lunes, 12 de septiembre de 2011

Capítulo 6.

Me desperté a las dos con dolor de cabeza, que mala es la resaca, que malo es el alcohol .   Seguido del dolor de cabeza sentí algo que me oprimía el pecho, sin duda estaba provocado por el sueño. Me di una ducha y fui a comer
-¿Qué tal ayer? – preguntó mamá.
-Muy bien, fue una fiesta increíble.
-¿A qué hora llegaste? – preguntó papá.
-¡Alberto, no empieces! Yo le di permiso para llegar tarde.
-¡Mami, quiero postre! – dijo Nerea y, como siempre, consiguió que se olvidaran de la conversación y todo volviera a la normalidad.
Al acabar de comer me fui a mi habitación y encendí el portátil, mientras esperaba a que lo hiciera me puse a observar mi habitación. Era de color verde, con una pared que tenía un papel de pared con flores blancas. En las paredes había cuadros y fotografías mías, con mis amigas, o con mi familia. Como ya dije tenía un gran armario blanco, una cama blanca con el edredón verde, una mesita de noche blanca, encima de ella había una lámpara con una tulipa a juego con el papel de pared y el reloj que me despertaba todas las mañanas. Por último había un escritorio y una silla para él.
Cuando encendió puse en Google “Tuenti”, introduje mi e-mail y cuando iba a poner la contraseña me fijé en la hora, las 15:25. ¡No, no, no! Había olvidado por completo que hoy era el día que iba a ver al chico de mis sueños (en todos los sentidos). Corriendo me puse los primeros vaqueros que encontré, en un intento por meter una pierna en ellos casi me caigo al suelo, hice un par de equilibrios propios de alguien de un circo y conseguí mantenerme en pie y ponerme unos vaqueros. Cogí unos botines estilo militar marrones y la camiseta marrón que tenía más a mano. Pasada rápida de peine, un poco de colonia, cepillado de dientes, meter el móvil y la cartera en el bolso, coger la chaqueta y de nuevo echar a correr.                               Llegué con el tiempo justo y él ya estaba allí.
-Hola.- dije tratando de recuperar el aliento.
-Hola.-dijo él con su amplia sonrisa. “Tranquila Ariana, respira” dije para mí.
-Aquí tienes tu móvil,-se lo di.- por cierto te llegó un mensaje y lo abrí, lo siento, yo no…
-Toma el tuyo.- se detuvo un momento.- te he guardado mi número por si acaso quieres quedar algún día o algo.
-¡Claro! Muchas gracias.
-Pues adiós… supongo.
-Sí, adiós.- y cada uno se fue hacia un lado.
Como si se tratara de un acto reflejo agarré mi móvil y busqué su número, sí, me lo había dado. Y le mandé un mensaje : “Aquí te dejo el mío por si a ti te apetece quedar” Al cabo de dos minutos mi móvil estaba sonando.
-¡Quiero quedar! – me dijo Cristian entonces noté como en mis labios se formaba una gran sonrisa.
-¿Damos media vuelta entonces?
-Sí.- y colgó. Me giré y me lo encontré detrás de mí, demasiado cerca al igual que en el sueño.
-Hola otra vez. – le dije.
-¡Hola!
Y pasamos toda la tarde juntos yendo de aquí para allá, arriba o abajo, sin rumbo fijo aunque lo que realmente importaba era estar junto a él, no dónde. Nos sentamos en un banco y Cristian encendió un pitillo.
-¿Fumas?
-Sí. – Bueno, estaba claro que no todo era perfecto.- ¿Quieres?
-No gracias, no me gusta. – se encogió de hombros y siguió con su pitillo.
-A mí tampoco.
-Entonces ¿por qué fumas?
-Empecé a fumar cuando mis padres se separaron.
-Lo…
-No digas lo siento, es lo mejor que le pudo pasar a mi madre. Mi padre era y es un cabrón. Cuando estaban juntos desaparecía y nos dejaba solos en casa, cuando volvía lo hacía borracho. Un día mi madre consiguió el divorcio y ahora viene casi todos los días a pedir dinero.
-Vaya…
-He pensado muchas veces en dejarlo pero nunca he encontrado un motivo demasiado convincente. ¿Y tú?
-¿Yo qué?
-Qué cómo es tu familia.
-Ah, bueno no sé, no está mal. Mis padres siguen juntos, perdón no quería…
-No tranquila, sigue.
- Y tengo una hermana pequeña de cinco años.
-Familia perfecta ¿no?
-Tanto como perfecta no, a veces discutimos. – y soltó una gran carcajada.- ¿A qué instituto vas?
-No voy al instituto, tengo diecinueve años.
-¿Diecinueve?
-Sí, ¿tú?
-Diecisiete.
-Supongo que recién cumplidos ¿no? – y sonrió de medio lado.
-Así es, un día difícil de olvidar.
-Siento otra vez lo de la caída.
-No importa, ¿seguimos? – y nos levantamos y echamos a andar.
Me había sorprendido que no le importara la edad, aunque sólo eran dos años, solamente dos años ¿no? Por otro lado podría no haberle importado porque yo tampoco le importaba e intentando deshacerme de todas estas ideas seguí andando con él, mirándole de reojo y sintiéndome la persona más feliz del mundo cada vez que sonreía.
-Espera, tengo un idea, -y saqué mi Blackberry del bolso. – vamos a estrenar la cámara.
-¿En serio?
-Sí, ¿por qué no?- y saqué una foto. Ambos la miramos.- Me gusta.
-No está mal, hasta yo salgo bien.
-Fijo que eres tope fotogénico. – y se rió, y yo con él y así era feliz, inmensamente feliz. - ¿Tienes tuenti?
-Sí, Cristian Álvarez.
-Guay, pues ya te etiquetaré.
Y seguimos caminando sin saber muy hacia dónde ir. Entonces su móvil sonó.
-Hola mamá- silencio.- Sí, vale.- más silencio.- Adiós.- colgó.- Lo siento, me tengo que ir.
-No pasa nada, ahora ya tengo tu número y mi móvil. – y sonrió.
-Adiós.
-Adiós.- y me quedé allí, atontada, mirando cómo se alejaba.
Cogí un autobús para llegar a casa y durante el trayecto aún no se me había pasado la sobredosis de él, y es que ya se había convertido en una droga para mí, necesitaba mi dosis diaria de él porque me había convertido en una adicta a su sonrisa, una yonki de su piel.

Llegué a casa a eso de las nueve cene y me fui a mi habitación, me tumbé en la cama y me sentía todavía como si estuviera en una nube. ¡Qué feliz estaba!  Todavía no podía creer todo lo que me había pasado, necesitaba pellizcarme y saber que no había sido un sueño, una prueba o algo de que había sido real y entonces recordé la foto. Cogí mi móvil y busqué la imagen, salían sólo nuestras caras con una amplia sonrisa, el flash nos había resaltado los ojos y él estaba tan guapo… ¡Aquello sí era real! Encendí el ordenador, inicié sesión en el tuenti y lo busqué, ahí estaba Cristian Álvarez, lo agregué y luego subí la foto me etiqueté pero como todavía no había aceptado mi petición de amistad no lo pude etiquetar. El tiempo parecía pasar lento, los segundos no corrían. Estaba impaciente porque aceptara mi petición, y los diez minutos siguientes se me hicieron eternos, le di al botón inicio unas cien veces y por fin aceptó. Me apresuré a etiquetarlo y luego miré su perfil.                                                                                                  Recorrí todas sus fotos unas diez veces, observé todos los detalles de su piel una y otra vez, volví a perderme en el azul de sus ojos, y aunque sólo fuera fotografías aquello parecía tan real que casi podía tocarlo, y ¡cómo me habría gustado tocarlo!                                                                             Después de haber vuelto a repasar sus fotos otras diez veces más, le di a Inicio y vi que tenía un nuevo comentario en una foto, ¡nuestra foto!
“Tenías razón no está mal, la pondré de principal”
Y le contesté:
“¿Lo ves? Yo también la pondré”
Y la puse de principal, entonces vi que me hablaban por el chat, era Laura.
-Ese chico es quien yo creo ¿no?
-Si.- y puse una cara sonriente.
-Vero te va a odiar. – seguido de un guiño.- ¿Qué tal la tarde?
-Muy bien, pero ya te contaré mañana, cuando estén todas.
-Ok, pues ya hablaremos.- y se fue.
Volví a darle inicio, eso me recordó a la página: “El número de veces que le das a Inicio es directamente proporcional a tu aburrimiento”   Y ahí en novedades estaba él, con nuestra foto de principal y un nuevo estado: Tú,27.                                                                                                                                 ¿Veintisiete? ¿¡Que día era hoy!? Me levanté y fui a mirarlo al calendario, hoy era veintisiete. ¡No podía ser! Miré si había comentarios en el estado, o cualquier cosa pero nada, ¿quién era ella? ¿Sandra? ¿Otra? Cerré el tuenti y me metí en la cama, me apreté contra las sábanas lo más fuerte que pude y empecé a llorar.                                                                                                 Había caído de la nube de golpe y ahora me encontraba de frente con la realidad donde no todo era tan fácil y bonito. En una realidad dónde nunca podré decirle que lo necesito, que lo extraño. Dónde nunca podré decirle que sí, que me pongo celosa cuando está con otras y no conmigo, que últimamente se está convirtiendo en algo habitual. Dónde nunca podré decirle que pienso en el todo el día y sueño con él cada noche, que sí sonrío es solo por él y si me levanto cada mañana es simplemente para poder verle. Dónde nunca podré decirle que lo dejaría todo por estar siempre junto a él y que todo siguiera tan perfecto como aquella tarde. Dónde nunca podré decirle que es lo más importante, la única persona que realmente es imprescindible en mi vida, y aunque duela, me topaba de frente con una realidad donde nunca podré decirle que lo quiero más que a nada o nadie en este puto mundo que parece detenerse cada vez que estoy con él. Dónde nunca podré decirle que de tanto mirarlo, hasta se me olvidó respirar.

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