martes, 1 de noviembre de 2011

Capítulo 12.

Catorce de febrero, San Valentín, día de los enamorados.
Si no hubiera tenido todos aquellos sueños que tanto me hacían dudar a lo largo de los últimos días estaría feliz por llegar al día de San Valentín con novio. Ahora, en cambio, no sabía cómo afrontar aquello. ¿Era feliz o no?                                             
Era domingo y aún estaban todos dormidos, me había levantado más pronto de lo normal, me había saltado una regla fundamental: no madrugues un domingo.  Me vestí de rojo, no tengo muy claro si lo hice por aparentar o por no herir los sentimientos de Dani, aunque dudaba verlo hoy ya que no había clases, y me di cuenta que tal vez fuera más bien por la primera opción. Cogí bolígrafo y papel y escribí una nota:
Me he despertado con ganas de croissants, voy a la pastelería a por ellos.                                               Nos os preocupéis.
Ariana
La dejé encima de la mesa del comedor, cogí las llaves de casa y salí.
Todas las floristerías tenían los escaparates llenos de flores; rosas de todos los colores, especialmente rojas, claveles, tulipanes… ¡De todo! Los cristales de los escaparates estaban atestados de pegatinas por aquí y por allá. Esas pegatinas, con letras enormes,  te recordaban que día hoy era San Valentín, día de los enamorados, y que si querías a alguien debías regalarle una de esas rosas a esa persona especial y, además hoy las rosas eran más baratas.¡ Todo una ganga, vamos!                                                                                                                                           Habrá a quien todo esto le parezca demasiado superficial, un simple invento de la sociedad para ganar más dinero, que si quieres alguien se lo dices día a día y no necesitas uno en especial para regalarle aquella rosa. Otros lo verán como el día que te recuerda: “Oye, ha pasado otro año más y sigues sólo. ¿No es hora de hacer algo?” y otros como el que te dice: “¿Lo ves? Sólo tenías que esperar, ya la hastas encontrado.”  También hay quien adora este día, adora que le llenen de regalos y sentirse especial.  Yo, sin embargo, estaba abierta a opiniones, cualquiera me pareciera válida. Estaba en el medio de todas.
Cuando llegué a la pastelería había ya dos personas esperando y me puse a la cola. El señor que tenía delante parecía tener mucha prisa y eso que aún no lo habían atendido, ya que la única persona que estaba despachando trataba de explicarle, con toda la educación posible, a un señor de unos setenta años que aquel billete de cinco euros no era suficiente. Diez minutos más tarde consiguieron atender al hombre impaciente con el que no tuvieron ningún tipo de problemas para entenderse a la hora de pagar. Era mi turno.
-Hola. – dijo sonriente la dependienta.
-Buenos días.- respondí yo.
-¿Qué querías? – preguntó nuevamente sonriendo, y aquella sonrisa se me hizo enormemente familiar.
-Ponme cuatro croissants, por favor.
-Claro. – dijo otra vez sonriendo.  Tendría cuarenta años como mucho, los ojos color carbón y un cuerpazo impresionante, para cuarenta años claro. Era realmente amable y algo en ella se me hacía conocido pero no sabía muy bien el qué.
-Aquí tienes son 3,60.-dijo dándome la bolsa.
-Muchas gracias. – revolví en mi cartera hasta conseguir sacar el dinero justo.
-A ti y feliz San Valentín.
Pensé “Se supone que tendría que serlo.” Le di el dinero y cogí la bolsa.
Llegué a casa helada y me alegré de que la calefacción estuviera encendida. Ya había ruido por la cocina así que ya deberían estar despiertos.
-¿Qué madrugadora no?- dijo mi madre mientras preparaba el chocolate.
-Ya ves, los croissants que hacen milagros.- dejé la bolsa en la encimera.
Fui a mi habitación a coger una sudadera, a pesar de la calefacción el frío seguía ahí. Cuando volví a la cocina el chocolate estaba listo, las tazas del desayuno puestas y sólo faltaba Nerea.
-¿La voy a despertar? – pregunté.
-Será mejor.
Abrí despacio la puerta de su habitación intentando no hacer ruido, lo que por un lado era algo tonto ya que tenía que despertarla. Abrí las cortinas y la luz inundó la habitación. Se podían ver los contornos de flores, estrellas y mariposas de color blanco que adornaban las paredes rosas. Tenía un corcho lleno de sus dibujos y fotografías,  una estantería para los libros, la mayoría de princesas que encuentran a su príncipe azul, y un montón de muñecos y juguetes. Su camita blanca con dosel estaba en el medio de la habitación y la colcha que la cubría estaba llena de princesas Disney. Era la habitación de una princesita.
-Nerea.- dije en voz muy baja esperando que se despertara, pero en lugar de eso se giró hacia el otro lado.
-Nerea. – dije algo más alto y emitió una especie de gruñido.
Como vi que aquello no iba a dar resultado me remangué y empecé a hacerle cosquillas, su punto débil, y comenzó a dar vueltas en la cama y a reír a carcajada limpia.
-Quiero que me despiertes así toooodos los días. – dijo alargando la o.
-Pero entonces tendrías que despertarte más pronto.- se quedó pensativa.
-Pues entonces sólo los domingos.-dijo risueña.
-¿Vamos a desayunar?
-No.- y se escondió bajo las sábanas.
-Acabo de ir a comprar croissants.
-¿¡Enserio!?- dijo desde su escondite.
-Te lo prometo.- y en cuanto acabé de pronunciar la última palabra salió corriendo a la cocina y yo la seguí.
-Buenos días princesa.- le dijo papá.
-Papi quiero curasán.- y se apoderó de su taza rosa, para variar, llena de mariposas.
-Ya va, ya va.
Cinco minutos más tarde todos estábamos desayunando y la cara de Nerea llena de chocolate. Cuando acabamos de recoger los platos, dejar todo ordenado y los mofletes de Nerea limpios me fui a mi habitación y me tiré en la cama.                                                                                               ¡Qué semana más difícil! Para empezar estaban todos mis problemas, ya no eran pocos, que inexplicablemente conseguí esconder. Luego estaba Erica que llegó un día a clase sin ánimos.
-¿Qué te pasa?- le pregunté confusa.            
-Me ha dejado. – contestó Erica evitando las lágrimas.
-¿Qué?, ¿Quién? – en el acto me arrepentí de hacer aquellas estúpidas preguntas, ¡quién iba a ser!
-¿Tú que crees? ¡Yago! – y esta vez no pudo evitar que una lágrima le resbalara por la mejilla.
Me quedé en silencio, no supe que decir.
-Vuelve a estar muy ocupado con los entrenamientos, no nos vemos nada. Dice que para estar así es mejor no estar.- montones de lágrimas hacían cola para ver cuál salía primero.

Dos días después de esto Erica volvía a recobrar la sonrisa, supuse que se lo había pasado pero ese no era el porqué de aquella sonrisa.
-¡Hemos vuelto! – dijo feliz, eufórica y yo no podía creerlo.

También estaba Laura o más bien no estaba ya que apenas hablaba y se mostraba muy distante. Nos habían avisado de que el jueves tendríamos examen de matemáticas y automáticamente las tres miramos a Laura esperando ver su mirada de “Os lo dije”  seguido de un sí con la cabeza que nos indicaba que esa tarde la pasaríamos estudiando en su casa. En lugar de aquello nadie se giró ni nadie asintió. En cuanto pudimos hablar con ella esta fue su respuesta:
-Tengo bastante con lo mío como para ayudaros con lo vuestro. – y se fue.
Ninguna nos lo habíamos tomado demasiado enserio pero, por si acaso, nadie fue a su casa esa tarde y nos arreglamos como pudimos con el examen. Tampoco hicimos preguntas.
Y por raro que parezca Vero era la única que parecía algo normal y además todavía seguía con Aitor, tal vez por fin asentaría la cabeza.
Mi móvil comenzó a sonar y me sacó de mis pensamientos.
-¿Hola?
-¡Hola! – era Dani.
-¿Algún plan para hoy a la noche?
-Es domingo, ¿qué te hace pensar que tengo algo que hacer?
-Bien, pues ahora ya tienes. Vamos a celebrar San Valentín, pasaré a buscarte a las nueve.
-¿Qué?
-Que estés lista para las nueve. Ponte guapa, no te resultará demasiado difícil.- colgó.
¿Cómo iba a convencer a mi madre para dejarme salir un domingo por la noche?
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El resto de la mañana y parte de la tarde la pasé ayudando en casa, tal vez eso ayudaría para poder salir. Me ofrecí a hacer la comida, puse la mesa y la recogí mientras mis padres veían animados la televisión con mi hermana. Cuando acabé mi madre vino hasta la cocina conmigo.
-Vale, ¿qué es lo que quieres? ¿Ropa, dinero? – preguntó mi madre a la que no se le escapaba ni una.
-En realidad… me preguntaba si me dejarías salir hoy…
-¿Hoy?
-Sí, hoy.
-¿A qué hora?
-Desde las nueve a… Bueno no sé hasta que hora.
-Esto no tendrá nada que ver con que sea San Valentín, ¿no? – había dicho que a mi madre no se le escapaba una, ¿verdad?
-No, claro que no.- el rojo de mis mejillas me delató, sin duda.
-Entiendo. Mmm… está bien pero…- siempre había un pero.- a la una te quiero en casa.
-Vale mamá. – y le di un súper abrazo que le hizo reír.
Llamé a Dani para confirmarle que podría ir fijo.
-Se puntual, que si no mi madre no me dejará ir, – bromeé.- y además a la una me quiere en casa. Es algo más tarde que Cenicienta.
-Tranquila, iré en coche, no en calabaza. – y reímos.
-¿En coche?
-Sí, mis padres llegan de París a los ocho y no creo que tengan ganas de salir, así que es todo mío.
-¿De París? ¡Qué guay!
-¿Nunca has estado en París?
-No, pero está claro que me encantaría.
El resto de la tarde me preparé para salir. Cuando ya tenía el pelo liso me planté delante del armario y empecé a decidir que llevar. ¿Pantalón? Desde luego que no. ¿La falda de flores? No, no y no. ¿El vestido negro de encaje? Tal vez. Debió pasar media hora hasta que por fin logré decidirme. Opté por una falda evasé de piel con tachuelas doradas,  jersey marrón de punto, medias negras y botines de tacón marrones. Como no, hacía demasiado frío fuera y cogí la americana negra. Me maquillé un poco, no demasiado, me gustaba más lo natural.                                                Miré el reloj, eran las 20:55 cogí la carterita marrón, metí el móvil y el dinero y bajé.
Dani ya estaba abajo, había venido en coche tal y como había dicho. Estaba guapísimo, camisa rosa, jersey de algodón gris con coderas, pantalón gris y Kawasaki.
-Camisa rosa.- apunté.
-¿Hay que arriesgar no?
-Pues has hecho bien arriesgando, estás genial.
-Si voy a tu lado tengo que estarlo.- ambos sonreímos.
-Tú sí que estás genial.- dijo y nos dimos el primer, pero no último, beso de la noche.
Nos subimos y arrancó aunque yo no tenía ni idea de a donde íbamos. La música comenzó a sonar, Open road de Chris Brown.
-Bonito detalle.- dije sonriente.
-¿El qué?
-Que hayas puesto una de mis canciones preferidas.- y sonrió. ¡Qué bien me conocía en tan poco tiempo!
Pasamos el resto del camino hablando, riendo y cantando. Nunca silencios incómodos.                                                  Llegamos al restaurante y deduje que se trataba de un restaurante japonés. La decoración era muy minimalista, en tonos blanco y negro. Nos sentamos y pedimos.
-Tengo algo para ti. – dijo sonriendo.
-¿Para mí?
-Sí, espera. – se giró y empezó a buscar algo en el bolsillo de su chaqueta. Cuando lo encontró saco una caja envuelta en papel de regalo negro y un lazo dorado.- Toma.
Cogí la caja y empecé a sacar el regalo, sin romper el papel. Dentro había una cajita de color rojo, la abrí y vi una cadena de plata de la caía una diminuta torre Eiffel del mismo material.
-Vaya.- susurré.- Es precioso.
-En cuanto me dijiste que te habría encantado ir a París no tuve ninguna duda, llamé a mis padres y les dije que me la trajeran. Sé que no es París pero…
-Pero es perfecto.- cogí el colgante en mis manos y empecé a mirarlo, sí, era perfecto.
-¿Te ayudo?- preguntó.
-Claro.- cogió el colgante de mis manos, me apartó el pelo y me lo puso. En ese instante me percaté de que yo no tenía ningún regalo y empecé a sentirme mal por ese chico que me lo daba todo, y yo no le daba nada.
-Lo siento, pero yo no he traído nada.- dije tratando esquivar su mirada.
-Eh, no lo sientas.- me agarró la barbilla y colocó mis ojos a la altura de los suyos.-Estás aquí, es el mejor regalo que me podrías haber hecho.

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