martes, 31 de enero de 2012

Capítulo 26.

El Yellow de Coldplay lo invadía todo en aquel momento. La canción me recordaba a ella, no sólo porque el amarillo fuera su color preferido, también por su letra.
Look at the stars, look how they shine for you and everything you do. They were all yellow. I came along, I wrote a song for you and all the things you do, and it was called “Yellow”. So then I took my turn, what a thing to have done and it was all “Yellow”. Your skin, your skin and bones, turn into something beautiful. You know, you know I love you so.
Y era cierto, las estrellas brillaban por ella y por todo lo que ella hace. Con una sola sonrisa, de esas tímidas que sólo ella sabe poner, es capaz de convertir el día más gris en el más soleado. Con una sola caricia, de esas suaves en la espalda, puede paralizar el tiempo. Con un solo beso, de esos lentos, podría mover el mundo entero. ¡Si es que hasta la palabra amor se le quedaba corta!
Con ella era distinto, no había prisa, podíamos tomarnos todo el tiempo del mundo si eso significaba que sería para siempre.
-Señores y señoras, les informamos que nuestro avión está a punto de despegar. Por seguridad abróchense los cinturones. Gracias.- dijo el altavoz del avión.
Hacía a penas dos días que no la veía y ya la echaba de menos. El fin de semana en Alemania no había estado mal, incluso la tarde del viernes. La había pasado en el hotel ya que mis padres tenían que asistir a una reunión. Aguanté quince minutos cronometrados encerrado en la habitación y cansado decidí salir a dar una vuelta por el hotel. Abrí de golpe la puerta y fue entonces cuando conocí a Janika, una alemana realmente guapa: rubia, ojos azules y facciones rectas pero, al contrario de lo que se puede pensar de una alemana, era más bien bajita. Le había dado con la puerta en toda la nariz, y por la sangre que salía de ella no demasiado despacio. Le pedí perdón mil veces, en inglés porque yo no tenía ni idea de alemán pero pareció entenderme. Después de insistirle en que fuera al médico y ella negarse, su nariz paró de sangrar y pasamos la tarde juntos. Me enseñó el hotel, que conocía a la perfección, nos tomamos algo en la cafetería y acabamos en la piscina, yo con el bañador de su padre. Había sido todo un descuido no traerme un bañador a Alemania en marzo.                                                         El sábado mis padres ya estaban completamente libres y decidimos dedicarnos al turismo. La puerta de Brandemburgo, el Potsdamer Platz, la Iglesia Memorial, el Holocaust Mahnmal, el Castillo de Charlottenburg y algún que otro museo. Pero lo que más me gustó de toda la sesión de turismo fue la East Side Gallery, un tramo del muro de Berlín lleno de verdaderas obras de arte. Llegamos al hotel completamente exhaustos. Para colmo hoy nos tocó madrugar, hicimos la maleta a toda velocidad y antes de ir al aeropuerto volví a ver a Janika, insistió en intercambiar nuestros números, pero no creo que mantengamos el contacto durante mucho más tiempo.
Me saqué los sacos, apagué el iPod, lo guardé en el bolsillo de mi pantalón y me preparé para aterrizar.
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-¿Ya has llegado?- preguntó Ariana desde el teléfono.
-Sí, ahora mismo estoy deshaciendo la maleta.- dije mientras sacaba uno de los vaqueros.
-¿Te parece que vaya hasta allá?
-Te esperó.- y colgó. ¿Tanta prisa tenía por verme?
Seguí deshaciendo la maleta, la ropa la que no me había puesto la eché también a lavar, estaba cansado y no me apetecía colocarla en el armario.
-¡Dani!- me llamó mi madre.
-¿Qué?
-Lleva las maletas al desván, anda.
Y como pude, cogí las tres maletas, salí de casa y subí al desván. Allí dentro había un montón de trastos inservibles: cajas y cajas de juguetes, ropa vieja, sábanas y algún que otro mueble antiguo y medio roto. Busqué un sitio para las maletas y cuando lo encontré, aliviado, las dejé. Bajé las escaleras con calma y cuando llegué al rellano Ariana estaba esperando a que alguien le abriera.
-Hola.- dije.
-¡Eh, hola! ¿Qué haces aquí?- se giró hacía mí y pude ver que el colgante con la diminuta torre Eiffel todavía adornaba su cuello, no se lo había sacado desde aquel maravilloso catorce de febrero. Verlo ahí, donde yo mismo lo había puesto, me sacó una sonrisa.
-Subí a guardar las maletas, te abriría pero voy sin llaves.- sonrió.
Había intentado dibujarla cientos de veces, pero ninguno de mis dibujos le hacía justicia ni a sus ojos ni a su sonrisa y, ante la imperfección de aquellas líneas, no tenía más opciones que tirar las láminas y comenzar de nuevo. Pero, a pesar de todo, aquellos bocetos eran mis mejores obras. Simplemente por aparecer ella.
-Hola Ariana.- dijo mi padre sonriente.
-Hola.- contestó ella con sus encantadoras mejillas rojas.
Entramos y la llevé, como siempre, al salón.  Se sacó la cazadora y la dejó en el sofá.
-¿Y qué tal en Alemania?- preguntó mientras se sentaba  con las piernas cruzadas, como tenía por costumbre.- Menuda suerte que tienes.
-Pues normal.- me miró con cara de incredulidad.- ¡Vale! ¿La verdad? Ha estado genial, hemos visto un montón de museos, monumentos… ¡y eso que sólo estuvimos dos días!
-Seguro que ha sido alucinante.
-No vas desencaminada.
Y nos quedamos un par de minutos en silencio, cada uno pensando en sus cosas, pero no fue un silencio incómodo, más bien todo lo contrario.
-¿Y tú qué tal de Carnaval?- primero lanzó un suspiro, luego dirigió la mirada hacía todas las direcciones excepto a la mía y finalmente la bajó, eso la delató demasiado.- ¿Qué ha pasado?
-Es… demasiado largo.
-Tengo tiempo de sobra.
-No te va a gustar.- y aquello hizo que todos mis sentidos se pusieran alerta.
-Entonces es mejor que lo sueltes cuanto antes.- tomó una fuerte bocanada de aire y comenzó.
-Verás, hace un par de meses, antes de empezar a salir juntos, justo el día de mi cumpleaños conocí a alguien. Fue todo muy rápido, aún no se muy bien que paso pero me ilusioné un montón con él, creí estar completamente enamorada o al menos obsesionada. Pero al cabo de unos días empezó a salir con otra. Lo pasé mal, traté de olvidarme de él por todas las formas posibles pero no podía, era imposible, incluso se me aparecía en sueños. Entonces Erica, ideo una especie de plan…
-Y ahí entro yo, ¿no?
-Sí, ahí entras tú.
-Así que nunca quisiste estar conmigo, fue todo cosa de Erica.- dije ligeramente enfadado.
-No, bueno ¡sí!
-Decídete.- “Dani, contrólate y relájate.” Me dijo a mí mismo.
-Ella ideó todo, pero yo fui quien dijo que sí. Así que en el fondo sí quería, ¿no?- esperó a que yo asintiera, o la animara con la mirada pero no lo hice. Sólo quería acabar de escuchar la historia y, cuando antes, mejor.- Al principio la idea no me convencía pero poco a poco empecé a conocerte mejor y las cosas cambiaron… De verdad pensaba que esto funcionaría, estaba feliz, a gusto contigo, sabías entenderme, había perdido toda la timidez, creí que realmente te quería.- se paró.- Pero ayer… ayer volvió a aparecer él. ¡Y nada de esto entraba en mis planes! Traté de evitarlo y de ignorarlo toda la noche, pero fue imposible él estuvo detrás de mi todo el tiempo. Así que decidí irme a casa, me paré un momento a sacarme los zapatos y ahí volvía a estar él, sentado en el mismo banco que yo. Discutimos me explicó todo lo que había pasado y luego…
-¿Y luego?
-Me besó.
-Pero te apartaste, ¿verdad?- pregunté desesperado, esperando que me diera la razón.- Lo rechazaste, y ahora todo sigue igual que antes, ¿no es así?
-No.- dijo entre lágrimas.- No hice nada para apartarle. Que…-tartamudeó.-quería que pasara.
Sentí que algo se quebraba en mi interior. La sensación era parecida a caer en picado y sin protección desde un precipicio, el más alto de los precipicios. Sabes que te vas a caer, por que lo estas viendo, pero no sabes cuando y cuando el momento llega no puedes hacer nada para impedirlo. Sólo caer. Y yo sabía perfectamente lo que iba a ocurrir a continuación.
-Esto significa que…- no me atreví a pronunciar lo que estaba pensando.
-Sí,- dijo entre lágrimas.- es lo mejor.
Y asentí mientras le acariciaba la mano, le temblaba. Yo era el peor parado en toda esta historia, y sin embargo era ella quien necesitaba consuelo y no soportaba ni podía verla llorar. Yo no lo hice, todo lo que sentía iba por dentro, era incapaz de exteriorizarlo, pero en mi interior había una intensa tormenta que tardaría demasiado tiempo en escampar.
-Pues entonces…- cogí la bocanada de aire más grande que pude, antes de pronunciar las palabras más duras de toda mi vida.- lo dejamos.
Tantísimo tiempo ansiando conocerla, viéndola desde los pasillos y deseando tener una excusa para hablar con ella. Después de conocerla tantos días intentando acercarme a ella, hacernos amigos, cualquier cosa con tal de estar a su lado. Y ahora, ahora que había conseguido todo aquello tenía que decirle adiós sin a penas haber empezado.
-Creo que será mejor que te lo dé.- dijo sacándose el colgante que hacía a penas unos minutos me había sacado una sonrisa. ¡Cómo habían cambiado las cosas!
Lo tendió hacía mí, pero lo rechacé y le cerré la mano.
-Es tuyo, quédatelo.
-Pero…
-En serio, me gustaría que te lo quedaras.
-Bueno…- se lo guardó en el bolsillo de su vaquero.- Creo que será mejor que me vaya.
-Te acompaño.
Y fuimos en silencio hasta la puerta, pero esta vez el silencio sí que era incómodo, incómodo y doloroso. Le abrí la puerta, salió y llamó al ascensor. Continuamos en silencio, no había nada más que decir, ya estaba todo dicho. El ascensor se abrió y ella entró. Su cara delataba que nada de lo ocurrido había sido fácil y sin embargo, en sus ojos había un brillo casi imperceptible. En el fondo estaba feliz, era lo que quería y eso hizo que todavía me doliera más. Cuando el ascensor estaba cerrándose me giré en dirección a mi casa.
-Dani.- dijo en voz muy baja.- no quiero perderte.
-No lo harás, siempre estaré ahí para lo que necesites.
-Me alegra que podamos ser amigos.- respondió con una media sonrisa  mientras se enjugaba las nuevas lágrimas que asomaban a sus ojos.
-Sí, yo también.- y mientras las puertas del ascensor se cerraban a mí me sacudió una enorme punzada de dolor. Amigos. ¿Cómo se es amigo de la chica a la que quieres?
Bueno, ya se había ido. No sólo ella, si no cualquier esperanza de seguir juntos. Dicen que los adolescentes no se enamoran, entonces ¿qué era ese dolor en mi pecho, si no amor?                      Entré en mi casa y cerré de un portazo. Volví a descargar toda mi ira y mi frustración en esa puerta en forma de puñetazos. Cuando mis nudillos ya estaban rojos me dejé caer al suelo y apoyado en la puerta esta vez una lágrima asomó a mis ojos. Y lloré, lloré como no lo había hecho en años. Probablemente mis padres habían oído toda nuestra conversación y probablemente estarían oyendo ahora como lloraba, pero nadie vino a mi lado, nadie me pidió ninguna explicación a los golpes y lo agradecí, ahora sólo necesitaba estar solo. Y tiempo, mucho tiempo para olvidar y cicatrizar. Y eso sería una tarea realmente difícil.
Estúpidamente entre todo el montón de pensamientos que ahora mismo rondaban mi cabeza vino una frase de una de las obras de Juan Valera que había estudiado en cursos anteriores.
“¿Cómo decirle que yo no era para ella, ni ella para mí?”




viernes, 27 de enero de 2012

Capítulo 25.

El “tic-tac” constante y relajado de mi corazón había pasado en cuestión de segundos a una descontrolada y descompasada mezcla de ruido. Mis manos eran incapaces de estarse quietas. Mis rodillas, normalmente firmes, sólo sabían temblar. Tenía que recordarme a mí misma que debía respirar. En mi cabeza se sucedían recuerdos, deseos y promesas, la mayoría de ellas rotas. Y mi corazón daba cabida a todo tipo de sentimientos, desde el amor al odio.
Todos mis esfuerzos por evitar este momento, esta situación habían sido en vano, y ahora me encontraba engañándome a mí misma, intentando convencerme, por todos los medios posibles, de que nada era real, que estaba ciega y confundía conceptos. Pero ninguno de mis argumentos eran lo suficientemente creíbles, o tal vez, engañar a mí corazón fuera demasiado difícil. Fuera como fuera, todos parecían pasarlo bien aquella noche y a mí, ni la música me animaba. ¿Por qué tuvo que aparecer? ¿Por qué justo ahora?

Busqué a Erica por todas partes, necesitaba desahogarme. Después de mucho buscar conseguí encontrarla, bailando con Yago. Un ataque de egoísmo recorrió todas mis terminaciones nerviosas. ¿Por qué no estaba conmigo? ¿Por qué estaba con él? ¿Por qué estaba con él y no conmigo? Sentí ganas de ir a separarlos, pero cuando di el primer paso hacía ellos me arrepentí y dejé a un lado mi egoísmo. Me di la vuelta y cuando los había perdido de vista, Erica estaba delante de mí. ¿De dónde había salido?

-Hola.- dijo deslumbrante.

-Hola.

-Vale, ¿qué te pasa?

-¿Por qué crees que me pasa algo?

-Tu cara…- no supe si tomármelo como insulto, pero en cuanto acabara de hablar con ella iría al baño a mirármela.

-Pues… ¿por dónde empezar?- me dedicó una bonita mirada asesina.- Vale, por el principio.

Le conté todo lo ocurrido esa noche y supe por su cara, que era todo un poema, que eso sí que no se lo esperaba.

-¿Y le dijiste que no querías hablar con él?

-Eh…sí…- se río.

-¡Tú no eres tan tímida como nos haces pensar!- le pegué un ligero, pero sonoro, puñetazo en el brazo.- ¡Eh!

-Lo siento, pero esperaba que me dijeras algo más… ¿alentador?

-¿Y qué quieres que te diga?

-Pues un no te preocupes estaría bien.

-Pues no te preocupes.

-Ahora no me vale.

-Está bien. Mira yo sólo te voy a decir que no hagas tonterías, ya sabes que lo que tienes te hace sentir bien y es estable. También sabes que hasta hace poco estabas completamente deprimida por su culpa y fue Dani quien te ayudó.

-Sí.- dije en un hilo de voz.

-Y ahora a pasártelo bien, ¿vale?

-Vale - sonreí.- y tú también, con Yago.- y al decir Yago, la voz me cambió.

-Mira, ya sé que no te gusta mucho pero…- la corté.

-No vamos a hablar de eso ahora. Como tú has dicho hay que pasarlo bien.

Y yo me fui al baño, a mirarme la cara, y ella con Yago. Entré al baño y, por suerte, estaba vacío. Me miré en el espejo, la verdad es que no tenía demasiada buena pinta: el rímel un poco corrido, el pelo alborotado y esa asquerosa pluma agitándose de un lado para otro por no hablar de lo roja que estaba. Abrí el grifo, con las manos cogí un poco de agua y me lavé con ella la cara. Eso me despejó por un instante y me refrescó. Ahora ya no tenía el rímel corrido, directamente no tenía ni pizca de maquillaje. Con las manos me peiné el pelo como pude. Volví a mirarme, había mejorado ligeramente. Antes de salir me saqué la pluma y la dejé en el lavabo, era como si me hubiera sacado un gran peso de encima.
Fuera del baño, todo seguía su ritmo habitual, y a nadie parecía importarle que aquella noche, en aquel local, al menos una persona no se lo estuviera pasando bien. Pienso que los seres humanos somos seres completamente egoístas y tal vez, un tanto hipócritas. No nos gusta sufrir, pero si vemos que otro lo hace no nos importa, de echo incluso nos alegra, que él sufra significa que hoy no me tocará a mí. Sin embargo cuando nos toca a nosotros las cosas cambian, deseamos que todo el mundo esté allí, pendiente de nosotros, como si todo girara a nuestro alrededor  y ver que, a la hora de la verdad no hay nadie allí, nos hace chocarnos de frente con la realidad, una realidad que quizás no es tan afable como la habíamos imaginado.

Después de mucho pensarlo decidí irme a casa, no lo estaba pasando nada bien y para estar amargada, mejor en la cama, además estaba harta de los tacones. Alcanzar la puerta me llevo casi diez minutos. Fuera las calles estaban prácticamente vacías, demasiado tarde para empezar a salir y demasiado pronto para volver. Cuando la música casi se había convertido en un murmullo y la discoteca ya no se veía encontré un banco y me senté. ¡Los tacones me estaban matando! Ya sentada empecé a  sacarme los zapatos, primero uno y cuando iba a sacarme el segundo alguien se sentó en el banco. No le presté atención y empecé a sacarme el segundo.

-¿Por qué?- dijo la persona que estaba sentada a mi lado y se me heló la sangre  al oír su voz, pero no contesté. Dejé los zapatos en el banco y empecé a mover los dedos de los pies para sacar el hormigueo que tenía en ellos.

-¿Por qué no quieres hablarme?- insistió pero, en lugar de contestarle, cogí mi móvil y traté de ignorarlo. Envié un mensaje a mis amigas avisándolas de que me había ido. Luego empecé a jugar al Word Mole. Cuando me cansé del móvil y empecé a juguetear con el pelo, después a morderme las uñas y finalmente empecé a contar los adoquines del suelo. Uno. Dos.  Quería que se fuera, pero, por alguna extraña razón yo no podía moverme de allí. Sentía su respiración a mi lado, su perfume y es que estábamos tan cerca y a la vez tan lejos…
Cincuenta y ocho. Cincuenta y nueve. Estuvo demasiado tiempo esperando una respuesta, pero su respuesta no llegaba. Por fin, cuando ya llevaba ciento dos adoquines, cansado de esperar se levantó y se fue. Había comenzado a alejarse cuando levanté la vista del suelo, perdiendo la cuenta de los adoquines cuando ya llevaba ciento veintiuno, y la clavé en su espalda, cada vez más lejos. Y al verlo alejarse mi voz salió sola.

-¡Desapareciste!- grité y desee que eso fuera suficiente, que se detuviera.

-Nunca me he ido.- dijo girándose.

-Tu estado…- susurré.

-Así que es eso.

-Sí, bueno no… no hubo más llamadas, no hubo más nada. Me hiciste pensar algo que no era.

Me levanté del banco, así, descalza y con los zapatos en una mano.

-Me asusté.- confesó dando un paso hacía mí.- Fue todo demasiado rápido, demasiado intenso. No sabía que hacer o como afrontarlo y decidí tomar el camino fácil,- otro paso- pensé que tal vez podría olvidarte pero está claro que me equivocaba, no pude, -y otro más- nunca he podido. No sé como pensé que podría haberlo conseguido. Ella… no ha significado nada, no es nada comparado contigo. De hecho, apenas duró. Qué irónico, ¿no? Ahora me parece mucho más fácil haberme quedado.

-Pero ahora llegas tarde, hay otro.

-No le quieres.- dijo totalmente convencido.

-Eso tú no lo sabes.

-Acabo de oír como hablas de él. No le quieres.

-Él me aporta estabilidad, nos compenetramos bien, me hace sonreír.

-Pero no le quieres.

-No he dicho eso.

-Tampoco has dicho lo contrario.

-Le quiero, ¿contento?

-No soy ciego y también veo como me miras, aunque trates de negarlo sé que me quieres a mí.- contestó haciendo caso omiso de lo que yo había dicho.

-¿Y por qué debería hacerlo? ¿Por qué dejar lo que conozco por alguien que se asusta de lo que siente?

-No lo voy a negar, llegaré a tu mundo como un huracán, arrasaré con todo y no dejaré nada en pie. Habrá días en que no me soportes, no te preocupes, ni yo mismo lo haré. Te diré que me dejes en paz, que necesito estar solo, no lo hagas, un solo beso tuyo en el cuello puede cambiar mi día por completo.-dio un paso hacía mí.-Habrá días en los que estaré especialmente cariñoso, no rechaces mis besos ya que suelen estar caros. Moveré tierra y marea para encontrar lo que necesitas. Cuando se traté de hacerte reír seré siempre el número uno. Soy orgulloso y cabezota pero sé admitir mis errores. –otro.-En cuanto una lágrima asome por tus ojos estaré allí para secarla. Odiaré que te pases horas y horas arreglándote frente al espejo, pero me quedaré embobado cuando te vea salir con tu vestido nuevo. El sonido de tu risa, mi melodía preferida. –me cogió una mano, me temblaban y sin embargo, el resto de mi cuerpo estaba paralizado.- Pero sobretodo, te querré, te querré como nunca nadie te ha querido.

Por primera vez en la noche lo miré directamente a los ojos. Ahora que volvía a verlo hacía que toda la seguridad que había conseguido se esfume, que todo el odio que sentía hacia él comience a tambalearse, que todos esos momentos guardados bajo llave para no volver a abrise salgan desbordados hacia mí, que las ganas de abrazarlo y no soltarlo sean imposibles de controlar. Con un susurro consigue hacerme temblar y entonces mi corazón se acelera, puso mi mundo patas arriba la primera vez pero ahora hace que dé un giro de 360 grados. Tal vez todavía lo sigo queriendo, ¿no?
Traté de recordar las palabras de Erica: “No hagas…” Pero el azul de sus ojos me sacó de mis pensamientos, y su mano, apretando la mía, me hizo olvidarme de todo. Y así, en un mundo en el que solo existíamos él y yo, me dejé llevar y rocé los labios a los que siempre había soñado besar.

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martes, 17 de enero de 2012

Capítulo 24.

-¡No puedo creer que no te hayas dado cuenta de que era él!- dije gritando.
Después de aquel pequeño encontronazo nos habíamos ido a hablar a solas, supongo que Laura se había dado cuenta de la cara que puse al verlo y sospechó que algo no iba bien.  No sabía si me molestaba más el hecho de haberlo visto, o haberlo visto con ella. Y ahora aquí estábamos las dos, ella hablando y yo gritando como una completa histérica; con los dos cubatas en la mano; en los baños. Justo después de mi grito, entró una vampiresa “sexy” que acaba de mirarnos con cara de pocos amigos, si es que los gritos para el dolor de cabeza no van muy bien…
-Hay muchos chicos que se llaman Cristian, ¡yo que sabía!
-¡Pero no tantos que sean idénticos a él!
-Te repito que no tenía ni idea, y además tranquila, no me interesa.
-¡No es eso lo que me pone nerviosa!-
-Oye, para de gritar.- me pidió.
-¡Eso!- dijo la vampiresa.
-¡Tú calla!- contestó una voz desde la puerta, me giré y vi que era Vero.- Creo que eso que tienes en la mano es mío.
Extendió la mano y me sacó uno de los vasos que sostenía. En ese instante la vampiresa salió y todo el baño se quedó en silencio. Se lavó las manos en el lavabo, se las secó, se miró unas diez veces en el espejo, se retocó la raya y salió. Tras un par de segundos incómodos fue Vero quien decidió hablar.
-¿Quién me va a contar lo que estaba pasando?
-Resulta que el futuro novio…
-¡Eh! Ya te he aclarado eso.- interrumpió.
-Lo que tú digas.- proseguí.- Pues resulta que el chico que le has presentado a Laura es CRISTIÁN.- dije dándole énfasis a su nombre.
-Eso ya lo sé, no soy tonta.
-Verás,- explicó Laura.- no es cualquier Cristián. Es SU Cristián.
-¡No me jodas!- soltó Vero, tan natural como siempre.
-¡No es mi nada!- reproché antes de que nadie dijera nada.
-¿Entonces por qué te pones así? – preguntó Vero.
-Pues… porque… ¿Dónde está Erica?- cambié de tema.
-Bailando.
-¿Sola?- inquirí.
-No, con Yago.-suspiré.- Oye, no sabía que Cristián era ese Cristián, ya no me acordaba de él para nada.
En ese momento me di cuenta de lo inmadura que había sido por montar toda aquella escena, y además sin motivos. ¡Qué más me daba a mí que estuviera allí o que hablara con Laura!
-No, perdónadme a mí. Si quieres algo con él a mi no me tiene que importar…
-¡Que no quiero nada, pesada! ¿Lo entiendes? ¡Nada!
Y ahora me sentía más tonta todavía por haber visto algo que no existía.
-¿Solucionado?- preguntó Vero y todas asentimos.- ¡Pues vámonos!
Y juntas nos despedimos del baño y saludamos a una pista de baile que, cada vez más llena, nos invitaba a entrar. Pero a pesar de mi aparente compostura por dentro era todo nervios y dudas. Creo que recé a dioses de todas las religiones- eso que yo no creo mucho- para evitar volver a hablar con él, para evitar volver atrás pero sobretodo para evitar hacer daño a la persona que me había hecho feliz de forma completamente desinteresada. ¿Por qué cuando menos te lo esperas, y menos lo necesitas, al mundo, al karma, al destino o lo que quiera que sea le apetece cambiar las cosas y estropear todo aquello que tanto esfuerzo te ha costado conseguir? ¿Por qué hay que complicar tanto las cosas, cuando todo va tan bien? ¿Por qué romper esa aparente estabilidad?
Traté de sacarme todos aquellos pensamientos de mi mente y concentrarme en la música, en pasarlo bien. Y parecía que el Get Back de Alexandra Stan lo estaba consiguiendo cuando  mis ojos se detuvieron, por casualidad o quizá no lo fue tanto, en él. Entonces se giró, clavó sus ojos en los míos y tras una milésima de segunda, que a mí se me hizo eterna, aparté de allí mi mirada. ¡Y dudas, dudas y más dudas! ¿Por qué tenía que ser tan difícil?
-Vengo ahora,- dije.- voy a sentarme un rato que estoy cansada.
Y la verdad es sí lo estaba, no sé si de bailar o de tantos conflictos que ahora mismo ocurrían en mi cabeza. Vi un par de sillones vacíos y me senté en uno. Cogí la Blackberry y vi que tenía un mensaje: Dani.
“Espero que lo pases muy bien, pero no te olvides de mí, ¿si?”
¡Y ahora culpabilidad, culpabilidad y culpabilidad! ¿Cómo podía estar celosa de una amiga, UNA AMIGA, cuando yo ya tenía pareja?
-Hola.- dijo de pronto una voz a mi lado. No contaba con eso, así que me sobresalté y el móvil se me calló de las manos.- Toma.
Y me tendió el móvil una mano demasiado familiar, una que ya me había devuelto mi móvil meses atrás, la de Cristian.
-¿Por qué siempre que te veo es para devolverte el móvil?- no contesté y me concentré en la pantalla.
Pasaron unos diez segundos en silencio. Yo sólo quería que se fuese.
-Tengo la sensación de que me estás evitando.- dijo finalmente.
-Lo estoy haciendo.- dije encogiéndome de hombros pero sin apartar la mirada de la pantalla. ¡Por nada del mundo quería mirarlo a los ojos!
-¿Por qué? Si se puede saber.- y me lo imaginé con esa gran sonrisa que él tenía. Y en cuanto ese pensamiento pasó por mi mente me arrepentí de haberlo pensado. ¡No podía verlo ni imaginarlo!
-Es simple, no quiero hablar contigo.
-Ahora mismo lo estás haciendo.
-Tienes razón, no lo volveré a hacer.
Me levanté y me fui sin mirarle. Esperaba que no me siguiera y no lo hizo, había captado la indirecta aunque había sido muy directa. Cuando ya estaba lo suficientemente lejos me giré, él todavía seguía sentado en el sillón donde lo había dejado, pero estaba mirando hacía mí con su enorme sonrisa.

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martes, 10 de enero de 2012

Capítulo 23.

Noche de Carnaval. Calles llenas a rebosar. Gente oculta tras una máscara. Personas que, por una noche, juegan a ser lo que siempre han soñado ser. Y en el medio de toda esta multitud, nosotras cuatro. Mirada al frente, paso firme y decidido. Si estamos juntas ¿a qué temer? ¿Qué más podría importar?
-¿Tenéis todas la entrada?- preguntó Vero que ya se había colocado en la cola.
Todas asentimos.
-Bien, sólo espero que no nos pidan el DNI.- dijo mientras le entregaba la entrada al portero.
Las cuatro habíamos entrado sin ningún problema, tal vez alguna mirada de desconfianza pero nada que la altura de nuestros tacones no pudiera disimular, nos hacían parecer más mayores.              Si la calle estaba llena de personas que fingían ser otras, la discoteca lo estaba todavía más.   Tenía varias plantas, todas comunicadas entre ellas. La entrada estaba en la más alta y desde allí se podían ver montones de gente que se arremolinaban en el centro, en medio de una pista de baile que parecía no tener fin. Manos alzadas, melenas al aire, saltos, giros lo que fuera con tal de no estar quietos. Y es que eso es lo que tiene el Bailando por ahí  de Juan Magán, en cuanto la oyes no puedes evitar seguirle el ritmo. Luces de miles de colores aparecían y desaparecían continuamente mientras la música seguía sonando, creando ese efecto de cámara lenta que marea.
-Buen ambiente, ¿no?- volvió a preguntar Vero ya bailando.
-La verdad es que has acertado de pleno con el sitio.- coincidió Erica.
-Lástima que sea la única que va a pillar cacho,- dijo Vero sonriendo, con la mirada fija en alguien.- y ya tengo un objetivo.
-¿Y nos vas a dejar solas por irte con ese, sea quien sea?- quiso saber Laura.
-Hombre, ¿qué esperabas?
-Eres la peor, ¿lo sabes?
-¡Ala, que exagerada eres!
-No lo soy.                                                                                                                                                                      
Miré hacia Erica, ella miraba hacía mí. Las dos teníamos la misma mirada: se avecina discusión.
-¿Pero estarás un rato con nosotras antes, no?- intervino Erica.
-Claro que sí, no le voy a entrar ya. Todo a su tiempo.
-Pues ya está, haya paz.- dije.- Y vamos para abajo.
Y dicho esto volvió la paz, y comenzó una noche que daría mucho de sí.
-Mirad, ese es el chico que os decía.- anunció Vero.
Se trataba de un chico no demasiado guapo, al menos para mi gusto, y que definitivamente no encajaba con el tipo de chicos con los que Vero salía. Tenía un cuerpazo, para que negarlo, pero sus ojos negros estaba prácticamente tapados por grasientos rizos negros. “¿Cuándo habrá sido la última vez que se lavó el pelo?” pensé. Luego vi que su cara estaba llena de granos y le agradecí a su barba de tres días impedirme dejar de ver el resto. Su ropa no estaba mal.
-¿Ese?- pregunté confusa.
-Sí, ¿qué le pasa?
-Que es algo feo, ¿no?
-Yo le sacaría el algo.- dijo Erica.
-Completamente de acuerdo.- coincidió Laura.
-¿Cómo que es feo?
-Hombre, si se lavara el pelo podría mejorar.- por lo visto no era la única que lo pensaba.
-Da igual, está decidido. Si tiene un amigo te lo presentó, ¿vale Laura?
-Si es como él, puedes ahorrártelo.
Y tras levantar el dedo corazón, visiblemente, se giró y caminó hacía su destino.
-Veamos que hace.- propuso Laura.
Vero caminaba con dificultad entre la multitud que la empujaba de un lado para otro, y entonces tropezó.
-¡Qué mala suerte!- dijo Erica.
-No creo que haya sido mala suerte.- la contradije.- Mira.
Había caído justo donde tenía que caer, en los brazos de aquel chico. Deseé tener superpoderes y escuchar todo lo que se decían, pero con el volumen de la música eso era realmente imposible. Entonces volvió.
-Vente conmigo.- dijo agarrando a Laura por el brazo.- Tiene un amigo, en realidad más pero no creo que estéis interesadas.
Erica y yo negamos con la cabeza.
-¿Cómo es?- preguntó Laura.
-Mucho mejor que el mío.- contestó Vero a regañadientes, y Laura fue con ella.
-Y aquí quedamos solas tú y yo.- dije.
-¿Bien llegamos, no?
-Claro que sí.
Y nos mezclamos entre la multitud, bailando como todos al ritmo de David Guetta y Where then girls at?
-Míralas, están allí.- dijo Erica.- ¿Vamos?
-Venga, que tengo curiosidad por saber como es el de Laura.
En cuanto estuvimos lo suficientemente cerca Vero se giró, nos vio y empezó a llamarnos con la mano.
-Este es Javi.- dijo señalando al chico feo.
-Hola.- contestamos Erica y yo a la vez, aunque yo más tímidamente.
-Hola.- dijo Javi, que no nos hizo demasiado caso.
-Parece que Laura ha hecho buenas migas con su chico.- comentó Erica mirando hacía la barra, donde Laura no paraba de reírse con un chico que me daba la espalda.
-Sí, ¿verdad?- se acercó a nosotras, supongo que para que él no la escuchara.- Está muy bueno, ese tenía que ser para mí.
-Eso te pasa por acelerada.- le contesté.
- Y por superficial,- añadió Erica- porque si no lo fueras Javi te encantaría.
Y a mí me entró un gran ataque de risa, aunque a Vero no pareció causarle la misma gracia.
-No es tan feo, ¿no?
-Un poco.- dije tratando de animarla, pero sin engañarla.
-Bastante.- contestó Erica, que siempre iba con la verdad por delante. Vero suspiró.
-En menuda me he metido, necesito un cubata, ¿alguna voluntaria?
-Está bien voy yo, y así veo como de bien está.
-Demasiado.- suspiró Vero.
-Entonces voy yo también.- dijo Erica.
-No, tú aquí conmigo a ver si se le va ocurrir que bailemos pegados.
Y entre risas me acerqué hasta la barra a por el cubata de Vero. ¿En que estaría pensando mi amiga cuando decidió acercarse a aquel tipo? ¡Si ahora prácticamente huía de él! Supongo que las luces confundían un poco…
Me apoye en la barra, para esperar a mi turno, justo al lado del misterioso chico de Laura. ¡Qué bien olía, y qué familiar era aquel olor! Me incliné un poco hacía delante, en parte para que Laura me viera, en parte para que lo hiciera el camarero. La primera en hacerlo fue ella.
-¡Hola!- dijo Laura.
-¡Hola!- contesté.
-Esta es mi amiga Ariana.- le dijo al chico.- Ariana este es Cristián.
Cuando oí su nombre me quedé helada, pero cuando se giró y lo vi ya era tarde para decirle a mi cuerpo que parara de temblar. Entonces todo transcurrió muy rápido, en menos de un segundo. Todos aquellos recuerdos reprimidos durante meses combatían entre ellos para ser los primeros en salir, intentando dejar una estela de dolor y sufrimiento en forma de lágrimas.
-Hola, otra vez.- dijo con su amplia sonrisa.
-Hola.- contesté con mi voz temblorosa.
Fue entonces cuando se acercó el camarero.
-¿Qué quieres?
-Ponme un cubata…-  y entonces pensé en la noche que posiblemente me esperaba.- no, mejor que sean dos.

sábado, 7 de enero de 2012

Capítulo 22.

Faltaba casi una semana para Carnavales y aún no habíamos encontrado disfraz, en realidad ni habíamos empezado a buscarlo. A pesar de eso ninguna estábamos preocupadas, todos los años hacíamos lo mismo. Aquella tarde de finales de febrero nos entró la prisa.
-¿Tenéis alguna idea para el disfraz?- preguntó Laura.
-Ni la más mínima.- respondí.
-Pues no vamos sobadas de tiempo.- repuso Erica.
-Hagamos una lluvia de ideas, aunque sean tonterías.- propuso Vero y enseguida nos pusimos manos a la obra. Salieron ideas de todo tipo, desde los típicos disfraces de egipcia o bruja hasta cosas impensables como los chicos Actimel. Aún así ninguno nos acababa de convencer. ¡Qué difícil era esto!
-Pues yo no pienso ir sin disfraz.- concluyó Vero cruzándose de brazos.- Aunque tenga que usar el del año pasado, no pienso ser la única que no va disfrazada.
Y tras esto seguimos mirando más disfraces, esta vez en la revista de disfraces que mi hermana había guardado.
-Este me gusta.- dijo Laura.
-Esta muy visto, pero no está mal.- coincidí.
-Pero le daremos nuestro toque, no pienso comprarlo en el todo cien. – señaló Vero.
-¡Pues ya tenemos disfraz!- finalizó Erica.
La revista llamaba a aquel disfraz Charleston, no estaba mal ahora habría que esperar a ver que ideaba Vero. Al final acabamos todas con vestidos de flecos, unas de color negro y otras de color blanco, un poco por encima de la rodilla. Taconazos y guantes hasta los codos y una boa, cada uno de un color diferente. En la cabeza, una pluma ridícula que lo único que hacía era molestarme. Pero en general el conjunto no estaba mal.
-¿Bromeas? ¡Estamos buenísimas! – dijo Vero.
-Pero el vestido…- protestó Laura, supongo que por lo corto que era.
-Si eso dependiera de mí sería aún más corto.
-¿Es que quieres que parezcamos…?- se cortó.
-¿Putas? Tranquila, para eso tendría que ser más corto de lo que lo quiero yo.
Aquello hizo que todas nos echáramos a reír y se aliviara la tensión.
-Por cierto, pintalabios rojo ¡eh! – añadió Vero, que estaba muy emocionada con el disfraz.- Ya verás, ¡vamos a arrasar! Bueno, tú Ariana, vas a tener que controlarte.
-Ya me vigilarás tú.- contesté.
-¡Si hombre! No tengo más que hacer que vigilarte.
Y de nuevo volvieron las risas y era tan reconfortante poder juntar mi risa con la suya…
Cuando se lo conté a Dani lo primero que hizo fue reírse.
-Tú ríete, pero ya verás que sexy voy a estar.
-Eso no lo dudo, además me muero de ganas de verte.
-Ya falta menos, porque… ¿vendrás conmigo no?
-Pues… en realidad no creo que esté aquí.
-¿Cómo que no?
-Creo que me voy de viaje con mis padres.
-¿A dónde?
-Alemania.
-Qué suerte tienes.
-Lo sé, pero no te podré ver con tu súper disfraz.
-Si te vale foto verás unas cuantas.
-Tendrá que valerme, ¿no?
-Pues sí, ¿cuándo te vas?
-El día anterior a Carnaval.
-¿Te veré, no?
-No lo dudes.
Y tras despedirnos colgamos, con una extraña mezcla agridulce entre desilusión y tristeza. Estaría sin él en Carnaval, y ahora mismo estar sin él se me hacía tan raro… Me había acostumbrado a verlo  cada día, a hablar con él cada instante. Me había acostumbrado a sus besos a diario, a sus miles de sonrisas por segundo. Me había acostumbrado a las caricias matinales, vespertinas o nocturnas. En definitiva me había acostumbrado a él.                                                        Y ahora, estaría a penas tres días sin verlo y ya me sentía vacía. ¿Extraño no? Meses atrás no quería ni verlo, de echo lo evitaba, y ahora sólo el pensar en no verlo tres días hacía que respirar se me hiciera difícil. Es curioso ver como el amor puede llegar y revolucionarlo todo.
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El día anterior a Carnaval, el día en que se iba se me ocurrió una idea disparatada. Después de vestirme y prepararme para salir, cogí una mochila y metí dentro el disfraz. ¿Para qué una foto pudiendo verlo en directo? Estaba segura de que luego me arrepentiría de haberlo hecho, pero ahora ya había salido de casa y no había vuelta atrás.
La puerta me la abrió Carmen.
-Hola Ariana, pasa.- dijo con su deslumbrante sonrisa.
-Hola.- contesté devolviéndole la sonrisa y entrando al salón.
-Siento el desorden pero estamos muy apurados con lo de hacer las maletas.
-No pasa nada.
Pero era cierto, por primera vez vi el deslumbrante salón completamente desordenado. Había una maleta abierta a medio llenar tirada en el suelo y en sofá lleno de un montón de prendas de ropa. En la impecable cocina, los platos aún estaban encima de la mesa sin recoger.
-Está en su habitación, sube si quieres.
-Muchas gracias.- y subí.
Estaba de espaldas a la puerta, concentrado en meter la ropa de su armario en un maleta que estaba sobre la cama. Golpee la puerta con los nudillos.
-Hola.- dije sonriendo ampliamente.
-Hola, ¿Cuál prefieres?- preguntó enseñándome dos polos. El primero todo azul, con el símbolo de Ralph Lauren en negro. El segundo blanco, con el número 3 en la espalda de color azul marino y el símbolo del mismo.
-El blanco.
-Lo sabía.
-Si hubiera sabido que estaríais tan ocupados no habría venido a molestar.
-Por eso no te lo dije y tú nunca molestas.- se acercó y me dio un rápido beso en los labios.- Además siempre puedes ayudarme.
-¿Te cuento una tontería?
-Venga.- dijo mientras doblaba el polo y lo metía en la maleta.
-Me he traído el disfraz en la maleta.
-¿¡No jodas!? Te lo tienes que poner sí o sí.
-Pero…
-Mira ahí tienes un baño, no salgas hasta que lo tengas puesto.- lo fulminé con la mirada.- Por favor…
Obedecí y me metí en el baño. ¡Qué idea más estúpida! ¿Por qué lo habría hecho? En fin…                                                 Cinco minutos después estaba vestida, pero me daba demasiada vergüenza salir. Abrí despacio la puerta y me aseguré de que nadie anduviera por ahí, cuando estuve completamente segura salí a hurtadillas. Entré en la habitación y cerré la puerta.
-¿Y bien?- dije toda sonrojada.
-Guau…
-¿Eso es bueno?
-Eso es que estás preciosa.
-Pues antes te reías de lo que llevo puesto.
-Eso es porque no lo había visto puesto.- reí. -¿Y vais a ir las cuatro así?
-Más o menos, ¿por?
-Miedo me dais.- y aquello hizo que me riera otra vez.
-Tranquilo, me portaré bien.
-Espero que no te vayas con otro.- bromeó y metió en la maleta un pantalón.
-No te preocupes,- dije cogiéndole la mano, tal vez demasiado seria.- eso no pasará.
-Ya sé que no,-metió una chaqueta.- confío en ti.
Y entonces conseguí pronunciar aquellas dos palabras con las que, tiempo atrás, me trababa la lengua.
-Te quiero.
-Y no sabes como me encanta oírtelo decir.- y me besó, mientras yo acariciaba sus manos.
-Bueno, voy a cambiarme.
-¿Por? ¡Estabas genial!
-Es que me da vergüenza y, además, no pienso ir así a casa.
Volví al baño y me cambié, estaba mucho mejor con mi vestido marrón que con el disfraz. Me peiné como pude el pelo con las manos y salí.
-Listo.
-Estás preciosa igualmente.
-Tú, que me ves con buenos ojos.- sonrió.- Bueno, me iré y os dejaré seguir.
-¿Ya?
-Sí, ya son cerca de las nueve. Además no quiero molestar.
-Ya sabes que…
-Que no molesto, lo sé.- le interrumpí.- Pero tengo que irme.
-Como quieras, te acompaño a la puerta.
-Ya me conozco el camino.
-Pero así descanso un poco.
-Siempre buscando excusas para no trabajar.- sonrió.
-Empiezas a conocerme.
Bajamos las escaleras hasta el salón, que ya estaba más organizado.
-¿Ya te vas Ariana?- me preguntó Luis, su padre.
-Sí, ya es tarde. Pasadlo muy bien por Alemania.
-Muchas gracias. Adiós.
-Adiós Ariana.- gritó Carmen desde la cocina.
-Adiós.
-Ya estás integrada en la familia.- comentó Dani.
-Parece que sí.- llamé al ascensor.
-Ya casi no te pones roja.- le lancé otra de esas miradas que matan.- ¿Qué? Es verdad.
-Pero no hace falta que me lo recuerdes, que entonces me pongo aún más roja.- y la sangre empezó a fluirme rápidamente hasta las mejillas.
-Ya estás roja otra vez.- se le escapó una carcajada.
-Eres malo.
-No, que va.
-Sí.-  respondí tajante, y ante eso él se acercó a mí y me abrazó.- Bueno, puede que no lo seas tanto…
-¿Lo ves?
El abrazo era Dani en estado puro, cálido, reconfortante, dulce y me encantaba.
-Bueno, ahora sí que me voy.- el ascensor acababa de llegar.
-Hasta dentro de tres días.- dijo acercándose a mí.
Me puse de puntillas y me adelanté a sus intenciones. Para evitar perder el ascensor levanté un pie para tapar el sensor.
-Adiós.- se despidió.
-Te echaré de menos.
Y la puerta del ascensor comenzó a cerrarse.

jueves, 5 de enero de 2012

Capítulo 21.

La cara todavía me ardía, debía de estar igualita que un tomate. Carmen, la madre de Dani, era súper simpática pero aún así… ¡Dios qué vergüenza!

-Encantada.- había dicho con una sonrisa idéntica a la de su hijo.

-Igualmente.- contesté tratando de calmar mis nervios.

-Bonito jersey.- supuse que intentaba romper el hielo.

-Gracias.- contesté tímidamente con las mejillas ya enrojecidas.

Después de esto, Dani se metió en la conversación y evitó que pudiera hablar demasiado. Aún así el color de mis mejillas seguía siendo demasiado intenso. Por lo visto su madre había llegado de Londres esta misma mañana pero como Dani todavía estaba en clase decidió ir a visitar a su hermano, es decir, el tío de Dani. Comió con ellos y al llegar a casa se dio cuenta de que se había dejado allí las llaves. “¡Menos mal, un poco más y…!” me dije a mi misma.

Ahora iba de camino a mi casa esperando que el aire frío le devolviera a mis mejillas su color habitual. Aún no era completamente capaz de asimilar lo ocurrido a lo largo de la tarde. Por tercera vez había estado tan cerca… La primera había sido el día de San Valentín, aunque ciertamente perder mi virginidad en un coche no era exactamente lo que había esperado de un día así. Luego estaba el día en el que fui a estudiar, no sé si fueron los poemas, la tensión o el color de aquel sofá que nos dejamos llevar demasiado. Entonces algo se encendió en mi cabeza y me dijo “para”.
Y ahora otra tercera vez, quizás la más cerca pero por casualidad, destino, un ser superior o sabe Dios qué no quiso que pasara y envió a su madre para evitar que sucediera. Está claro que eso de que a la tercera va la vencida no es del todo cierto, al menos no para mí.

-Dani, que despeinado estas. ¡A saber que harías!- dijo Carmen en una ocasión y Dani se apresuró a peinarse como pudo con las manos.
Lo dijo de forma inocente, sin ningún tipo de doble sentido. Sólo espero que nuestras risitas nerviosas no nos delataran.

Una ráfaga de viento me sacó de mis pensamientos y me apreté contra mi abrigo. Todavía olía a él y casi sin esfuerzo podía sentir los miles de besos que nos habíamos dado, y los miles de besos que faltaron por darse. Me estremecí al recordar cada una de sus caricias y sonreí al saber que nada de aquello era un sueño, era simple y llanamente la pura realidad. ¿Quién habría dicho que la felicidad no dura para siempre?
¿Alguna vez has oído eso de que cuando estás enamorado sientes mariposas en el estómago? Bien, pues yo debía tener millones de mariposas dentro de mi estómago porque sentía que en cualquier momento podría echar a volar.

-Me ha encantado conocerte.- añadió junto con una sonrisa cuando ya me iba.- Mi hijo se ha echado una novia muy guapa.

-Muchas gracias,- contesté sonriendo y completamente roja.- e igualmente.

Era extraño como días atrás mi cabeza solo tenía espacio para las dudas, las preguntas y montones de sensaciones negativas y ahora estaba tan segura…
El cielo aquella noche estaba gris, nublado y no se veía ni una sola estrella. Y sin embargo a mí se me antojó como la noche más bonita de todas.

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Después de cenar me encerré en mi habitación y cumplí mi promesa de continuar leyendo The Host, no me faltaba mucho así que me dije que hasta que no lo terminara no podía parar. Y así lo hice, llegué hasta el final y desee poder seguir leyendo aquellas páginas pero el libro había llegado a su fin. Cuando fui a dejarlo sobre la mesita de noche mis dedos se rozaron con la esquina de una lámina, la cogí y vi que se trataba del dibujo de Dani. Decidí que tenía que enmarcarlo para colgarlo en la pared. Y con esa idea en la cabeza me quedé dormida, después de un día cargado de emociones.

Al día siguiente, tal y como me había prometido enmarqué el dibujo y lo colgué en mi habitación. Elegir el marco fue fácil. Dani se había ofrecido voluntario para venir conmigo, no se lo pude negar ya que al fin y al cabo era su dibujo. Entramos en la tienda y miramos varios marcos.

-¡Este!- dijimos los dos a la vez provocando la risa del dependiente.

Aquello me recordó por un momento a Cristian, en el mismo momento en que lo había visto sabía que era exactamente lo que quería. La única diferencia era que el marco sí lo podía tener, a él no. Y me sentí mal por haber pensado eso, ya tenía exactamente lo que quería ¿no?. Deseché esa idea de mi mente y pagué el marco. Cuando llegué a casa le mandé a mi padre que me lo colgara. Probamos a colocarlo en diferentes sitios pero ninguno me convencía.

-¿Qué tal aquí?- preguntaba mi padre cada dos minutos y sólo conseguía una negativa por mi parte. Cuando por fin el dibujo estuvo en la pared de mi habitación, exactamente donde quería, respiré contenta.

Poco después mi madre me rogó y me suplicó para que le presentara a los padres de Dani pero yo no estaba por la labor, bastante vergüenza había pasado ya. Pero tras días enteros dándome la paliza no me quedo más remedio que ceder.

-Venga Ariana, ¿qué te cuesta? Seguro que lo pasaremos genial.

-Sí, va a ser una fiesta…- respondí irónica.

-Por favor, por favor, por favor.

-Mamá, ¿enserio acabas de hacer eso?

-Para que veas cuanto quiero conocerlos.

-Pero, ¿para qué?

-Por favor…- dijo poniendo esa mirada que te impide decir que no.

-¡Está bien!

 Cuando se lo conté a Dani parecía más feliz que mi madre por el futuro encuentro. En cuanto los padres de Dani regresaron de uno de sus múltiples viajes nos juntamos todos en su casa para comer. Llegué esperando una comida incómoda, tal vez tensa y un tanto fría pero resultó ser que desde el primer momento congeniaron perfectamente y con las ocurrencias de mi hermana por el medio la comida fue realmente llevadera. Se pasaron toda la comida hablando, riendo y recordando viejos tiempos que si el instituto, la universidad... Ni se dieron cuenta cuando desaparecimos de la mesa. Aquella comida hizo que volviera  a darme cuenta de que Dani era el chico perfecto para mí y para mis padres.
                                                                                                                                                                

Y a medida que pasaron los días más segura estaba de que todo aquello era lo que quería, lo que necesitaba, lo que siempre había buscado encontrar. Alguien en quien confiar, establecer un vínculo tan fuerte y poder sonreír sin miedo a absolutamente nada, sin ningún tipo de cohibición o coerción. Sin duda no podía pedir nada más, estaba rozando con la punta de los dedos eso a lo que llaman “Felicidad”. En aquellos momentos mi vida era como un puzzle en el que todas las piezas encajaban a la perfección, no faltaba ni sobraba ninguna, todo era perfecto tal y como estaba.