lunes, 20 de agosto de 2012

Capítulo 11

-Hola Dani.-respondió confusa.- ¿Cómo has conseguido mi número?
-Una de tu clase me lo dio.
-Ah.
-Gracias por lo de hoy, no te imaginas lo feliz que soy.
-No hay que darlas, yo también soy feliz.- y no sabía si aquello era verdad o no.                                  Se quedaron en silencio, un silencio un tanto incómodo. Ninguno de los dos sabía que más decir. Ella quería colgar para evitar ese silencio, él buscaba algo que decir para seguir aferrándose aquel teléfono y  prolongar aquel momento. Finalmente ella ganó aquella batalla.
-Bueno, tengo que dejarte. Mañana te veo.
-Sí, mañana nos vemos. Adiós Ari.
-Adiós Dani.- y él fue el primero en colgar.                                                                                                                             
-Era Dani, ¿no? – preguntó Laura y ella asintió con la cabeza.
-Pues entonces te lo perdono. – dijo Erica.
-Muy amable. – bromeó.
-¿Qué quería?
-Darme las gracias… por hacerlo feliz.
-¡Jo, qué mono!
Después de andar unos diez minutos juntas se separaron y emprendieron caminos distintos hacia sus casas. Agarró su Blackberry y se quedó mirando la pantalla. Si se esforzaba todavía podía verla en sus manos. Agitó la cabeza antes de que aquellos pensamientos la dominaran por completo y guardó el número de Dani.
Al llegar a casa se puso a hacer los deberes de matemáticas. No, no los había hecho y sí, le había mentido Erica. Cuando pasó cerca de media hora y vio que, efectivamente eran imposibles se dio por vencida y llamó a Laura.
-¿Qué tal esos deberes de matemáticas?
-Muy fáciles, ¿no? – respondió Laura.
-¿Me los pasas? – escuchó un resoplido.
-Está bien. – y le dictó una por una todas las operaciones y resultados de cada uno de los ejercicios.
-Muchas gracias, ¡me has salvado la vida!
-No te servirá de nada si no los entiendes.
-Ya veremos.
-Eres imposible.- contestó.
-Pero te encanto.
-Eso es verdad. Tengo que ir a cenar, adiós.
-¡Chao!
Bueno, ya tenía hechos los deberes de matemáticas y se fue a cenar.

Cenaba con tranquilidad, sin prisa, a pesar de que todo su cuerpo le pedía que se apurara y se fuera a su habitación inmediatamente a escuchar la canción de Yago. Había escuchada en Pulseras Rojas que si esperas treinta minutos antes de ver algo importante la intriga desaparece y puedes afrontar mejor lo que se oculta tras ese sobre, ese mensaje o esa canción. Y así lo haría. Los trillizos tampoco se daban mucha prisa. La ensalada no era el fuerte de ninguno. Hugo separaba cuidadosamente el tomate de la lechuga. Aarón daba vueltas con el tenedor en el plato. Altea trataba de apurar aquellos últimos bocados que se hacían eternos. Quería levantarse e irse a su habitación, encerrarse en su mundo. Y es que la pequeña no acaba de encontrar su sitio en su familia, se sentía diferente. Ser la única morena en una familia de rubios no le sentaba nada bien. A sus catorce años ya comenzaban a aflorar las primeras inseguridades con su físico. Se miraba en el espejo y no se sentía ni la mitad de guapa que su hermana tan rubia, tan espectacular... Dio el último bocado a la ensalada y se levantó de golpe.
-Buenas noches.- dijo secamente y se marchó sin dar tiempo a una respuesta.
El resto siguió cenando sin darle importancia a lo que, como muchas otras noches, acababa de ocurrir. Al final los dos niños se salieron con la suya y dejaron mitad de la ensalada. Entre risas se fueron al salón.
-Ya te ayudo yo, mamá.- dijo Erica sonriendo.
Y juntas comenzaron a recoger la mesa cuando sonó el teléfono.
-¡Cojo yo, es para mí! – dijo Aarón feliz suponiendo que sería la llamada que había estado esperando todo el día.- ¿Hola? Ah sí, ahora te la pongo.
Y frustrado le entregó el teléfono a su hermana mayor.
-¿Hola?- preguntó Erica.
-¡Hola!- contestó Ariana.
-Pensé que te habías olvidado ya de mis deberes, o que no los tenías hechos. – dijo dejando ver que se decantaba por la segunda opción.
-Bueno… mejor no preguntes ¿sí?
-Pues pregunto, pregunto.
-Digamos que es una mezcla de las dos.
-¿No los tienes hechos?
-Sí, sí pero…
-¿Pero?
-A mí tampoco me salieron, me los dijo Laura.- y se rió de ella..
-Pues dímelos ¿no? – y le dictó todos aquellos números que carecían de sentido para ambas, Laura tenía razón no le iba a servir de nada.

-… igual a doscientos cincuenta y tres.
-¿Algo más?
-No, ya están todos.
-¡Por fin! – resopló.
-¿Entendiste algo?
-¿Yo? ¡Para nada!
-Bien, ya somos dos.
-Ya nos lo explicará Laura antes del examen.
-Pues como casi siempre ¿no?
-Sí. – y ambas se rieron.
Normalmente antes de los exámenes de matemáticas íbamos a casa de su genio particular para que les aclarara las dudas, aunque acababa explicándoles el tema entero.
-Por cierto ¿has hablado con Yago?
-No, tan si quiera he escuchado la canción.
-¿Qué esperas? ¡Ponla que yo también la quiero oír!
-Voy, voy. – y comenzó a teclear en el ordenador.- Ya estoy en You Tube… ahí está. – Carlos Salem, Co-razones, un click y empezó a sonar.
“No hace falta que me digáis eso de que perdéis la cabeza por eso de que sus caderas...                 Ya sé de sobra que tiene esa sonrisa y esas maneras y todo el remolino que forma en cada paso de gesto que da. Pero además la he visto seria, ser ella misma, y en serio que eso no se puede escribir en un poema. Por eso, eso que me cuentas de que mírala cómo bebe las cervezas, y cómo se revuelve sobre las baldosas y qué fácil parece a veces enamorarse.
Todo eso de que ella puede llegar a ser ese puto único motivo de seguir vivo y a la mierda con la autodestrucción...Todo eso de que los besos de ciertas bocas saben mejor es un cuento que me sé desde el día que me dio dos besos y me dijo su nombre.
Pero no sabes lo que es caer desde un precipicio y que ella aparezca de golpe y de frente para decirte, venga, hazte un peta y me lo cuentas. No sabes lo que es despertarte y que ella se retuerza y bostece, luego te abrace y luego no sepas cómo deshacerte de todo el mundo.
Así que supondrás que yo soy el primero que entiende, el que pierdas la cabeza por sus piernas y el sentido por sus palabras, y los huevos por un mínimo roce de mejilla.
Que las suspicacias, los disimulos cuando su culo pasa, las incomodidades de orgullo que pueda provocarte, son algo con lo que ya cuento. Quiero decir que a mí de versos no me tienes que decir nada, que hace tiempo que escribo los míos.
Que yo también la veo. Que cuando ella cruza por debajo del cielo solo el tonto mira al cielo. Que sé como agacha la cabeza, levanta la mirada y se muerde el labio superior. Que conozco su voz en formato susurro, y formato gemido y en formato secreto. Que me sé sus cicatrices, y el sitio que la tienes que tocar en el este de su pie izquierdo para conseguir que se ría, y me sé lo de sus rodillas, y la forma de rozar las cuerdas de una guitarra. Que yo también he memorizado su número de teléfono, pero también el número de sus escalones, y el número de veces que afina las cuerdas antes de ahorcarse por bulerías.
Que no sólo conozco su última pesadilla, también las mil anteriores, y yo sí que no tengo cojones a decirle que no a nada porque tengo más deudas con su espalda de las que nadie tendrá jamás con la luna.
 Y mira que hay tontos enamorados en este mundo.
Que sé la cara que pone cuando se deja ser completamente ella, rendida a ese puto milagro que supone que exista. Que la he visto volar por encima de poetas que valían mucho más que estos dedos, y la he visto formar un charco de arena rompiendo todos los relojes que la puso el camino, y la he visto hacerle competencia a cualquier amanecer por la ventana: no me hablen de paisajes si no han visto su cuerpo.
Que lo de "Mira sí, un polvo es un polvo", y eso del tesoro pintado de rojo sobre sus uñas y sólo los sueños pueden posarse sobre las cinco letras de su nombre.
Que te entiendo. Que yo escribo sobre lo mismo. Sobre la misma. Que razones tenemos todos. Pero yo, muchas más que vosotros.
No se lo podía creer, esto era que sí, que sentía lo mismo que ella, que podrían empezar algo, que podía ser feliz junto a él.
-Guauuuuuu… - dijo Ariana entre suspiros.
-Guauuuuuu…- repitió Erica.
-¡Menuda canción!
-Espera, voy a cambiar mi estado.
-¿Qué vas a poner?
-“Que cuando ella cruza por debajo del cielo solo el tonto mira al cielo”
-Es… perfecta.
-¿El qué?
-La frase, la canción, tú, él… ¡TODO!
-Si pudiera ahora mismo gritaría de felicidad.
-¿Qué te lo impide?
-¿Los vecinos?, ¿mis padres?
-¡Grita!- y obedeciendo se puso a gritar y en cada uno de sus gritos podían verse destellos de luz que mostraban todo lo feliz que era en ese momento y Ariana también se puso a gritar con ella porque si Erica era feliz ella también lo era.
-Tengo que colgar, mis padres vendrán a preguntarme porque acabo de gritar en cualquier momento.
-Tengo la sensación de que los míos tampoco tardarán.
-Adiós Ari.
-Adiós y me alegro un montón de todo lo que te está pasando, me gusta verte chillar y ser feliz.
-Gracias.- y colgaron.
Tenía ganas de llamarlo, de hablar con él, de escuchar su voz, su risa. Tenía ganas de verlo, ver su sonrisa, la forma en la que arruga la nariz. Ganas de besarlo por primera vez y para siempre. Tenía ganas de abrazarlo, tocarlo, sentirlo, escucharlo. Tenía ganas de él. Y como si alguien hubiese leído sus pensamientos le llegó un mensaje al WhatsApp.
¿Nos vemos en una hora en el paseo de playa para hablar?
Su respuesta, afirmativa, no tardó en ser enviada. Miró el reloj. Las once y media. Dudaba mucho que su madre le dejara salir un lunes a esas horas, así que tendría que escabullirse sin que ella se enterara. Sin hacer ruido se sacó el pijama y abrió el armario. Ahora mismo deseaba tener el armario de su mejor amiga, entonces sí que tendría donde elegir. Al final cogió unos vaqueros muy ajustados, una camiseta de encaje blanco y la chaqueta de cuero negra. Se maquilló un poco, quería estar guapa para él, y pasó cerca de quince minutos decidiendo como llevar el pelo. Cuando consideró que ya estaba lista salió de la habitación a hurtadillas y con mucho cuidado cerró la puerta. Se giró y vio a Altea en el pasillo.
-Joder Altea, me has asustado.- dijo susurrando.
-¿Qué haces vestida?
-Voy a salir.
-¿Lo sabe mamá?
-¿Crees que si lo supiera iría con tanto cuidado? – respondió irónica.- Lo siento, ¿me guardarás el secreto?
Y Altea asintió. A pesar de lo mucho que la envidiaba por ser rubia, por ser tan guapa o por ser mejor que ella en todo era la única hermana que tenía y la única que parecía entenderla de vez en cuando. Le guardaría el secreto o por lo menos se lo callaría hasta que se viera obligada a confesarlo o a utilizarlo.
-Gracias.- le dio un beso en la mejilla y salió corriendo pero sin hacer el más mínimo ruido.
La adrenalina corría por su cuerpo. Era la primera vez que se escapaba de casa y estaba emocionada. La simple idea de que iría a ver a Yago, también ayudaba. ¿A partir de ahora sería siempre así? ¿Tendría que escabullirse por las noches? La verdad es que podría acostumbrase fácilmente, le gustaba aquella sensación.
Llegó sobrada de tiempo, miró a su alrededor pero no lo vio por ninguna parte, por lo que se sacó los zapatos y comenzó a pasear por la arena. Le gustaba el sonido de las olas rompiendo contra las rocas, el sonido de las últimas gaviotas, el olor a mar y el contacto de la arena en sus pies. Le gustaba que Yago hubiera elegido aquel lugar, iluminado tan sólo por las brillantes estrellas y una luna en cuarto creciente. Hacía frío, pero no le importaba en cuestión de minutos estaría con él. Sonrío. ¿Quién podría haber imaginado seis meses atrás que podría volver a sentirse así? ¿Quién le habría dicho que olvidaría? Y ahí estaba, igual o más ilusionada que la última vez. Pero la vida es así, nada dura para siempre y las personas vienen y van. El dolor aparece, se cicatriza, y desaparece. Queremos y odiamos con la misma facilidad. Por cada cosa que recordamos, olvidamos dos. Pero siempre, pase lo que pase, cueste lo que cueste, antes o después terminamos avanzando.
De repente dejó de ver y sintió como una mano le tapaba los ojos.  Aquel olor a menta se le hizo enormemente conocido. Sin duda era él.
-Hola.- le susurró al oído haciéndola estremecer.- Voy a llevarte a un sitio pero no te dejaré ver nada hasta llegar a allí. No te asustes, ¿vale?
Ella asintió y comenzó a andar torpemente, lo de no ver la ponía demasiado nerviosa.
-Tranquila, confía en mí.
Entonces, con la mano que tenía libre, la agarró por la cintura y ella se relajó. ¿Cómo no iba a confiar en él?

No hay comentarios:

Publicar un comentario