preguntó a Erica.
-Supongo que sí.
-No venimos a ver un entrenamiento porque de repente te interesa el fútbol ¿verdad?– dijo Laura.
-Pues no, he pensado que si Yago no va a Erica, Erica irá a Yago.
-No te entiendo, – soltó Vero.-  en cristiano, por favor.
-Que si Yago no tiene tiempo para ver a Erica, Erica irá a ver a Yago, ¿entendéis?
-Hoy estáis a hacerme la competencia ¿no? – bromeó Laura y todas rieron.
-¿¡Quién es el número cinco!? – preguntó Vero muy interesada.
-Si consigo hablar con Yago le diré que te lo presente. – contestó Erica y la cara de Vero mostró que estaba satisfecha con aquella respuesta.- ¡Es él, es él, el número siete!
-¿Y ahora qué hacemos Ari?- inquirió Laura.
-Pues no sé, llamar su atención para que sepa que estamos aquí ¿no?
-¿Cómo?
-Pues no se… ¿Gritando?
-¡Número cinco, estás muy bueno!-gritó Vero.- ¿Así?
 -No sé…
-¡Sí así, que el cinco se acaba de girar!
-¿Y quieres que grite “Yago que bueno estás”? – preguntó Erica con voz irónica.
-Eso sabemos que funcionaría.- repuso Vero enseñándole la lengua.
-Tengo una idea, - sugirió Ariana- Vero sigue gritándole al cinco y a lo mejor se acaban girando todos para ver quién es la loca que grita.
-Haré que no he oído la parte de la loca. – suspiró. – Que conste que lo hago para que me presenten al cinco.
-Sí, sí.- le contesté.- Ahora grita.- y se puso a gritar todo lo que se lo ocurría.
-¡Funciona! – gritó Laura. – Yago se acaba de girar.
-¡Erica salúdalo! – mandó Arian y comenzó a saludarlo con la mano.
-¡Me ha visto y me ha sonreído!- dijo Erica ilusionada.
-¿Y ahora? – quiso saber Laura.
-Ahora esperaremos aquí a que acabe el entrenamiento y con un poco de suerte Yago vendrá a decirte algo.
-Y le pedirás que me presente al número cinco.- añadió Vero.
-Sí, te lo prometo. Pero primero tiene que venir.
-Tía, ¿te has visto? ¡Cualquiera te dice que no con esa falda! – dijo Vero.

Media hora después el entrenamiento había acabado.
-Se acaban de ir a los vestuarios, ¿vendrá? – preguntó Laura.
-Más le vale, si no voy yo para dentro.
-Vero, todas sabemos que no te importaría hacerlo. – y se echaron a reír por la broma de Laura.
-Están tardando mucho ¿no?
-Vero, tienen que ducharse.
-Ah bueno.
-La que tendría que estar impaciente es Erica, no tú. – soltó Laura.
-¡Pero…!
-¡Empiezan a salir! – informó Erica tratando de evitar una discusión inútil.
-Sí, pero ninguno de los dos sale.- protestó Vero.
-Ya saldrán.
-Que lo hagan pronto.
-Ejem. - farfulló Laura y Vero le dedicó una mirada de las que matan.
-¡Chicas! – soltó Ariana, ligeramente cansada de su discusión.
-¡Mira ahí sale Yago!- dice Laura. – Y con tu chico.- añadió.
-Acaba de mirar hacía aquí y sonrío al verte. – informa Ariana emocionada.
-Erica, no lo olvides ¿vale?
-¡Que no, pesada!
-¿Y dónde nos quedamos nosotras? – preguntó Laura.
-Pues hasta que llegue aquí, después… cerca para escuchar.
-Eso es invasión de la intimidad. – protestó Erica.
-¡Pero si nos lo vas a contar después, es un trabajo que te ahorras! Y no te olvides de…
-¡Que no!
-Hola Erica. Hola chicas.
-Hola. – dijeron a la vez.
-Bueno nosotras nos íbamos. – dijo Ariana. – Adiós Erica.
-Chao. – dijeron Laura y Vero.
-Ya hablamos chicas.- se fueron dejando a solar a la pareja.
-¿Y ahora dónde?
-Mmm… poneos aquí detrás.
Y las tres amigas se escondieron detrás de un par de asientos de las gradas, evitando que la pareja pudiera verlas y asegurándose el poder oír toda la conversación.

-¿Y tú por aquí?- preguntó Yago.
-Pues ya ves, pasábamos por aquí y Vero, la chica que gritaba, vio a tu amigo el número cinco y quiso ver el entrenamiento.
-Claro, me pone a mí de excusa.- susurró Vero.
-Calla y escucha.- dijo Ariana. - ¿No querrás que nos descubran y quedarte sin el chico?- aquello hizo que no volviera a abrir la boca.
-¡Qué chavala!- contestó Yago.
-¡Sí!- y rió.- Me ha pedido que te diga que si se lo puedes presentar…
En la cara de Vero empezó a formarse una sonrisa.
-Eso está hecho. ¡Aitor ven un momento!
Y la sonrisa comenzó a ensancharse más.
-¿Qué pasa?
Ahora se mordía el labio.
-La chica que no paraba de gritarte quiere conocerte.
-¿Y dónde está?
-Se acaba de ir ¿no?
-Sí, creo que sí.
-¡Erica, se me ha olvidado decirte algo! – dijo Vero que en cuanto vio la oportunidad salió a escena.- Ah, hola.
-Hola.- dijeron Yago y Aitor.
-Bueno, Verónica Aitor, Aitor Verónica. – dijo Yago.
-Encantada. – contestó Vero con la mejor de sus sonrisas.
-Lo mismo digo.- le dio dos besos, aunque Vero habría preferido otra forma de presentarse.- Bueno Yago ¡nos vemos mañana!
-¿Por dónde vas? – preguntó Vero.
-Pues voy hasta la parada del autobús que hay ahí arriba.
-Si quieres te acompaño, yo también voy para allá.
-¿Si? ¡Pues vamos! – y se fueron juntos, aunque la casa de Vero estaba hacia el otro lado y bastante lejos.
-Al final no te ha dicho eso que se le había olvidado. – apuntó Yago.
-Da igual, ya es feliz. – dijo Erica sonriendo.
-Me alegro de haberla hecho feliz. – y ambos se rieron, después silencio.- Esto… Erica, siento no haber podido quedar contigo como te prometí.
-No pasa nada, de verdad.
-De verdad que lo siento, siento no haber podido sacar tiempo para ti. No quiero que pienses que paso de ti, porque…
Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing
“¡No puede ser, es mi móvil!” maldijo Ariana en sus pensamientos.
Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing
-¿No coges? – preguntó Yago.
-No es el mío.
Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing
-El mío tampoco… - en ese momento vio a las dos chicas escondidas y ninguna sabía dónde meterse..- Cógelo ¿no?- dijo un tanto molesto.
-Sí, ya va. – contestó Ariana toda roja.
-Lo… siento. – dijo Erica.
-Da igual, de todas formas las palabras no se me dan demasiado bien. –suspiró. – Toma, escucha esta canción, – y le anotó algo en el móvil- es más o menos lo que quería decirte. – y se fue.
Las dos chicas escondidas temían a la reacción de su amiga. Ambas pensaban que Erica iba a matarlasy en lugar de eso sonreía de oreja a oreja.
-¿No tienes ganas de torturarme, matarme o aniquilarme?
-No, me vas a dejar tus deberes de matemáticas.- y rieron. - ¿Quién te ha llamado?
-No sé, no conocía ese número.
-¿Puedo salir ya?- preguntó Laura, Erica suspiró y aquello hizo que estallaran en risas.
-Me lo tomaré como un sí.
-¡Venga llama para ver quién es el que nos ha interrumpido! – y obedeció.
Después de sonar un par de veces el desquiciante “piii, piii” por fin cogieron.
-Hola Ariana. – al escuchar aquella voz un cosquilleo recorrió su estómago y sus labios comenzaron a torcerse en una sonrisa.