viernes, 25 de noviembre de 2011

Capítulo 16.

-Como puedes ver la literatura no es mi fuerte.- dije pasando la página.
Estábamos sentados en el suelo de su salón, justo delante del inmenso sofá rojo que lo presidia. Acariciaba con los dedos la alfombra negra y me emboba con los cuadros que decoraban aquellas paredes blancas. “Una familia de aristas” me dije sin lugar a dudas.
-Poco a poco, veamos… ¿Bécquer?
-Sí, toca Bécquer.- suspiré.- Nació en Sevilla el…
-Para un momento.- examinó el libro.- Lee esto.
¿Para qué me mandaba leer un poema? A pesar de mi desconcierto le hice caso, cogí el libro y comencé a leer.
-“Como en un libro abierto
leo de tus pupilas en el fondo.
¿A qué fingir el labio
risas que se desmienten con los ojos?
¡Llora! No te avergüences
de confesar que me quisiste un poco.
¡Llora! Nadie nos mira.
Ya ves; yo soy un hombre... y también lloro.”
-¡Qué poco te entusiasma la poesía!- lo dijo con cierta burla.
-¿Por qué dices eso? – repliqué medio enfadada.
-Sólo hay que ver como lo lees.
-¿Ah si? Pues lee tu esta, a ver como lo haces.- cogió el libro y comenzó a leer.
-“Te vi un punto y flotando ante mis ojos
la imagen de tus ojos se quedó
como la chispa orlada en fuego
que flota y ciega si se mira al sol
y por donde quiera que la vista clavo
torno a ver sus pupilas llamear
y no te encuentro a ti, no es tu mirada
unos ojos, los tuyos nada más.
Desde mi alcoba en el ángulo los miro,
desasidos, fantásticos lucir
cuando duermo sueño que se ciernen
de par en par abiertos sobre mí
Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche
llevan al caminante a perecer
yo me siento arrastrado por tus ojos
pero a dónde me arrastran no lo sé.”
Cuando acabó me di cuenta de que tenía la boca ligeramente abierta, lo había leído de tal forma que hizo que algo se encogiera en mí y tal vez, consiguió que mi interés hacia la poesía aumentara.
-Bueno, sí que hay un poco de diferencia…- dije tratando de quitarle méritos.
-¿Un poco? ¡Creo que estamos a años luz!
-¡Trae aquí!- le arranqué el libro de las manos no enfadada, sí ofendida.-“ Asomaba a sus ojos una lágrima
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.
Yo voy por un camino; ella, por otro;
pero, al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: —¿Por qué callé aquel día?
Y ella dirá: — ¿Por qué no lloré yo?”
Y me di cuenta de que lo había leído con demasiada torpeza, nada comparado a él.
-Vale lo admito, estamos a años luz.- reconocí.
-Tienes que hacerlo más fluido, pero respetando las pausas, tomando el aire necesario. Mira,
“Dos rojas lenguas de fuego
que, a un mismo tronco enlazadas,
se aproximan, y al besarse
forman una sola llama.”
Volvió a dejarme sin aliento, con el corazón a mil y decidí comprobar lo que decía el poema. Lo besé y supe que efectivamente “su lengua era de fuego” y en eso momentos la mía también. Poco a poco fue encendiéndose esa llama de la que hablaba Bécquer, y la llama comenzó a arder con más fuerza y a hacerse más y más grande. Ambos nos quemábamos pero eso no parecía importar, no ahora. Y de repente, como si comenzara a llover, la llama se apagó y me separé de él. Mis mejillas ardían.
-Vaya, creo que debería leerte más a menudo poemas. Dan buen resultado.- y la tensión sexual no resulta, disminuyó.
Después de eso seguimos estudiando, dejando a un lado a Bécquer, aunque realmente ninguno de los dos tenía la cabeza puesta en ello.
-¡Vale, necesito un descanso!- dije a eso de las ocho.
-Estoy de acuerdo, ¿hasta las nueve no cenaremos no?
-No.- contesté mientras recogía mis cosas.
-Por cierto, bonitos calcetines.- echó la lengua.
-¿No te gustan? – dije colocándome las calzas, no calcetines.
-Sí, sí, sólo que es tan…
-¿Tan?
-Mejor déjalo.
-¡No!
-¿Colegiala?- respondió, pero se le notó demasiado que eso no era lo que pensaba.
-¿Y ahora me dices la verdad?
-Es esa.
-Sé que no.
-Vale, mmm… ¿resaltan tus piernas?- eché a reír, aunque no me lo acababa de creer.- ¿Ves? Te dije que era mejor callármelo, te estás riendo de mí.
-No, contigo.
-Eso siempre se dice cuando te ríes de alguien.
-¿De dónde ha salido esa teoría?
-Es completamente mía, ¿qué te parece?
-¡Qué es totalmente cierta!- dije mientras me alejaba de él.
-¿Entonces sí que te ríes de mí?
-Probablemente.- y volví a alejarme de él.
-¿Sabes que ahora es cuando te arrepientes no?
-¡Eso nunca!- y en cuanto dije la última palabra ya venía a por mí.- ¿Por qué siempre acabamos corriendo?
-Porque en el fondo te gusta correr.
Estuvo cerca de diez minutos persiguiéndome por toda la casa, con la ventaja de que él sí que la conocía y yo no. Al final entré en una habitación que no tenía más puertas que por la que entré y me vi atrapada. Las paredes eran azul marino y volvían a estar llenas de dibujos. Los muebles eran grises y blancos y la colcha de la cama azul. En el escritorio había varios libros apilados, folios por todas partes y un portátil. En una esquina estaba la mochila de Dani, debía ser su habitación. Antes de poder reaccionar él ya estaba allí, no tenía por donde escapar.
-Te aviso que no tengo cosquillas.- mentí mientras retrocedía, él se acercó más. ¡Qué preciosa sonrisa!
-Entonces sufrirás menos.- no sé muy bien cómo, pero logré esquivarlo y salir de la habitación. Corriendo volví al salón, pero él me seguí de cerca. Corría mirando hacia atrás y no fue de extrañar que tropezara contra el sofá y me callera, él tampoco debía mirar mucho por dónde iba por que también se calló. Estuvimos callados durante una pequeña fracción de segundo en la cual nuestras agitadas respiraciones de entremezclaban.
-¡Me pesas! – me quejé entre carcajadas rompiendo el silencio.
-Pues ahí tienes tu castigo, ¿lo retiras?
-Lo retiro.- sonriendo se levantó.- Ufff.
Me tendió la mano y me ayudó a levantarme.
-¿Ves que patosa soy?
-Yo tampoco me he lucido mucho que digamos.
Después de eso se sentó en el sofá y yo me acosté poniéndole las piernas encima de las suyas. Habíamos decidido después de un largo intercambio de ideas, Dani no creía que la palabra discusión fuera correcta, poner Atrapa un millón y mientras lo veíamos él jugueteaba con mis “calcetines”, ya no había forma de conseguir que dejara de llamarlos así. Tratábamos de acertar todas las respuestas aunque, sinceramente éramos muy malos.
-Voy a pedir la pizza, ¿pepperoni verdad?
-Justo.- aparté las piernas para que pudiera salir
-Ya me contarás cual es la respuesta.- y me eché a reir.
La pizza llegó en algo más de media hora y cenamos en la sala. Ya no veíamos Atrapa un millón, ahora tocaba El Hormiguero. A pesar de que teníamos hambre no acabamos toda la pizza.
-Aquí está mi desayuno de mañana.- dijo mientras guardaba lo que había sobrado.
-¿Con pepperoni? Una forma algo fuerte de empezar el día, ¿no?
-¡Yo puedo con todo!
-Así me gusta grandullón. Bueno, - miré el reloj- creo que debería irme o empezarás a caerle mal a mi madre.
-En ese caso…
Me acompañó hasta la entrada y esperó conmigo hasta que llegó el ascensor.
-Hasta mañana.- dije.
Estaba apoyada en la pared, me rodeó con sus brazos y me hizo prácticamente su prisionera. No podía salir de ahí. Entonces mi captor me besó e hizo de mi prisión un lugar mucho más cálido y cómodo.
-Un beso con sabor a pizza.- dije.
-Hay que probar cosas nuevas.- en ese momento el ascensor se cerró.- Creo que nos da tiempo a otro mientras sube, ¿qué te parece?
Y nuestros labios volvían a estar unidos en un beso, un beso con sabor a pizza.

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