domingo, 28 de agosto de 2011

Capítulo 1.

¡Pii!
¡Piiiiii!
¡PiiiiiiiPiiiiiPiiiiiiPiiiiiiiiiiiiiiii!
Miré el despertador de reojo, eran las 7:30 y, sin duda me tocaba levantarme de la cama, así que apresuradamente levanté las sábanas y puse mi pie derecho en el suelo, desde que había escuchado que levantarse con el pie izquierdo traía mala suerte siempre ponía primero el pie derecho en la alfombra, lo había convertido prácticamente un ritual, todas las mañanas lo mismo, y aunque mi madre lo consideraba una estupidez yo lo hacía cada mañana y por ahora no me había ido tan mal. Noté el suave contacto de la alfombra en mis dedos y me dirigí a la cocina, ¿qué habría echo mamá para desayunar?.
-Ari, ahí tienes los cereales, la leche está en la nevera.
Bueno ,estaba claro que hoy no se había esforzado mucho con el desayuno y eso que a mamá se le daba muy bien la cocina, simplemente había días en los que le apetecía aprovechar su talento culinario y otros, éste era un claro ejemplo, se dejaba llevar por la vagancia y hacía cosas digamos, menos elaboradas. Mi madre se llama Lucía, es guapa, divertida y cariñosa, aunque teniendo en cuenta que es mi madre tampoco puedo ser demasiado objetiva. Tiene los ojos de un color verde jade, su piel es más bien bronceada lo que hace que todavía resalten más sus ojos y, si a eso le sumas su melena castaña oscura todavía destacan más .Personalmente, creo que es una mujer fuerte y que irradia vitalidad y optimismo allá por dónde vaya. Yo nací cuando era ella aún muy joven, tendría veinte años, y eso no le impidió que siguiera con su vocación y me criara a mi estupendamente. Mamá se dedica a diseñar vestidos de novia, por lo que no es de extrañar que todo le relacionado con la moda la vuelva loca y eso explica el porqué de que mi habitación tenga un armario enorme a rebosar de ropa que es la envidia de todas mis amigas. A veces pienso que soy como una muñeca barbie para mi madre, le encanta venir de compras conmigo y cada vez que tiene un hueco me compra cosas nuevas, a ver no me malinterpretes, me encanta el hecho de que a mi madre no le importe gastarse dinero en ropa para mí, teniendo en cuenta que a mí la ropa también me encanta, pero una cosa es ayudarme a elegir y comprarme la ropa y otra muy diferente es que algunas mañanas me elija ella lo que debo llevar para ir a clases y se enfade si no le hago caso y cuando mi madre se enfada puede ser demasiado irritante.
- Mis dos chicas ya están levantadas, - dijo papá mientras me daba un beso en la frente y otro rápido, pero intenso a mamá en los labios - pero me falta una, ¿dónde está Nerea?
-Todavía está en la cama, tiene que estar realmente cansada para no estar dando ya guerra - respondió mamá.
Mi padre se llama Alberto, es dos años mayor que mamá, lo que le deja en treinta y nueve años. Es alto, y en alguna ocasión he pensado que en su juventud debería de haber sido un chico realmente guapo. No quiero decir que ahora no lo sea, pero de joven tendría que haber sido el Don Juan de su clase, o al menos así me lo imaginaba .Papá también tiene los ojos verdes, pero mucho más oscuros que los de mamá, y sin embargo el tono de pelo es más o menos el mismo .Yo veía a mi padre como un hombre seguro de sí mismo, que amaba a su mujer y a sus hijas y siempre, siempre tiene un chiste para todo, supongo que mi madre tiene parte de la culpa de esto ya que ella consiguió contagiarle todo su optimismo. Mi padre trabaja en una oficina, hace sus ocho horas diarias y vuelve a casa deseando sentarse a ver la televisión conmigo o irse a jugar con Nerea, mamá sin embargo se trae muchas veces el trabajo a casa, pero me encanta ver como hace sus bocetos para las nuevas colecciones.
-Mami, no estoy en cama, y yo no doy guerra - dijo la niña con un tono de voz ligeramente ofendido.
Nerea es mi hermana pequeña, tiene cinco años y es adorable, supongo que el hecho de que sea mi hermanita pequeña también influye en mi visión sobre ella, pero realmente es adorable, por ejemplo, cuando me enfado con mi madre o mi padre y me encierro en mi habitación ella viene a junto mía, se sienta en mi cama, me da un abrazo y me pide que le lea un cuento, y para cuando he terminado de leerle el libro el cabreo se me ha pasado. Sin duda ha heredado el físico de mi madre, es prácticamente una copia de ella pero en pequeña. Si le preguntas que quiere ser de mayor esperando un respuesta típica como "veterinaria", "médico" o "astronauta" te llevarás una decepción ya que su mayor ilusión es convertirse en fotógrafa, claro está que aún es una niña y puede cambiar de opinión un montón de veces pero creo que tiene talento. A veces cuando nadie la vigilaba cogía la cámara de fotos y empezaba a sacar a fotos a todo lo que veía, después nos las enseñaba y eran fotografías bastante buenas para una niña de cinco años. Al final mis padres decidieron comprarle una cámara para ella y no la suelta ni para irse a la cama.
-No cariño, claro que no das guerra, - mamá le dio un beso en la frente y pareció habérsele olvidado el comentario que mi madre había hecho antes - y ahora a desayunar. - y Nerea, obediente se sentó y se puso a desayunar.
Cuando acabé de desayunar me cepillé los dientes y fui a vestirme, fuera hacía demasiado frío así que opté por unos vaqueros, mis All Star rosas y mi sudadera rosa de Universitá Roma, que había comprado el verano pasado cuando viajamos a Italia. Me hice un moño medio deshecho, ya sabes, que no pareciera demasiado arreglado, cogí un abrigo y mi mochila y me miré en el espejo antes de salir. Podía ver a una chica de un metro sesenta y ocho, más o menos, delgada y con alguna que otra curva, pelo castaño pero, más bien claro, de hecho a veces me decían que era rubia y eso me ofendía bastante. Mis ojos son de un color entre el azul y el verde, recuerdo una vez en la que mis padres discutían sobre el color de éstos:
-Los tiene verdes, como yo – decía mamá
-No, los tiene más bien azules – replicaba papá
-Pero ¿cómo los va a tener azules? Ni tú ni yo lo tenemos azules
-No, pero mi padre sí. Los suyos eran mucho más azules que los de Ariana pero con el tiempo le clarearán a ella también.
No quería parecer una chica vanidosa, creída ni nada por el estilo, pero me gustaba lo que veía en el espejo. Cuando acabé de mirarme y colocarme todo bien me fui a la parada del autobús sin demasiada prisa, me sobraba el tiempo.
De camino a la parada del autobús me puse a pensar en lo increíble que puede ser el compartir un segundo de tu vida con personas desconocidas, personas que pueden ser exactamente iguales a ti o un polo opuesto, en cómo podrían ser esa persona que te entiende perfectamente o que en un futuro puede hacerte llorar y tú no tienes ni idea. Por ejemplo, aquel chico que corre apresuradamente porque su metro está a punto de salir podría ser perfectamente el amor de tu vida, o aquella señora regordeta que saca a pasear a su perro cada mañana puede ser la que te ayude a llegar a tu casa cuando te has perdido. Y así, imaginando de qué forma podría influir cada persona en mi vida se me pasó el tiempo volando y subí al autobús.
Mi parada estaba casi enfrente del instituto, solo tenía que cruzar un paso de cebra y caminar unos cincuenta metros. Cuando llegué a la entrada del instituto había una chica vestida con una gabardina gris, unos pantalones blancos y unos botines estilo militar grises, era Erica. Erica es mi mejor amiga desde el primer curso de infantil, aún recuerdo ese día como si fuera hoy; Todos los niños de mi clase estaban jugando con todo lo que tenían a mano, pero se había acabado los juguetes y yo no había conseguido ninguno, entonces Erica se me acercó y me tendió su muñeca y ambas jugamos con ella, desde entonces somos inseparables. Erica es muy guapa, y no lo digo solo porque sea mi mejor amiga, es rubia, de ojos azules celestes y piel pálida, lo sé suena demasiado a un tópico de perfección pero ella es realmente así, perfecta. Como persona no tiene precio, es de esa clase de personas que anteponen la felicidad de los demás a la suya y me lo había demostrado millones de veces, definitivamente, no la cambiaría por nada. Y a pesar de su belleza y de lo agradable que era no había salido con demasiados chicos, y eso era algo que no entendía.
Nos saludamos y empezamos a hablar de cosas sin demasiada importancia.
-¡Chicaaaaas! – gritó alguien y nos giramos, era un chica alta, de ojos negros y mirada penetrante con la raya de los ojos negra bien marcada, su melena riza también era negra. A pesar del frío llevaba una minifalda y una camiseta con demasiado escote, es Vero, nuestra amiga más extrovertida y atrevida, apostaría a que no tiene vergüenza de nada y naturalmente con los chicos es todo lo contrario a Erica, yo diría que cada semana tiene un novio distinto y la verdad es que no sé de dónde los saca pero son a cada cual más guapo. A los quince años nos dio la noticia de que había conocido al hombre su vida y que estaba segura de que sería para siempre, tan segura que se entregó a él completamente, y cuando digo completamente, es completamente, se llamaba Enrique aunque todo el mundo le llama Quique, dos días después de arrebatarle su virginidad dejó de contestarle las llamadas. Vero lo pasó muy mal, pero logró superarlo, ahora se había convertido en una máquina de romper corazones, ella decía que era su pequeña venganza. Vero se nos había unido a Erica y a mí al empezar primaria. Había llegado nueva y nosotras la encontrábamos muy simpática, pero siempre estaba rodeada de gente, supongo que hay cosas que no cambian. Un día se acercó a nosotras y nos dijo :
-¿Puedo ser vuestra amiga?
Y sorprendidas por el hecho de que la niña nueva llena de amigos nos hubiera pedido un hueco entre nosotras aceptamos. ¡Ya éramos tres!
- ¿No tienes algo de frío? – preguntó Erica.
- ¿Desde cuándo tengo yo frío? – respondió guiñándole un ojo y todas nos echamos a reír.
-¿Empezando la fiesta sin mí? – preguntó una voz lejana. La de Laura, sin duda. Laura era la chica lista del grupo, un genio de las matemáticas para ser concretos. No tenía pinta de empollona ni nada de eso, de hecho cuando le contaba a la gente que su pasión eran las matemáticas nadie la creía. Era guapa, pero no poseía ni la belleza dulce de Erica, ni la sensualidad ni las curvas de Vero. Tenía el pelo castaño largo, aunque siempre lo llevaba recogido y los ojos castaños. Laura había llegado al empezar la ESO y al principio sólo la veíamos como la chica lista de la clase que nos había tocado en nuestro grupo para hacer un trabajo y poco a poco nos fuimos uniendo hasta llegar a ser cuatro. Llevaba saliendo con un chico dos años (era su primer y único novio), pero aún no se había visto preparada para dar el paso, y Jorge, así llamaba él, también era virgen así que no tenía demasiada prisa.                                             
En cuanto a mí y los chicos, bueno no me iba mal del todo, es evidente que había salido con más chicos que Erica y Laura, pero mi excesiva timidez me impedía que fuesen relaciones demasiado serias, en resumen, yo me cortaba y no decía nada (sigo la teoría de que si lo que vas a decir es un tontería, es mejor estar callada) y al final, después de algún que otro beso se cansaban de mí y se acababa todo. En cuanto al sexo, yo también era virgen y no me importaba demasiado el hecho de serlo. En cuanto a ese tema era un tanto clásica, no hasta el punto de llevar un anillo de castidad y esperar al matrimonio, pero sí quería que fuese con un chico al que quisiera de verdad, y visto el panorama eso iba a tardar bastante.
 Sin embargo con mis amigas, estas tres chicas, no me sentía tímida ni cortada, podía ser yo misma y expresar todo lo que pensaba y sentía, y eso me encantaba.
-La fiesta nunca empieza sin ti, guapa – dijo Vero.
Y así risueñas, felices, cómplices entramos en clase.

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