domingo, 27 de noviembre de 2011

Capítulo 17.

De camino a casa Erica me llamó.
-¿Hola?
-¡No te puedes ni imaginar con quién estoy hablando!- dijo emocionada.
-Sorpréndeme.
-¡Con Jorge!
-¿Con Jorge? ¿Qué Jorge?
-Jorge de Laura, me pregunta por ella.
-¿Y tú que le has dicho?
-Nada, que hacia tiempo que no hablaba con ella así que no podía serle de ayuda.
-¿Y eso es tan interesante?
-Interesante no, raro sí.
-Explícate.
-¿En dos años cuantas veces se han enfadado?
-No muchas.
-¡Exacto! Y ahora resulta que lleva varios días evitándolo y sin hablar con él, eso es raro.
-Ya habíamos llegado a la conclusión de que algo raro pasaba.
-Que sí, que sí pero debe ser algo gordo si él tampoco sabe nada.
Llegué a casa dándole vueltas a la conversación con Erica, si Jorge tampoco sabía nada no podía ser una simple tontería.  Después de cepillarme los dientes y ponerme el pijama cogí el portátil y me conecté al MSN y al Tuenti. No tenía novedades, sólo un comentario de Vero. Entonces vi que Laura estaba conectada. Laura, mi amiga con la cual hacía varios días que inexplicablemente no hablaba, la que nunca suspendía, la sensata, la que no desaparecía sin motivo alguno. Sin tener muy claro que hacer o decir, clické su nombre y escribí: “Hola…” lo envié y en el momento en que lo hice me arrepentí. Esperé y esperé y no contestaba, entonces una especie de chispa, parecida a la ira, se encendió en mí y decidí volver a escribir. Esta vez lo hice con menos educación: “¿Se puede saber qué coño te pasa?” Esperé un par de minutos y cuando ya lo había dado por imposible contestó:
-Lo siento, de verdad, lo siento mucho.
-¿Piensas explicar a qué ha venido todo esto? – puse enfadada.
-Yo… esto es difícil de explicar…
-Inténtalo.- no le di ni un respiro.
-He hecho algo y… no me siento bien ni conmigo misma.
-¿Has pensado que contándonoslo podríamos haberte ayudado?
-No pude y tampoco estoy segura de poder ahora.
-¿Intentarás hacerlo?- la respuesta tardó en llegar.
-Lo intentaré.
-Te escucho, más bien te leo.- dije tratando de aliviar la tensión. Ya no estaba enfadada, sólo intrigada y en parte asustada, ¿qué podría ser tan terrible?
-El sábado salí con unas amigas y sin Jorge. Dimos una vuelta por el centro, bailamos, bebimos lo estábamos pasando bien. Entonces aparecieron unos amigos de ellas y se nos unieron.- leía con impaciencia aquellas líneas.- Pasamos con ellos el resto de la noche y cuando ya nos íbamos uno de ellos me dijo si quería ir con él. Desde que habían llegado había pasado toda la noche detrás de mí aunque yo no le daba demasiado cuerda, pero no sé que se me pasó por la cabeza porque le dije que sí. Me invitó a su casa, y no sé porque subí, tomamos otra copa y lo último que recuerdo es despertar con él, en su cama.
-¿Jorge lo sabe?
-No, por eso también lo he evitado estos días. No te puedes hacer una idea de como me siento ahora Ariana, no sé que hacer, estoy perdida, confundida. Todo lo que tenía lo voy a perder por ser tan estúpida.
Tenía razón en algo, no podía imaginar como se sentía ahora y de hecho no se me ocurría nada que decirle para poder animarla.
-¿Y qué vas a hacer? Porque tarde o temprano se enterará, y es mejor que sea por ti.
-Lo sé pero… ¿Podrías decirle a Dani que después de dos años juntos tu primera vez no ha sido con él?
-No sé si podría, pero tendría que hacerlo.
-Entiendo… No sé cuando, pero se lo diré. Sólo déjame tiempo.
-¿Y a tus “amigas”?
-Mañana, si quieren escucharme,  lo haré.

Me fui a la cama tratando de asimilar toda la información. Por un lado las cosas con Laura habían empezado a volver a su cauce y eso me alegraba. Por el otro todo lo ocurrido era un poco desconcertante, todos pensábamos que Laura y Jorge eran un modelo de pareja perfecta y de alguna forma siempre los había envidiado, dos años juntos y seguían como el primer día. Sin embargo ahora toda esa perfección, esa confianza entre ellos, esa complicidad se había roto en pequeños trozos difíciles de unir, ¿y todo esto por qué? Por una tontería de una noche, porque la chica más sensata del mundo, al igual que todos, también comete errores. Y este fue un error de los grandes.
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Fui la última en llegar al instituto y cuando lo hice Laura ya estaba hablando con Erica y Vero, sus mejillas estaban mojadas. Pude ver que se juntaban en un abrazo.
-¿Y yo qué?- dije cuando llegué y me uní a su abrazo.
Después de un par de días y mucho pensar Laura consiguió el valor necesario para mirar a Jorge y contarle, entre llantos y “lo siento”, toda la verdad. Pero ni sus lágrimas ni sus disculpas sirvieron de nada, aquello había sido un punto y final sin opción a vuelta atrás.                            Intenté hablar con él y pude ver que estaba tan, o más, destrozado que Laura.
-Jorge, escúchame por favor.
-No creo que haya nada que escuchar.
-¡Pero ella te quiere! Está fatal, arrepentida no sabes lo culpable que se siente.
-¿A caso no fue culpa suya?
-Sí, pero…- me cortó.
-¿Qué harías tú Ariana? ¿Qué harías si la persona a la que más quieres, la persona en la que más confías, aquella a la que le has dado tu vida, tu tiempo, tus alegrías, tus tristezas te traiciona? ¿Lo olvidarías? ¿Borrón y cuenta nueva, nada ha pasado? Lo siento, no soy así, no puedo fingir que todo está bien cuando no lo está al igual que no puedo fingir que no la quiero, porque ten por seguro que sí la sigo queriendo.- había dicho.
Laura se refugió en nosotras, aunque todas sabíamos que albergaba la esperanza de despertar de aquella pesadilla que no lograba acabar. Y así, poco a poco las cosas entre nosotras volvieron a ser como siempre debieron haber sido. Sólo nosotras cuatro sin secretos, sin mentiras, sin miedos, sin cohibiciones, sin ataduras. Sólo nosotras cuatro, que éramos mucho más que un grupo de amigas.
Los días pasaron y Vero había decido dejar a Aitor, supongo que finalmente su cabeza no logró asentarse pero así era ella un espíritu libre que tan pronto como viene como va, no podías pretender entenderla porque a veces ni ella misma lo hacía.
-No puedo atarme a nada ni a nadie.- había sido su única respuesta.
Erica y Yago seguían teniendo sus idas y venidas y cada vez estaba más convencida de que aquel chico no me gustaba nada para mi mejor amiga, estaba segura de que la utilizaba pero ella parecía hechizada con él y nada ni nadie podía hacerla cambiar de opinión. Después de discutir varias veces con ella por él, decidí abandonar el tema, era su vida y si ella la quería así, así tendría que ser. Poco a poco nos acostumbramos a que unos días nos tocara convivir con sus lágrimas y su tristeza y otros con su enorme sonrisa y su felicidad.
Y yo, bueno, yo decidí contarles toda la verdad sobre Cristián, sobre Dani. Les conté mis sueños, les conté como una parte de mí todavía seguía esperando encontrarse de nuevo con Cristián, como ansiaba tocarlo, como deseaba mirarle una vez más a los ojos y grabar esa imagen para siempre. Les conté como esperaba encontrar en Dani una cura, un remedio o una anestesia contra el dolor de Cristián, como me esforzaba por quererle día a día y como mis esfuerzos terminaban fracasando. Les conté como mis labios eran dóciles a los de Dani y sin embargo, mi cuerpo huía del suyo cada vez que estaban demasiado cerca y aun así me esforzaba para evitarlo.                                                                                                                                                                                                  Y en ellas encontré un apoyo incondicional, una fuerza que jamás había experimentado. Se dice que lo que no nos mata nos hace más fuertes y justamente eso había pasado entre nosotras, estábamos más unidas que nunca e incluso habíamos encontrado una canción perfecta para nosotras.
“Say what you want or don't talk at all I'm not gonna let you fall. Reach for my hand cause it's held out for you. My shoulders are small but you can cry on them too. Everything changes but one thing is true, understand: We'll always be more than a band.”
Empezamos a pasar muchísimo más tiempo juntas, escuchábamos nuestra canción, la cantábamos a toda voz, reíamos como nunca lo habíamos hecho. Empezó a crearse entre nosotras una complicidad difícil de alcanzar, nuestra amistad alcanzó otro nivel.
-¡Para siempre!- habíamos dicho una vez y así tendría que ser.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Capítulo 16.

-Como puedes ver la literatura no es mi fuerte.- dije pasando la página.
Estábamos sentados en el suelo de su salón, justo delante del inmenso sofá rojo que lo presidia. Acariciaba con los dedos la alfombra negra y me emboba con los cuadros que decoraban aquellas paredes blancas. “Una familia de aristas” me dije sin lugar a dudas.
-Poco a poco, veamos… ¿Bécquer?
-Sí, toca Bécquer.- suspiré.- Nació en Sevilla el…
-Para un momento.- examinó el libro.- Lee esto.
¿Para qué me mandaba leer un poema? A pesar de mi desconcierto le hice caso, cogí el libro y comencé a leer.
-“Como en un libro abierto
leo de tus pupilas en el fondo.
¿A qué fingir el labio
risas que se desmienten con los ojos?
¡Llora! No te avergüences
de confesar que me quisiste un poco.
¡Llora! Nadie nos mira.
Ya ves; yo soy un hombre... y también lloro.”
-¡Qué poco te entusiasma la poesía!- lo dijo con cierta burla.
-¿Por qué dices eso? – repliqué medio enfadada.
-Sólo hay que ver como lo lees.
-¿Ah si? Pues lee tu esta, a ver como lo haces.- cogió el libro y comenzó a leer.
-“Te vi un punto y flotando ante mis ojos
la imagen de tus ojos se quedó
como la chispa orlada en fuego
que flota y ciega si se mira al sol
y por donde quiera que la vista clavo
torno a ver sus pupilas llamear
y no te encuentro a ti, no es tu mirada
unos ojos, los tuyos nada más.
Desde mi alcoba en el ángulo los miro,
desasidos, fantásticos lucir
cuando duermo sueño que se ciernen
de par en par abiertos sobre mí
Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche
llevan al caminante a perecer
yo me siento arrastrado por tus ojos
pero a dónde me arrastran no lo sé.”
Cuando acabó me di cuenta de que tenía la boca ligeramente abierta, lo había leído de tal forma que hizo que algo se encogiera en mí y tal vez, consiguió que mi interés hacia la poesía aumentara.
-Bueno, sí que hay un poco de diferencia…- dije tratando de quitarle méritos.
-¿Un poco? ¡Creo que estamos a años luz!
-¡Trae aquí!- le arranqué el libro de las manos no enfadada, sí ofendida.-“ Asomaba a sus ojos una lágrima
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.
Yo voy por un camino; ella, por otro;
pero, al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: —¿Por qué callé aquel día?
Y ella dirá: — ¿Por qué no lloré yo?”
Y me di cuenta de que lo había leído con demasiada torpeza, nada comparado a él.
-Vale lo admito, estamos a años luz.- reconocí.
-Tienes que hacerlo más fluido, pero respetando las pausas, tomando el aire necesario. Mira,
“Dos rojas lenguas de fuego
que, a un mismo tronco enlazadas,
se aproximan, y al besarse
forman una sola llama.”
Volvió a dejarme sin aliento, con el corazón a mil y decidí comprobar lo que decía el poema. Lo besé y supe que efectivamente “su lengua era de fuego” y en eso momentos la mía también. Poco a poco fue encendiéndose esa llama de la que hablaba Bécquer, y la llama comenzó a arder con más fuerza y a hacerse más y más grande. Ambos nos quemábamos pero eso no parecía importar, no ahora. Y de repente, como si comenzara a llover, la llama se apagó y me separé de él. Mis mejillas ardían.
-Vaya, creo que debería leerte más a menudo poemas. Dan buen resultado.- y la tensión sexual no resulta, disminuyó.
Después de eso seguimos estudiando, dejando a un lado a Bécquer, aunque realmente ninguno de los dos tenía la cabeza puesta en ello.
-¡Vale, necesito un descanso!- dije a eso de las ocho.
-Estoy de acuerdo, ¿hasta las nueve no cenaremos no?
-No.- contesté mientras recogía mis cosas.
-Por cierto, bonitos calcetines.- echó la lengua.
-¿No te gustan? – dije colocándome las calzas, no calcetines.
-Sí, sí, sólo que es tan…
-¿Tan?
-Mejor déjalo.
-¡No!
-¿Colegiala?- respondió, pero se le notó demasiado que eso no era lo que pensaba.
-¿Y ahora me dices la verdad?
-Es esa.
-Sé que no.
-Vale, mmm… ¿resaltan tus piernas?- eché a reír, aunque no me lo acababa de creer.- ¿Ves? Te dije que era mejor callármelo, te estás riendo de mí.
-No, contigo.
-Eso siempre se dice cuando te ríes de alguien.
-¿De dónde ha salido esa teoría?
-Es completamente mía, ¿qué te parece?
-¡Qué es totalmente cierta!- dije mientras me alejaba de él.
-¿Entonces sí que te ríes de mí?
-Probablemente.- y volví a alejarme de él.
-¿Sabes que ahora es cuando te arrepientes no?
-¡Eso nunca!- y en cuanto dije la última palabra ya venía a por mí.- ¿Por qué siempre acabamos corriendo?
-Porque en el fondo te gusta correr.
Estuvo cerca de diez minutos persiguiéndome por toda la casa, con la ventaja de que él sí que la conocía y yo no. Al final entré en una habitación que no tenía más puertas que por la que entré y me vi atrapada. Las paredes eran azul marino y volvían a estar llenas de dibujos. Los muebles eran grises y blancos y la colcha de la cama azul. En el escritorio había varios libros apilados, folios por todas partes y un portátil. En una esquina estaba la mochila de Dani, debía ser su habitación. Antes de poder reaccionar él ya estaba allí, no tenía por donde escapar.
-Te aviso que no tengo cosquillas.- mentí mientras retrocedía, él se acercó más. ¡Qué preciosa sonrisa!
-Entonces sufrirás menos.- no sé muy bien cómo, pero logré esquivarlo y salir de la habitación. Corriendo volví al salón, pero él me seguí de cerca. Corría mirando hacia atrás y no fue de extrañar que tropezara contra el sofá y me callera, él tampoco debía mirar mucho por dónde iba por que también se calló. Estuvimos callados durante una pequeña fracción de segundo en la cual nuestras agitadas respiraciones de entremezclaban.
-¡Me pesas! – me quejé entre carcajadas rompiendo el silencio.
-Pues ahí tienes tu castigo, ¿lo retiras?
-Lo retiro.- sonriendo se levantó.- Ufff.
Me tendió la mano y me ayudó a levantarme.
-¿Ves que patosa soy?
-Yo tampoco me he lucido mucho que digamos.
Después de eso se sentó en el sofá y yo me acosté poniéndole las piernas encima de las suyas. Habíamos decidido después de un largo intercambio de ideas, Dani no creía que la palabra discusión fuera correcta, poner Atrapa un millón y mientras lo veíamos él jugueteaba con mis “calcetines”, ya no había forma de conseguir que dejara de llamarlos así. Tratábamos de acertar todas las respuestas aunque, sinceramente éramos muy malos.
-Voy a pedir la pizza, ¿pepperoni verdad?
-Justo.- aparté las piernas para que pudiera salir
-Ya me contarás cual es la respuesta.- y me eché a reir.
La pizza llegó en algo más de media hora y cenamos en la sala. Ya no veíamos Atrapa un millón, ahora tocaba El Hormiguero. A pesar de que teníamos hambre no acabamos toda la pizza.
-Aquí está mi desayuno de mañana.- dijo mientras guardaba lo que había sobrado.
-¿Con pepperoni? Una forma algo fuerte de empezar el día, ¿no?
-¡Yo puedo con todo!
-Así me gusta grandullón. Bueno, - miré el reloj- creo que debería irme o empezarás a caerle mal a mi madre.
-En ese caso…
Me acompañó hasta la entrada y esperó conmigo hasta que llegó el ascensor.
-Hasta mañana.- dije.
Estaba apoyada en la pared, me rodeó con sus brazos y me hizo prácticamente su prisionera. No podía salir de ahí. Entonces mi captor me besó e hizo de mi prisión un lugar mucho más cálido y cómodo.
-Un beso con sabor a pizza.- dije.
-Hay que probar cosas nuevas.- en ese momento el ascensor se cerró.- Creo que nos da tiempo a otro mientras sube, ¿qué te parece?
Y nuestros labios volvían a estar unidos en un beso, un beso con sabor a pizza.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Capítulo 15.

La barra del Messenger se volvió naranja, abrí la ventana en la que me habían escrito algo nuevo.
-¿Cómo que le he gustado a tu madre? – decía Dani.
- Sí, de hecho creo que ya te quiere más a ti que a mí.- y añadí un emoticono echando la lengua.
-¡JAJAJAJAJAJA!
De nuevo la barra del Messenger se volvió naranja, esta vez era una conversación de tres; Erica, Vero y yo.
-¿Y después de cenar que pasó?- preguntaba Vero con un guiño.
Cuando estuvieran en mi casa apenas tuve tiempo de contarles nada sobre la noche del domingo, porque entre foto y foto llegó Dani.
-Pues fuimos a la playa.- contesté.
Vero nos había contado que Aitor la había invitado a cenar a su casa, ya que estaba solo,  había puesto música y encargado comida china. Después de cenar se fueron al sofá a intentar ver una película, y digo intentar porque en media hora había pasado de examinar la película a examinarse mutuamente.
-¿Y…?  - esta vez era Erica.
-Me amenazó con tirarme al agua.
-Que poco romántico ¿no?
Erica se había quedado en casa, Yago había olvidado que día era. Pero a eso de las doce la llamó y le dijo que bajara. Cuando lo hizo se lo encontró en frente a su portal con un montón de flores y suplicándole que lo perdonara, evidentemente ella no supo decirle que no.
-Bueno, estuvo bien. Luego le besé para que no lo hiciera.
-Ya veo que sabes utilizar tus mejores armas.- dijo Vero y todas llenamos la pantalla con “JAJAJAJAJAJA”.- ¿Y después…?
-Después subimos al coche y…- envié.
-¡No me jodas que lo hicisteis en el coche!
-¡No!
La conversación con Dani se iluminó.
-Me voy a cenar.
-¿Qué cenas?- pregunta tonta no, lo siguiente.
- Huele a pizza.
-Me muero de envidia.
-Te invito a que vengas.- guiño.
-¿Enferma?
-Si quisieras contagiarme ya lo habrías hecho.
-Tienes razón pero, hoy no. Te prometo que el próximo día que cenes pizza iré a tu casa.
-Una promesa es una promesa.
-Nos vemos mañana, te quiero.- la respuesta me salió natural. Le quería, sí, pero no como debía.
-Y yo.- cerró sesión.
Cuando cerré esa ventana, la otra conversación ya estaba llena de interrogantes y preguntas.
-Estornudé y nos corté el rollo.- puse seguido de una cara sonrojada y mi respuesta hizo que desaparecieran los interrogantes y aparecieran nuevos “JAJAJAJAJAJAJA”- Gracias por reíros de mí y tal…
-Es que siempre eres tan oportuna.- bromeó Vero.
Al cabo de diez minutos yo también me fui a cenar pero, en lugar de pizza había pescado.
Cuando me fui de nuevo a mi habitación me encontraba mucho mejor, la fiebre se había ido a lo largo del día y aunque seguía estornudando y tosiendo mañana iría a clase, “una pena” pensé.
Volví a coger el libro y seguí leyéndolo, adentrándome en él más y más a medida que pasaba las páginas. Cuando más ojos ya no podían más, se cerraron y dieron paso al sueño. Por suerte esa noche no soñé con nada, simplemente dormí y al despertar me sentí realmente aliviada aunque inexplicablemente afloró un ligero odio hacia Cristian.
Me puse unos vaqueros, cinturón marrón, camiseta blanca y All Star del mismo color. Paraa abrigarme bien la garganta cogí un fular de leopardo y en la parca marrón metí un paquete de pañuelos.  Cogí la mochila y el móvil y me fui a clase. De camino me puse los cascos de la Blackberry, empecé a escuchar música y me aislé de todo lo demás. Después de dos canciones de Chris Brown, lo sé es una obsesión, empezó a sonar Adele y su Someone like you y ahí me abandoné por completo y me concentré en su letra, en su sonido y aunque me negaba a aceptarlo, muy probablemente en mis ojos aparecieron diminutas lágrimas que se peleaban por salir.
I hate to turn up out of the blue uninvited, but I couldn't stay away, I couldn't fight it, I had hoped you'd see my face, and that you'd be reminded that for me it isn't over. Never mind, I'll find someone like you, I wish nothing but the best for you, too. Don't forget me, I beg. I remember you said, "Sometimes it lasts in love, but sometimes it hurts instead."
Puede que escuchara la canción tres, posiblemente cinco veces y cada vez que la oía me llegaba más. Finalmente la paré y bajé del autobús.
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-¡Hoy ceno pizza! – dijo Dani a la salida.
-¿Otra vez?
-¿Qué hay de malo? Hay muchos tipos de pizza, ¿Cuál te gusta?
-Mmm… ¿Pepperoni?
-Perfecto., ¿a qué hora vienes?
-Cuando quieras, no tengo mucho que hacer aparte de estudiar.
-¿A las cinco?
-¿Vamos a cenar a las cinco?
-No, pero si vienes antes puedo ayudarte a estudiar.
-¿Enserio vas a ayudarme a estudiar?- lo dije con cierta ironía.
-¡Arianaaa, –.gritó Vero.- nos vamos!- les dije adiós con la mano.
-¿Por qué no? Voy en segundo, se supone que me lo sé todo.
-Pues entonces te veo a las cinco.- sonreí.- Adiós.
Nos dimos un beso rápido, tendríamos mucho tiempo para darnos todos los que quisiéramos.
Llegué a casa y después de comer metí en una carpeta todo lo necesario para nuestra “tarde de estudio”. Después pensé si cambiarme o no, tras meditarlo un rato decidí que sí así que abrí el armario y me puse a observar mi ropa. Cogí unos shorts negros de tiro alto, una camiseta blanca que decía “Never shout never”, una chaqueta de cuero negra y cuando iba a coger unas medias transparentes me di cuenta que las que tenía estaban rotas.
-¡Mamá! – grité.- ¿Puedes venir un momento?
-¿Qué pasa?
-¿Tienes medias transparentes? Las mías están rotas.- se las enseñé.
-Ahora vengo.
Cuando volvió lo hizo con unas medias en la mano.
-¡Gracias!
-De nada, pero ¿no tendrás frío?
-¡Qué va! Si me voy a meter en un piso.
-¿A dónde vas?
-A estudiar a casa de Dani.- dije mientras me ponía las medias.- También me quedo a cenar.
-No vuelvas muy tarde.
-No mamá.- y se fue contenta sabiendo que estaría con aquel chico tan perfecto que había conocido ayer.
Una vez puestas las medias, el pantalón y camisada la camiseta cogí unos botines estilo motero negros y antes de ponérmelos  rebusqué en busca de unas calzas negras también. Me las puse, me puse los botines y luego bajé un poco las calzas. Me miré al espejo, perfecta. Metí el móvil en la chaqueta, cogí algo de dinero y la carpeta.
-¡Adiós mamá!
-Adiós, pásalo bien.
Y tras esto salí sin saber muy bien qué pasaría esa tarde.

martes, 15 de noviembre de 2011

Capítulo 14.

-Despierta, - dijo alguien a la vez que me zarandeaba, ¿por qué me molestaban?- ya es muy tarde.
Poco a poco empecé a abrir los ojos, me costaba, estaba muy cansada y además me encontraba fatal. Hacía mucho frío en la habitación, ah no, ahora hacía calor.
-Me siento fatal, - dije tratando de despegar la lengua a la vez que abría totalmente los ojos para ver con quién hablaba.- mamá.
-Claro, llegando tan tarde.-lo dejo caer con cierta ironía ya que la noche anterior había llegado a las dos, aunque la hora marcada había sido la una.
-No, te lo digo de verdad, - empecé a toser- no me siento nada bien.- más tos.
Mi madre, como todas las madres, me puso la mano en la frente y se concentró en ver si tenía fiebre. “¿Y si me traes un termómetro?” pensé, pero no se lo dije ¿para qué discutir?
-Mmm… - ¿Es que tenía algún tipo de poder mágico en aquella mano?- iré a por el termómetro.- ¡Menos mal!
Al final resultó que sí que tenía fiebre, treinta y ocho, y supuse que se debía a la “ducha” que me había dado por la noche.
-Cariño voy  llevar a Nerea al cole y después a trabajar, ¿estás segura de que estarás bien?
-Sin problema.- sentí que algo me desgarraba la garganta y tosí sin parar.
-Cualquier cosa llámame.- me dio un beso.- Adiós.
Oí cerrarse la puerta y supe que estaba oficialmente sola, pero no pude disfrutar demasiado de esa soledad ya que mis párpados comenzaron a cerrarse hasta que me perdí en mi propio sueño…
En el sueño yo era una espectadora, la espectadora de mi propia vida en los últimos meses. Mientras engullía a montones las palomitas, podía ver que mi ser había sido una montaña rusa de sentimientos. A veces tan arriba, a veces tan abajo. Aparecía Dani que conseguía estabilizar mi viaje por aquella atracción que era mi vida, pero ni de lejos podía hacerme subir tan alto como Cristián. Cristián, que desde el primer momento que le vi disparó mi corazón. Cristián, que desde que se fue había dejado un vacío que no se podía llenar con nada ni con nadie. Y ahí estaba yo y mi estúpida costumbre de sentir que pierdo lo que ni siquiera es mío.
Me desperté empapada en sudor, con un montón de calor, la fiebre había vuelto a subir. Fui a la cocina a por algo para bajármela y me volví a la cama. Seguía recordando el sueño como si lo estuviera viviendo ahora mismo. Lo odiaba: al sueño, a Cristián y a mí. Al sueño por recordarme día tras día lo imperfecta que era mi vida, lo imperfecta que era yo. A Cristián por hacerme creer algo que no era, por darme ilusiones. A mí por creer todo aquello, por pensar que tal vez podría funcionar algo que nunca llegó a empezar.
Pasé el resto de la mañana tumbada en la cama sin hacer nada. Miraba el Tuenti de vez en cuando pero sacada la primera vez ya no había novedades. Desesperada me levanté y me planté en frente a la estantería de los libros, ¿cuál no habría leído?
Empecé a pasar los dedos por cada uno, intentando decidirme. Saga Crepúsculo, Saga Vampire Academy, Crónicas Vampíricas Federico Moccia, Blue Jeans,  Si no despierto, El mañana empieza hoy, Harry Potter,  Cazadores de Sombras,  Juntos,  Saga Traición, El club de los corazones solitarios, Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea… ¡Todos leídos! Entonces me di cuenta que en el estante de abajo había uno de mis libros. Tenía un marcador que indicaba que había empezado a leerlo, pero aún faltaba mucho para acabarlo, ¿por qué lo habría dejado? Lo cogí y observé la portada, The Host, de Stephanie Meyer. Lo abrí por la primera página y empecé a leer.
“El sanador se llamaba Fords Deep Waters…”
Poco a poco me fui metiendo de lleno en la lectura, en aquella peculiar historia que hablaba de alienígenas que llegan a la Tierra y se hospedan  los cuerpos de los humanos, al principio de forma más lenta pero a medida que avanzaba los minutos se me pasaron volando y mi cabeza dejó de pensar en algo distinto a lo que estaba leyendo. Devoraba las páginas como si de aquello dependiera mi existencia, pasa página tras página sin cansarme. Tan concentrada estaba que ni me enteré de que mi madre había llegado con Nerea.
-¿Cómo estás enfermita? -  preguntó Nerea abalanzándose sobre mí.
-Bueno, ahí estamos.- contesté sin despegar la vista del libro.
-¿Qué lees?- inquirió curiosa.
-Un libro.
-¡Eso ya lo sabía! – Echó a reír.- ¿Has leído todo eso hoy?
-Ajá.
-¡Jo, pues sí que lees!
-¿Qué tal estás? – preguntó mi madre que acababa de entrar en mi habitación.
-Algo mejor.- dije otra vez sin apartar los ojos del libro.
-Mira mami, ha leído todo eso.- interrumpió Nerea realmente fascinada.
-¡Ya está!- había acabado el capítulo y ahora sí que podía mantener una conversación normal.
-¿Y ese colgante? – inquirió mamá que hasta ahora no se había dado cuenta de él.
-Un regalo.- contesté tocándolo y al sentir la pequeña torre en mis dedos recordé lo increíble que, a pesar de todo, había sido la noche anterior.
-Es precioso.- supe por el tono de su voz que intuía quien podía haber sido la persona que me lo había regalado.
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A penas comí nada y antes de volver a la cama volví  tomar algo para bajar la fiebre.  Estaba deseosa por volver a coger el libro y no podía creer lo mucho que me había enganchado.
“Transcurrieron una, o tal vez dos semanas, no lo sé con exactitud…”
Seguí leyendo toda la tarde, interesándome por cada palabra deseando poder acabarlo para ver qué pasaba y a la vez no queriendo acabar nunca.
-Tienes visita.- dijo Erica feliz.
-¡Hola! – dijeron Vero y Erica.
-Hola chicas.- entraron y yo esperaba que también lo hiciera una tercera, pero no apareció por ninguna parte.- ¿Y Laura?
Suspiraron a la vez, algo malo había pasado.
-Verás,- comenzó a decir Erica.- ya sabes que ha estado rara estos días y tal…
-Sí.- interrumpí para que se dejara de rodeos.
-Pues hoy nos han dado el examen de Matemáticas, el que estudiamos solas, por cierto has sacado un seis,- sonrió y yo con ella, no me esperaba el seis.- yo un cinco y medio…
-Yo un cuatro y medio.- Vero parecía feliz con su nota.
-…Laura un tres, creo que no le ha sentado muy bien.
-¿¡Y no viene por haber suspendido un puto examen!? ¡Qué fuerte me parece!
-No, no creo que sea por eso, solo digo que el suspenso es tan raro o más que todo lo que ha pasado esta semana.
-Es raro pero… ¿habéis intentado hablar con ella?- pregunté y vi que Erica dudó.
-Le hemos dicho que veníamos, - se decidió a decir Vero.- ha pasado de nosotras y por aquí no la veo.
-¿Y tú cómo estás? – cambió Erica de tema.
-Bueno, sin mucho que hacer. Me he entregado por completo a la lectura.- enseñé el libro.
-¡Qué tochazo! – comentó Vero.
-No está mal.
-Ya veo que no, te has fundido casi medio libro en una mañana.- echamos a reír.
Seguimos hablando de cosas sin importancia y el tema Laura no se volvió a tocar, aunque yo seguía dándole vueltas en mi cabeza.  Después Erica sacó de su mochila la Canon y nos sacamos un montón de fotos, yo con mi pijama.
-Hola.- entró Nerea sonriendo en la habitación.
-Hola princesa.- dijo Erica que adoraba a mi hermana, y Nerea se tiró encima de mi amiga. El cariño era mutuo.
-Hola enana.- a Vero le encantaba hacerla rabiar.
-No soy enana.- echó la lengua.
-¿Qué querías?- pregunté.
-Tienes más visita.- sonrió.
-¿Quién? – se fue corriendo y cuando volvió a entrar lo hizo de la mano de Dani.
-Él.- contestó señalándole.
-Hola.- dijo tímidamente, ¿desde cuándo era tímido?
-Hola.- dijimos mis amigas y yo a la vez y eso hizo que todos nos riéramos y la tensión disminuyera.
-¿Foto grupal? – preguntó Erica, Dani se hizo un poco de rogar pero al final cedió.- Y ahora que ya tengo la foto me voy tranquila.
-¡Espera que me voy contigo!- Vero cogió su mochila.- Pónteme buena pronto, ¿vale?
-Se intentará.
-Te dejo todos los deberes que non han puesto.- le dediqué a Erica una mirada asesina.- ¿Qué? No venimos sólo a darte buenas noticias.
Se despidieron de todos y se fueron.
-Lo prometido es deuda,- dijo Dani sacando de su mochila un bloc de dibujo.- toma.
Cogí el cuaderno y observé cada perfecta línea de cada perfecto dibujo, cada color, cada figura, cada forma. Allí donde mirara podía ver belleza, en esa farola dibujada en aquella calle, en las diminutas flores de un campo, en los brillantes ojos de un rostro,  en una copa de vino medio llena, en ese cielo estrellado, en un mar infinito, en la puesta de sol. Todos aquellos trazos eran pura harmonía.
-Guau.- suspiré a la vez que me detenía en el último de sus dibujos. En el dibujo había un inmenso mar que lo ocupaba prácticamente todo. Jugando con los colores y las olas conseguía crear una perfecta ilusión de profundidad. En el mar había un joven de espaldas y en sus brazos llevaba a una chica preciosa, una chica feliz en brazos de la persona a la que quiere. El cielo estaba plagado de estrellas, tan pequeñas y brillantes como las de anoche.
-¿Te gusta?
-Me encanta.
-Lo hice ayer a la noche, después de dejarte. Si quieres es tuyo.
-¿Me lo regalarías?
- Me encantaría poder hacerlo.- me acerqué poco a poco a él y cuando nuestros labios estaban a escasos milímetros de rozarse…
-Ari…- entró mi madre y automáticamente nos separamos.-… ana. Lo siento, pensé que estabas sola.
-No pasa nada.- mis mejillas estaban rojas sí o sí.- Mamá ese es Dani. Dani esta es Lucía, mi madre.
-Hola.- dijo mi madre muy sonriente.
-Hola.- contestó él algo cohibido.
-¿Qué tienes ahí? – preguntó mi madre apuntando a sus dibujos.
-Son mis bocetos.
-¿Puedo?
-Claro.- y se los dio.
Mi madre tardó incluso más que yo en verlos todos, supe por la forma en que los miraba que le gustaban y estaba en cierto.
-Son muy buenos.
-Gracias.- contestó pasándose la mano por él pelo.
Tras esto se embarcaron en una profunda conversación de la cual perdí el hilo antes de la mitad. Mi madre le decía que siguiera dibujando, que tenía talento. Él le contaba sus proyectos de futuro. Descubrieron que aparte del dibujo tenían más cosas en común. Juro que llego un momento en el que se olvidaron de que yo también estaba allí. Finalmente Dani se fue.
-Ariana, me encanta este chico para ti.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Capítulo 13.

Cuando acabamos de cenar pedimos la cuenta, Dani empezó a sacar la cartera de su bolsillo cuando detuve su mano.
-Ni pienses que vas a pagar tú solo.
-¿De quién fue la idea de venir, tuya o mía?
-Tuya, pero…
-Ni pero ni nada, pago yo y no se hable más.
Pudimos pasar más de diez minutos discutiendo inútilmente y al final pago todo él.
-Ya tendrás tiempo para invitarme tú.- dijo para sacarme el enfado de encima, no lo consiguió.
-Eso no me consuela.- dije poniendo morritos y me beso, eso hizo que todo el enfado se me pasara de golpe.- ¡Eso no vale!
-¿A qué ya no sigues de malas? – Negué con la cabeza.- Entonces sí que vale.
Y dicho esto salimos del restaurante. Fuera hacía frío, demasiado frío, y me esforcé para evitar tiritar. Para presumir hay que sufrir, habría dicho mi madre, pero una chaqueta más gruesa no habría estado mal en aquel momento y seguro que habría encontrado una bien bonita. Eran cerca de las doce y ya estaba todo completamente oscuro, lo único que iluminaba la calle eran alguna que otra farola. El cielo estaba precioso, lleno de estrellas que brillaban como diminutos diamantes y acompañaban a la luna llena esa noche.
-¿Tienes frío?
-No, sólo algo de fresco. – mentí.
-Ten.- dijo sacándose la chaqueta.
-Un truco muy típico, ¿no?
-Puede pero, ¿a qué nadie te lo había hecho?-reí.
-La verdad es que tienes razón.- y me puso su chaqueta en los hombros.- Y ahora desaparecerás misteriosamente y tendré que volver a verte, cosa que odiaría, para devolverte la chaqueta ¿no?
-Me has pillado,- contestó en una media sonrisa.- pero nunca pensé que odiarías verme.
-Pues ahora ya lo sabes.
 -Supongo que ahora es cuando “desaparezco misteriosamente”
-Ni se te ocurra hacerlo.
-Creía que odiabas verme.
-Por eso, así te la devuelvo hoy y no te tendré que volver a ver nunca más.- y ambos nos juntamos en una risa infinita.- Una pregunta tonta que se me ocurre a mí.
-Dispara.
-¿Ahora no tienes tú frío?
-Nada que no pueda soportar, soy fuerte.- hizo ademán de remangarse el jersey, pero lo detuve.
-Si te remangas tendrás más frío aún.
-Y tú no quieres que me constipe ¿no?
-Exacto.- sonreí.
-Entonces no te importara que haga esto.- me agarró por la cintura y se pegó a mí.- Yo lo llamo calor humano, ¿qué te parece?
-Que si sigues así tendré que devolverte la chaqueta.
Seguimos andando así, sin despegarnos ni un milímetro y, probablemente acercándonos todavía más a cada paso que dábamos. Podía oler su perfume, tan dulce como él, sentía el latido de su corazón casi como si fuera el mío, notaba su respiración en mis oídos. ¿Por qué no podía ser él? ¿Por qué mi corazón se negaba a quererlo? Vale, sí, le había cogido un montón de cariño en todo este tiempo pero el amor no entiende de cariño, entiende de pasión. No entiende de esperas ni de cosas a medias, entiende de todo y ahora.
- Te recuerdo que todavía me debes algo.- dije de repente, sin venir demasiado a cuento. Simplemente me acordé y lo solté para no olvidarlo otra vez.
-¿El qué? ¿Un beso?
-Buen intento.
-Podría dártelo igualmente.
-Tal vez.- contesté haciéndome la indiferente y fue justamente esa “indiferencia” lo que lo animó aún más a hacerlo.
-Ya no te debo nada.- dijo sonriendo.
-Yo creo que sí.
-¿Te has quedado con ganas de más?- preguntó acercándose a mí.
-Quieto,- le puse la mano en la boca- que si no te lo digo ahora se me va a olvidar.
-Está bien.- sonrió y me dio un beso en la mano.- ¿Qué te debo?
-Prometiste enseñarme tus dibujos, y aún no los he visto.
-¿Era eso? – Asentí.- Mañana mismo te los enseño.
-Estupendo.- y ambos sonreímos.- Ahora ya puedes hacer lo que querías hacer.
En cuanto acabé de decirlo ya sentía su boca sobre la mía y mi cabeza se volvía a preguntar “¿Por qué no puede ser él?”
Seguimos andando, esta vez cogidos de la mano, hasta llegar al paseo marítimo. El mar, teñido de un color negro noche, estaba en calma aunque de vez en cuando podías oír el chocar de las olas contra las rocas. En aquella inmensa masa de agua estaban reflejados todos aquellos diminutos diamantes que, si levantabas la cabeza podrías ver en su hogar habitual.
-¿Bajamos a la playa? – propuse.
Nadie se negó así que me saqué los tacones, para no hundirme en la arena, y fuimos hasta la playa.
-Venga te echó una carrera.- dijo Dani.
-¡Eso no vale, tengo que cargar con los zapatos!
-Trae.- me los cogió.- ¿Así estamos en igualdad de condiciones?
-No, soy muy lenta.- y se rió.
-Te doy cinco segundos de ventaja. ¿Lista?- eché a correr.- ¡Cinco, cuatro, tres, dos, uno, voy!
Esta vez fue Dani quien empezó a correr, con lo rápido que él iba y lo torpe que yo era corriendo en la arena no tardaría en cogerme y no lo hizo. Llegó corriendo hacia mí y cuando estaba detrás me cogió y me llevó en volandas, yo solté un grito por la sorpresa.
-Así nadie tiene que perder, ¿no?
Ahora él iba andando y yo encima de él, cuando estábamos muy cerca del mar se paró y me dejó en el suelo. Se quitó las Kawasaki, los calcetines y se subió un poco los pantalones.
-¿Qué piensas hacer?
-Ya lo verás.- contestó sonriendo pícaramente y volvió a cogerme pero esta vez menos delicado, más bien como si fuera un saco.
-¡No lo hagas, ni se te ocurra!- grité dándole golpes en la espalda con mis manos.
-Oh si.- ya estábamos en el agua, los pies de Dani mojados y yo rezando para que no me tirara.
-Haré lo que quieres pero, ¡no me tires!
-¿Lo qué quiera?
-Sí, pero bájame de aquí.
-¿Qué se dice?
-Suenas como mi madre con mi hermana.
-¿Estás segura? Sería muy fácil para mí librarme del peso que llevo en la espalda.
-¡No, no, no! PORFAVOR, - dije recalcando el por favor- no me tires.
-Está bien,- me dejó en la arena.- ahora la que debe algo eres tú.
-¿No deberías decidir tú lo que quieres?
-No, sorpréndeme.
-Como tú mandes.- hundí mi mano en el agua y le tiré toda la que pude.- ¡Sorpresa!
-Eso no era precisamente lo que quería.
-¿Ah no? Yo tampoco quería caerme en el agua.
-Y TODAVÍA no lo has hecho.- entendí por ese todavía que esta vez sí que tenía intención de hacerlo y eché a correr, otra vez. Me seguía cerca, casi logró atraparme en varias ocasiones pero extrañamente conseguía esquivarlo. Pero esa suerte no duró eternamente y al final me atrapó, me cogió y me zarandeó en el aire. Hice todo lo posible por zafarme pero no lo conseguí.
-Ni lo sueñes.- empecé a notar gotas de agua en mis piernas y comencé a dar pataletas.- No te vas a librar.
Los pantalones de Dani empezaban a estar mojados y en cualquier momento yo lo estaría pero de pies a cabeza, entonces la agarré la cara entre mis manos y lo besé, él en medio del agua y yo sujeta por él, y aquel inocente beso comenzó a madurar y empezó a ser de todo, menos inocente. Tenía la certeza de que si no hubiéramos estado en medio del agua ahora mismo estaríamos sobre una cama y con menos ropa encima. Seguimos besándonos sin importar el tiempo y de repente se puso a llover.
-Vaya,- masculló.- te ha salido mal el plan, ahora te mojarás igual. Aunque reconozco que habías conseguido convencerme.
Reí y volvimos a fundirnos en un beso mojado por la lluvia y más intenso que el anterior.
-Vamos.- dijo agarrándome de la mano y fuimos hasta el coche. Cuando conseguimos entrar ambos estábamos empapados pero eso no pareció importar ya que volvimos a besarnos y cada beso era mejor que el anterior, tenía más fuerza, más sabor. Las chaquetas empezaron a volar, su camiseta desapareció, la mía se perdió y entonces…
-¡Atchiiiis! – estornudé.
-La lluvia no ha sido una gran idea, ¿no?
-Me parece que no.
-Te llevaré a casa.
Cogí mi ropa y me vestí. No tenía claro si aquel estornudo había sido mi salvación o mi perdición.

martes, 1 de noviembre de 2011

Capítulo 12.

Catorce de febrero, San Valentín, día de los enamorados.
Si no hubiera tenido todos aquellos sueños que tanto me hacían dudar a lo largo de los últimos días estaría feliz por llegar al día de San Valentín con novio. Ahora, en cambio, no sabía cómo afrontar aquello. ¿Era feliz o no?                                             
Era domingo y aún estaban todos dormidos, me había levantado más pronto de lo normal, me había saltado una regla fundamental: no madrugues un domingo.  Me vestí de rojo, no tengo muy claro si lo hice por aparentar o por no herir los sentimientos de Dani, aunque dudaba verlo hoy ya que no había clases, y me di cuenta que tal vez fuera más bien por la primera opción. Cogí bolígrafo y papel y escribí una nota:
Me he despertado con ganas de croissants, voy a la pastelería a por ellos.                                               Nos os preocupéis.
Ariana
La dejé encima de la mesa del comedor, cogí las llaves de casa y salí.
Todas las floristerías tenían los escaparates llenos de flores; rosas de todos los colores, especialmente rojas, claveles, tulipanes… ¡De todo! Los cristales de los escaparates estaban atestados de pegatinas por aquí y por allá. Esas pegatinas, con letras enormes,  te recordaban que día hoy era San Valentín, día de los enamorados, y que si querías a alguien debías regalarle una de esas rosas a esa persona especial y, además hoy las rosas eran más baratas.¡ Todo una ganga, vamos!                                                                                                                                           Habrá a quien todo esto le parezca demasiado superficial, un simple invento de la sociedad para ganar más dinero, que si quieres alguien se lo dices día a día y no necesitas uno en especial para regalarle aquella rosa. Otros lo verán como el día que te recuerda: “Oye, ha pasado otro año más y sigues sólo. ¿No es hora de hacer algo?” y otros como el que te dice: “¿Lo ves? Sólo tenías que esperar, ya la hastas encontrado.”  También hay quien adora este día, adora que le llenen de regalos y sentirse especial.  Yo, sin embargo, estaba abierta a opiniones, cualquiera me pareciera válida. Estaba en el medio de todas.
Cuando llegué a la pastelería había ya dos personas esperando y me puse a la cola. El señor que tenía delante parecía tener mucha prisa y eso que aún no lo habían atendido, ya que la única persona que estaba despachando trataba de explicarle, con toda la educación posible, a un señor de unos setenta años que aquel billete de cinco euros no era suficiente. Diez minutos más tarde consiguieron atender al hombre impaciente con el que no tuvieron ningún tipo de problemas para entenderse a la hora de pagar. Era mi turno.
-Hola. – dijo sonriente la dependienta.
-Buenos días.- respondí yo.
-¿Qué querías? – preguntó nuevamente sonriendo, y aquella sonrisa se me hizo enormemente familiar.
-Ponme cuatro croissants, por favor.
-Claro. – dijo otra vez sonriendo.  Tendría cuarenta años como mucho, los ojos color carbón y un cuerpazo impresionante, para cuarenta años claro. Era realmente amable y algo en ella se me hacía conocido pero no sabía muy bien el qué.
-Aquí tienes son 3,60.-dijo dándome la bolsa.
-Muchas gracias. – revolví en mi cartera hasta conseguir sacar el dinero justo.
-A ti y feliz San Valentín.
Pensé “Se supone que tendría que serlo.” Le di el dinero y cogí la bolsa.
Llegué a casa helada y me alegré de que la calefacción estuviera encendida. Ya había ruido por la cocina así que ya deberían estar despiertos.
-¿Qué madrugadora no?- dijo mi madre mientras preparaba el chocolate.
-Ya ves, los croissants que hacen milagros.- dejé la bolsa en la encimera.
Fui a mi habitación a coger una sudadera, a pesar de la calefacción el frío seguía ahí. Cuando volví a la cocina el chocolate estaba listo, las tazas del desayuno puestas y sólo faltaba Nerea.
-¿La voy a despertar? – pregunté.
-Será mejor.
Abrí despacio la puerta de su habitación intentando no hacer ruido, lo que por un lado era algo tonto ya que tenía que despertarla. Abrí las cortinas y la luz inundó la habitación. Se podían ver los contornos de flores, estrellas y mariposas de color blanco que adornaban las paredes rosas. Tenía un corcho lleno de sus dibujos y fotografías,  una estantería para los libros, la mayoría de princesas que encuentran a su príncipe azul, y un montón de muñecos y juguetes. Su camita blanca con dosel estaba en el medio de la habitación y la colcha que la cubría estaba llena de princesas Disney. Era la habitación de una princesita.
-Nerea.- dije en voz muy baja esperando que se despertara, pero en lugar de eso se giró hacia el otro lado.
-Nerea. – dije algo más alto y emitió una especie de gruñido.
Como vi que aquello no iba a dar resultado me remangué y empecé a hacerle cosquillas, su punto débil, y comenzó a dar vueltas en la cama y a reír a carcajada limpia.
-Quiero que me despiertes así toooodos los días. – dijo alargando la o.
-Pero entonces tendrías que despertarte más pronto.- se quedó pensativa.
-Pues entonces sólo los domingos.-dijo risueña.
-¿Vamos a desayunar?
-No.- y se escondió bajo las sábanas.
-Acabo de ir a comprar croissants.
-¿¡Enserio!?- dijo desde su escondite.
-Te lo prometo.- y en cuanto acabé de pronunciar la última palabra salió corriendo a la cocina y yo la seguí.
-Buenos días princesa.- le dijo papá.
-Papi quiero curasán.- y se apoderó de su taza rosa, para variar, llena de mariposas.
-Ya va, ya va.
Cinco minutos más tarde todos estábamos desayunando y la cara de Nerea llena de chocolate. Cuando acabamos de recoger los platos, dejar todo ordenado y los mofletes de Nerea limpios me fui a mi habitación y me tiré en la cama.                                                                                               ¡Qué semana más difícil! Para empezar estaban todos mis problemas, ya no eran pocos, que inexplicablemente conseguí esconder. Luego estaba Erica que llegó un día a clase sin ánimos.
-¿Qué te pasa?- le pregunté confusa.            
-Me ha dejado. – contestó Erica evitando las lágrimas.
-¿Qué?, ¿Quién? – en el acto me arrepentí de hacer aquellas estúpidas preguntas, ¡quién iba a ser!
-¿Tú que crees? ¡Yago! – y esta vez no pudo evitar que una lágrima le resbalara por la mejilla.
Me quedé en silencio, no supe que decir.
-Vuelve a estar muy ocupado con los entrenamientos, no nos vemos nada. Dice que para estar así es mejor no estar.- montones de lágrimas hacían cola para ver cuál salía primero.

Dos días después de esto Erica volvía a recobrar la sonrisa, supuse que se lo había pasado pero ese no era el porqué de aquella sonrisa.
-¡Hemos vuelto! – dijo feliz, eufórica y yo no podía creerlo.

También estaba Laura o más bien no estaba ya que apenas hablaba y se mostraba muy distante. Nos habían avisado de que el jueves tendríamos examen de matemáticas y automáticamente las tres miramos a Laura esperando ver su mirada de “Os lo dije”  seguido de un sí con la cabeza que nos indicaba que esa tarde la pasaríamos estudiando en su casa. En lugar de aquello nadie se giró ni nadie asintió. En cuanto pudimos hablar con ella esta fue su respuesta:
-Tengo bastante con lo mío como para ayudaros con lo vuestro. – y se fue.
Ninguna nos lo habíamos tomado demasiado enserio pero, por si acaso, nadie fue a su casa esa tarde y nos arreglamos como pudimos con el examen. Tampoco hicimos preguntas.
Y por raro que parezca Vero era la única que parecía algo normal y además todavía seguía con Aitor, tal vez por fin asentaría la cabeza.
Mi móvil comenzó a sonar y me sacó de mis pensamientos.
-¿Hola?
-¡Hola! – era Dani.
-¿Algún plan para hoy a la noche?
-Es domingo, ¿qué te hace pensar que tengo algo que hacer?
-Bien, pues ahora ya tienes. Vamos a celebrar San Valentín, pasaré a buscarte a las nueve.
-¿Qué?
-Que estés lista para las nueve. Ponte guapa, no te resultará demasiado difícil.- colgó.
¿Cómo iba a convencer a mi madre para dejarme salir un domingo por la noche?
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El resto de la mañana y parte de la tarde la pasé ayudando en casa, tal vez eso ayudaría para poder salir. Me ofrecí a hacer la comida, puse la mesa y la recogí mientras mis padres veían animados la televisión con mi hermana. Cuando acabé mi madre vino hasta la cocina conmigo.
-Vale, ¿qué es lo que quieres? ¿Ropa, dinero? – preguntó mi madre a la que no se le escapaba ni una.
-En realidad… me preguntaba si me dejarías salir hoy…
-¿Hoy?
-Sí, hoy.
-¿A qué hora?
-Desde las nueve a… Bueno no sé hasta que hora.
-Esto no tendrá nada que ver con que sea San Valentín, ¿no? – había dicho que a mi madre no se le escapaba una, ¿verdad?
-No, claro que no.- el rojo de mis mejillas me delató, sin duda.
-Entiendo. Mmm… está bien pero…- siempre había un pero.- a la una te quiero en casa.
-Vale mamá. – y le di un súper abrazo que le hizo reír.
Llamé a Dani para confirmarle que podría ir fijo.
-Se puntual, que si no mi madre no me dejará ir, – bromeé.- y además a la una me quiere en casa. Es algo más tarde que Cenicienta.
-Tranquila, iré en coche, no en calabaza. – y reímos.
-¿En coche?
-Sí, mis padres llegan de París a los ocho y no creo que tengan ganas de salir, así que es todo mío.
-¿De París? ¡Qué guay!
-¿Nunca has estado en París?
-No, pero está claro que me encantaría.
El resto de la tarde me preparé para salir. Cuando ya tenía el pelo liso me planté delante del armario y empecé a decidir que llevar. ¿Pantalón? Desde luego que no. ¿La falda de flores? No, no y no. ¿El vestido negro de encaje? Tal vez. Debió pasar media hora hasta que por fin logré decidirme. Opté por una falda evasé de piel con tachuelas doradas,  jersey marrón de punto, medias negras y botines de tacón marrones. Como no, hacía demasiado frío fuera y cogí la americana negra. Me maquillé un poco, no demasiado, me gustaba más lo natural.                                                Miré el reloj, eran las 20:55 cogí la carterita marrón, metí el móvil y el dinero y bajé.
Dani ya estaba abajo, había venido en coche tal y como había dicho. Estaba guapísimo, camisa rosa, jersey de algodón gris con coderas, pantalón gris y Kawasaki.
-Camisa rosa.- apunté.
-¿Hay que arriesgar no?
-Pues has hecho bien arriesgando, estás genial.
-Si voy a tu lado tengo que estarlo.- ambos sonreímos.
-Tú sí que estás genial.- dijo y nos dimos el primer, pero no último, beso de la noche.
Nos subimos y arrancó aunque yo no tenía ni idea de a donde íbamos. La música comenzó a sonar, Open road de Chris Brown.
-Bonito detalle.- dije sonriente.
-¿El qué?
-Que hayas puesto una de mis canciones preferidas.- y sonrió. ¡Qué bien me conocía en tan poco tiempo!
Pasamos el resto del camino hablando, riendo y cantando. Nunca silencios incómodos.                                                  Llegamos al restaurante y deduje que se trataba de un restaurante japonés. La decoración era muy minimalista, en tonos blanco y negro. Nos sentamos y pedimos.
-Tengo algo para ti. – dijo sonriendo.
-¿Para mí?
-Sí, espera. – se giró y empezó a buscar algo en el bolsillo de su chaqueta. Cuando lo encontró saco una caja envuelta en papel de regalo negro y un lazo dorado.- Toma.
Cogí la caja y empecé a sacar el regalo, sin romper el papel. Dentro había una cajita de color rojo, la abrí y vi una cadena de plata de la caía una diminuta torre Eiffel del mismo material.
-Vaya.- susurré.- Es precioso.
-En cuanto me dijiste que te habría encantado ir a París no tuve ninguna duda, llamé a mis padres y les dije que me la trajeran. Sé que no es París pero…
-Pero es perfecto.- cogí el colgante en mis manos y empecé a mirarlo, sí, era perfecto.
-¿Te ayudo?- preguntó.
-Claro.- cogió el colgante de mis manos, me apartó el pelo y me lo puso. En ese instante me percaté de que yo no tenía ningún regalo y empecé a sentirme mal por ese chico que me lo daba todo, y yo no le daba nada.
-Lo siento, pero yo no he traído nada.- dije tratando esquivar su mirada.
-Eh, no lo sientas.- me agarró la barbilla y colocó mis ojos a la altura de los suyos.-Estás aquí, es el mejor regalo que me podrías haber hecho.